Una postal de los 90
De Mariano Saba. Con Simón Auad, Patricio Belmont, Ricardo Bustos, Emiliano Mazzeo y Cristian Sabaz. Vestuario y Escenografía: Jorgelina Herrero Pons. Iluminación: Daniel Aimi. Edición musical: Lucas Bustos. Fotografía: Ariana Caruso. Diseño gráfico: Celeste Suaríaz. Asistencia técnica: Gabriel Cultura. Asistencia de dirección: Cecilia Milsztein. Producción ejecutiva: Anabella Valencia. Dirección: Cristian Sabaz.
Teatro El Popular. Chile 2080. Viernes, 20 hs.
Que los 90 trajeron un cambio de paradigma a estas tierras, no cabe la menor duda. La excusa de entrar al “primer mundo, aunque sea por la ventana, no tuvo en consideración algunas daños colaterales. Las privatizaciones de empresas y los cierres de los ferrocarriles dejaron a una gran cantidad de gente en la vía. Pipinas es un pueblo camino a La Plata pero está casi abandonado. No obstante, se encuentran los que se quieren quedar y refundarlo como yendo a contramano de la historia mientras que otros se quedan por carencias propias.
En este caso, Mariano Saba concibió una puesta que da cuenta de aquellos años turbulentos pero a través del humor y el sarcasmo. El deseo de resistir al aluvión “modernizador” por medio de un hotel devenido en cooperativa, atendida por seres desangelados y perdidos en sus propias existencias despierta simpatía y ternura. Un ex sindicalista, un joven de poco vuelo y un ventrílocuo que aún tiene el muñeco (Pupo) con el que solía actuar su padre.
A través de la farsa que atraviesa el texto, el carácter simbólico de cada acción se resignifica con el transcurrir de los minutos. Son ellos contra el mundo, con un “nosotros” que mantiene las buenas costumbres y los códigos de otras épocas, que se fueron para no volver. De esta manera, es muy buena la forma en que se construye cada uno de los personajes. Uno que se hace cargo del hotel, un joven pragmático y de pocas luces, al cual no le interesa mucho lo ocurrido en tanto no lo afecte de manera directa -y cuando lo afecta, no sabe que hacer- y el artista que mira con extrañeza una situación que no esperó nunca en su vida, reaccionando de una manera por demás ilustrativa: travistiendo a su muñeco para aggiornarlo a los tiempos que corren. No en vano, es la llegada de un extranjero, con el deseo de comprar lo más preciado de este contexto, lo que rompe aún más con una situación que ya venía mal barajada. El simbolismo que implica esa llegada con “dinero fresco” y la consabida salvación para uno de los protagonistas, es elocuente al tiempo que hurguetea con sentimientos que muchos creían haber dejado atrás pero que están a la vuelta de la esquina. Ese “afuera” que viene con el aval del vil metal para llevarse lo que quiere.
La puesta juega, conceptualmente, tanto con el pasado cercano como con un presente latente en la cabeza de muchos. No en vano el historiador Alfredo Pucciarelli dijo sobre los 90 que “Menem queda muy mal parado en la Historia pero el menemismo no. Está a la vuelta de la esquina. No es que el menemismo murió, sino que es el único recurso político-intelectual que tiene la derecha conservadora para plantear algo diferente a lo que hay”. (http://elcaleidoscopiodelucy.blogspot.com.ar/2012/08/alfredo-pucciarelli-la-historia-no-va.html).
El diseño del espacio es correcto al igual que la iluminación. Todo se centra en el texto que cuenta con actuaciones atentas que lo llevan adelante, con solvencia. El trabajo realizado con el muñeco asi como los diálogos entre los personajes, constituyen puntos a destacar dentro de un trabajo serio en su construcción y con la reflexión y el disfrute asegurado en partes iguales.
“Un mundo flotante” vuelve a traer a las tablas, con una puesta disfrutable, un período nefasto de la historia argentina que surge, de tanto en tanto, como si fuera una tentación similar al de una manzana.