Jovenes de ayer
Dramaturgia y dirección: Ezequiel Tronconi. Con Romina Fernandes, Carolina Marcovsky, Sebastián Muñiz, Ezequiel Tronconi y Maximiliano Zago. Vestuario: Ludmila Fincic y Nicole Saal. Escenografía y diseño de luces: Pablo Calmet. Diseño De Afiche: Axtor. Diseño sonoro: Jimmy Ce. Fotografía: Julieta Zeta. Asistencia de dirección: Ludmila Fincic y Andrés García Dietze. Producción ejecutiva: Checha Amorosi y Agustín Oberto
Abasto Social Club. Yatay 666. Viernes, 23 hs.
En los últimos años se ha dado un acontecimiento (por no decir, un síndrome) de adolescencia casi eterna. Esta consiste en mantener la conducta adolescente –con las particularidades que esto implica-, el mayor tiempo posible. El gran inconveniente es que ese “mayor tiempo posible” traspasa la treintena de años, como si nada. Se mantienen los mismos códigos de antaño y quien ose quebrantarlos, “corto mano-corto fierro”.
Ezequiel Tronconi retoma parte de lo relatado para plasmarlo, con ternura y buen gusto, en una puesta ágil y dinámica. El punto de partida es el cumpleaños de Federico, que se celebra en un viejo y abandonado local de videojuegos. Allí, jugaran su campeonato interno de “fichines” donde el vencedor se hará acreedor de un envase de vidrio de Fanta, como trofeo. El encuentro mantiene el carácter de “rito”, el cual vuelve a traer los recuerdos del pasado, al presente. Todo se quiebra con la presencia “extraña/no deseada” de Marcela, la novia de Mauricio, uno de los miembros del grupo y por el recuerdo de “el innombrable”, un otrora gran amigo de Federico, con quien –parece- haber discutido y dejado el grupo, pegando un portazo.
La dramaturgia de Tronconi busca redimir a través de la ternura, el patetismo de estas conductas ancladas en un pasado que se resignifica “a gusto y piaccere” de los miembros del grupo. La búsqueda de reverdecer “viejos laureles” –que, seguramente, tampoco fueron tales-, da cuenta de un temor a afrontar la vida a medida como se les va presentando, de acuerdo a las particularidades de cada personaje. Justamente, será Marcela la que ponga en duda los “códigos” del grupo, sin entender el porqué de la conducta del mismo, frente al manejo duro de Federico, el cumpleañero.
Es muy atractiva la forma en que se traza cada uno de los personajes de la puesta. Cada uno de ellos, tendrá su “sello personal” pero también, dialogará constantemente con los espectadores, al tiempo que los inquirirá sobre lo que ocurre sobre tablas. ¿Quién no vivió alguna situación similar? Más aún, hoy en día que –facebook mediante-, se producen tantas reuniones de ex alumnos y encuentros similares. Los deseos cumplidos y aquellos que quedaron en la columna del debe (o de créditos incobrables) atravesarán la puesta de manera sutil pero con la suficiente fuerza para preguntarse al respecto.
Con actuaciones muy bien desarrolladas al mismo tiempo que queribles, “Tilt” da cuenta, con una puesta de calidad, de aquellos que quieren ser Peter Pan a través del tiempo, sin percatarse de la gran certeza de la frase de Miguel Abuelo, utilizable en relación con esa adolescencia pasada. “No me lloren, crezcan”.