El lugar donde se desarrollan los acontecimientos importa poco. Si es en un pueblo, una ciudad o un living es lo de menos. Aquí es cuando recuerdo a Emilio García Wehbi que, en su “El grado cero del insomnio” realizaba una más que apreciable crítica al “teatro de living”. Lo increíble es que ese teatro de living al que aludía García Wehbi termina siendo un disco de los Sex Pistols en relación a este fenómeno al que nos referimos.
El texto podrá girar en torno a una leyenda pueblerina, una relación de pareja o directamente “pasteurizar” un clásico. Por eso, lo descripto va más allá de las formas y los temas para centrarse en un efecto….. que se aplaca inmediatamente con una buena cena.
Atento a lo dicho aquí, y teniendo en cuenta la gran cantidad de “neologismos” que nos invade (desde “el teatro teatra” hay para todos los gustos), nos subimos a este tren que me lleva a denominar estas puestas como “Teatro PPC” (Teatro Pensado Para Comer –o Para la Cena-).
Vemos una obra, nos conmovemos, comemos y ya tenemos otro casillero lleno en la ficha de “bien pensante porteño en relación con el arte y la cultura”.
Seguramente empezará a sonar la típica cantinela para refutar cualquier crítica que ose poner en tela de juicio lo que hace un artista. “Los periodistas son envidiosos”, “son directores frustrados”. Nada más alejado de eso. Es, simplemente, escribir sobre un estado de situación que se relaciona con los años 90 en que siempre se apelaba a “lo pequeño” más que a un intento de modificar la coyuntura a gran escala. Era exacerbar “lo chico” en detrimento de “lo macro”. El teatro de hoy en día sigue estos lineamientos. Es la historia “chica” que borra cualquier cuestión –si se me permite el término- “ideológica”. Es todo “hasta ahí”. Me conmuevo por una historia de amor, una fábula….“hasta ahí”. Cuando se podría dar un paso adelante en llevar historias bien escritas, con buenas actuaciones y una temática reflexiva, se opta por lo que estamos hablando. Tibieza y pasteurización con sensiblería en cantidades industriales que mandarían al otro mundo a un espectador que tenga diabetes.
Esto también plantea una reflexión acerca de los públicos. La relación “oferta-demanda” funciona a pleno y lleva a pensar que el auge de estas obras de teatro tiene su correlato en los espectadores. Igualmente, me permito pensar si este público que las sigue con tanta devoción, es gente de teatro o son espectadores que llegaron por el interés en la propuesta. En el primer caso, sería el típico caso de endogamia propia del ambiente teatral, donde todos y todas son “bellos/as, talentosos/as y geniales”, el público está cercano a un club de fans y cualquier crítica es porque “no entienden el arte de uno”. Que después, puertas adentro se mate a todo el mundo, es otra historia en esta hoguera de vanidades.
Si a este fenómeno de críticos “difundidores” (que gacetillean a lo loco ¡y son “legitimados” por los propios artistas!), le sumamos la influencia de los agentes de prensa en la propagación de este tipo de obras, estamos en una gran red de cursilería teatral. De más está decir que los agentes de prensa hicieron un trabajo excelente al instalar a estas puestas. En relación a este último aspecto, no puedo dejar de recordar lo que dijo John Lennon consultado sobre el éxito de los Beatles. “Si lo supiera, contrataría a cuatro melenudos y me encargaría de ser su manager”.
El Teatro PPC ha llegado, por lo visto, para quedarse. Es una pena porque, en ocasiones, alguna buena idea opta por este camino de “facilismo sensibloide”. Esa idea más que interesante, termina siendo una Ferrari que la ponen para que sea un remise. Pero, a no confundirse. Son pocas. Hay mucha anécdota larga con prensa detrás, avalada por jurados –que van a ver poco y nada en su mayoría- y críticos que sufren de “adjetivitis aguda” y el síndrome “megustatodis”. Suelo preguntar, cuando destacan las bondades de la poética de –por ejemplo-Lisandro Aristimuño, ¿con autores como Luis Alberto Spinetta, Miguel Abuelo, etc…nos quedamos sin adjetivos?
Pareciera que, salvo excepciones, lo que importa es pasar un momento “agradable” sin que haya efectos colaterales no deseados, que alteren la paz y la alegría del momento. Algo muy a tono con los tiempos que se viven. Sería lamentable que el teatro, se suba a ese tren de la alegría y las buenas ondas. A estos términos no les pongo las comillas del caso, por motivos obvios. Realismo costumbrista aggiornado a estas épocas, apto para un segmento etario determinado, de onanismo constante y sensibilidad a flor de piel.
Pero no todo está perdido! Este año trajo obras de calidad. No hace falta otra cosa que navegar en este blog. Igualmente, lo dicho anteriormente, va más allá del tan mentado “gusto”, sino que hay puestas con las que no se coincida en este ítem pero dejan preguntas e inquietudes al respecto. Algo que, desde este espacio, siempre hemos valorado y recomendado.
Para finalizar, diremos que seguiremos concurriendo –en la medida de nuestras posibilidades-, a ver obras sea el lugar que sea. Esto no quita que, en determinado momento y para ser justos, recordemos la máxima de una gaseosa que tenía como protagonista al otrora capitán de Boca Juniors. “Cortala con tanta dulzura” porque –parafraseando el leit motiv de la misma- “lo dulce no hace buena a una obra de teatro”.
Excelente, Danieĺ
Totalmente de acuerdo.
Gracias por decirlo