Todas las rayuelas (Teatro)

Los libros de la buena memoria

Dramaturgia: Carlos La Casa. Con Hugo Arana, Esteban Meloni, Paula Rasenberg, Heidi Fauth y Daniel Di Biase. Asistente de dirección: Melania Barreiro. Diseño de escenografía: Alejandro Mateo. Fotografía: Alejandra López. Diseño de iluminación: Leandra Rodríguez. Comunicación visual: Diego Heras. Diseño de vestuario: Adriana Di Caprio. Asistente de vestuario: Verónica Torres. Diseño sonoro: Damián Laplace. Proyecciones: Luciano Bazzalo. Comunicación digital SBP. Producción ejecutiva: Bárbara Rapoport. Coordinación de producción: Romina Chepe. Dirección de producción: Sebastián Blutrach. Producción general: Sebastián Blutrach, Pablo Kompel, Mauricio Dayub, Ignacio Laviaguerre, Carlos Rottemberg, Julio Gallo, Gustavo Ferrari y Roberto Bisogno. Dirección: Andrés Bazzalo.

Multiteatro. Avda. Corrientes 1283. Miércoles, jueves, viernes y domingos, 20.30 hs; sábado, 20.30 y 22.30 hs.

Hay una puesta en la calle Corrientes que se sale del molde imperante de textos de autores extranjeros. En este caso, no solo hay un autor nacional sino que aborda una temática propia pero con una vuelta de tuerca por demás interesante. Tal es el caso de “Todas las rayuelas”, escrita por Carlos La Casa, ganador del concurso Contar3 organizado por AADET (Asociación de empresarios teatrales), AAA (Asociación Argentina de Actores, y Argentores que se puede ver en el Multiteatro.

Aquí estamos frente a una puesta que gira en torno a una historia de amor. A una mujer, a un país, a sus ideas. Un hombre (Lisandro) vuelve a Argentina después de muchos años de residir en España, a buscar a su hija. Su único equipaje es una valija llena de “Rayuela”, el mítico libro de Julio Cortazar.

Como un Quijote tan quejoso como querible, será Lisandro el que lleve adelante la obra a partir de los múltiples matices que tiene su personaje, en la búsqueda que lleva a cabo. Esa combinación de ternura, tenacidad y mal carácter es la que desarma, primeramente, a Gabriel, el agente que lo detiene en Ezeiza, apenas llega al país. Como si fuera ese fantasma de Canterville que va “pasando entre la gente” al tiempo que dice y pregunta “Yo era un hombre bueno, si hay alguien bueno en este lugar”, que lo ayude en su cometido.

Con este puntapié inicial, da comienzo a un texto sencillo, de una emotividad que va ganando a medida que pasa el tiempo. La sensibilidad tiene su punto justo. Los diálogos permiten tanto la reflexión como la sonrisa al tiempo que va desentrañando la historia de Lisandro pero sin perder de vista lo que ocurre debajo de la superficie de los hechos. La punta del iceberg para desentrañar lo ocurrido hace cuarenta años, volver al presente y ser, por ejemplo, parte fundamental en medio del matrimonio de Gabriel y su esposa Fernanda. El dibujo de los personajes es por demás reconocible a nuestras particularidades, siendo la relación entre el padre y la hija la que se lleva las palmas por los devenires de la vida de cada uno.

Entretenida y dinámica, no banaliza ni pasteuriza lo acontecido a lo largo del tiempo en que transcurre la historia de Lisando (y el país). Emotiva pero sin apelar al golpe bajo, conmueve desde el lugar de una historia simple pero similar a varias de las ocurridas tras 1976. Pero ojo, no es una puesta histórica o con la moraleja bajo el brazo.

Las actuaciones son muy buenas. Primeramente, Hugo Arana lleva adelante la puesta a partir de su oficio y su carisma. Su Lisandro permite la sonrisa y la reflexión, amén de la complicidad por sus dichos y sus formas. Por su parte, Esteban Meloni es Gabriel, la contraparte exacta para que el relato fluya con dinamismo. Dota a su policía de precisión interpretativa, que no es frialdad sino un cabal uso de sus recursos. Paula Ransenberg da cuenta de la gran actriz que es al crear a Fernanda, una mujer con secretos ocultos detrás de su seriedad. Con temperamento y sensibilidad, Heidi Fauth es la hija que tiene esa relación de amor-odio con el padre que se había marchado y ahora vuelve a reparar lo roto. Para finalizar, las intervenciones de Daniel Di Biase como el jefe de Gabriel son acertadas.

Quizás, el único lunar de la puesta sean las proyecciones que atraviesan el relato. Cuentan más de la cuenta e ilustran algo que no es necesario.

Con un Hugo Arana en un gran momento, un muy buen elenco y el tándem dirección-dramaturgia en sincronía, “Todas las rayuelas” planta bandera con una puesta de calidad e identidad propia, desmarcándose del común denominador que impera en los teatros de la calle que nunca duerme.

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