Pueblo chico, infierno grande.
Dramaturgia y dirección: Francisco Lumerman. Actor: Luciano Cáceres. Diseño de iluminación: Ricardo Sica. Escenografía: Agustín Garbellotto. Diseño sonoro: Agustín Lumerman. Fotografia: Eduardo Pinto. Diseño Grafico: Choice Noise. Comunicación digital: Isidoro Sorkin. Asistente de dirección: Emiliano Lamoglie. Duración: 50 mins.
Domingos 4 y 11 de agosto. Timbre 4. México 3554. A las 17 hs.

Por Mariana Turiaci. (@turiacimariana)
Hay actuaciones que se quedan impregnadas en los espectadores, que atraviesan esa línea imaginaria de la denominada cuarta pared y nos siguen interpelando cuando salimos del teatro. Esa potencia es la que despliega Luciano Cáceres en este unipersonal escrito y dirigido por Francisco Lumerman, cuyas funciones llenan la sala principal de Timbre 4.
En esta ocasión, el multifacético actor se pone en la piel de René, un niño en el cuerpo de un hombre que, abandonado por su padre, pasa sus días en el taller familiar donde vive y trabaja. Ahora, en esa especie de jaula de aserrín, tendrá que descubrir por qué sus manos están manchadas de sangre. Para ello, llevará a cabo un diálogo consigo mismo que lo llevará por los laberintos del vacío existencial.
René es el “loquito” del pueblo, la figura sobre la cual sus habitantes depositan frustraciones y miserias. Discriminado, maltratado y degradado, solo puede salir por las noches cuando la oscuridad lo protege de las miradas hostiles. En esas horas, muchos de los que lo hostigan durante el día, le piden encargos amparados en el silencio de un pueblo dormido. La doble moral en su máximo esplendor.
En una doble dualidad, René es uno y son muchos a mismo tiempo. Es un niño y es un hombre, es inocente y cruel, es afectuoso y agresivo, es víctima y victimario. Pero también representa a muchos otros: los postergados, los segregados, los locos, los sojuzgados, los sometidos, solo por el mero hecho de ser distintos. Los que deben soportar la doble vara de una sociedad que los ignora y los utiliza al mismo tiempo. En René confluyen las consecuencias de esa indiferencia y lo inquietante que se esconde detrás de la aparente tranquilidad de un pueblo que, a veces, puede convertirse en un verdadero infierno.
El texto de Lumerman reconstruye ese universo pueblerino, con sus costumbres, sus personajes y sus contradicciones, metiéndonos poco a poco en los vericuetos de la cabeza del protagonista cuya mirada del mundo conserva la inocencia de los niños. Cáceres le da un cuerpo y una voz particular a esa criatura a partir de un trabajo vocal excepcional y de una presencia escénica contundente. Una actuación que encarna las consecuencias del abandono, la marginalidad y el maltrato, llena de matices, habitada por estados muy distintos, desde el asombro hasta la ira pasando por el descubrimiento de la sexualidad, la violencia extrema y la ternura. Por su parte, la dirección del propio Lumerman junto con el diseño lumínico y sonoro contribuyen a crear esa atmósfera asfixiante en la que se desenvuelve la vida de este personaje.
Muerde es un thriller psicológico, una obra cruda y profundamente dura pero también es todo un acontecimiento teatral.