José Antonio Lucía: “Las historias están en la calle”

De a poco, como quien no quiere la cosa, “Alacran o la ceremonia” se ha ido instalando en la programación de Timbre 4. Este unipersonal de varios personajes, que mezcla la ternura del amor y la sordidez de los bajos fondos, surgió de la creatividad del español José Antonio Lucía. Café de por medio, hablamos con Lucía sobre el proceso de creación tanto de la obra como de los personajes asi como su visión del teatro.  


-José, ¿de qué manera surge “Alacran”?

– Surge de unas improvisaciones individuales cuando estaba trabajando por mi cuenta en el Odin Teatret en Dinamarca. Estuvimos trabajando durante un mes y medio con un grupo de actores y actrices. Es ahí cuando surge la idea de la maleta, la letanía y el quejido del flamenco. Me recordaba, en el imaginario del nómada, el éxodo, que está a la orden de estos días. A raíz de esto, me pongo a escribir y tardé un año en tenerlo escrito. Hubo una temporada que estuve haciendo otras cosas. Asi fue que ocurrió todo. Todo eso mezclado con lo cercano. Escribo desde lo que veo, en la puerta de mi casa. Esto coincide con que vivo en un barrio donde hay muchos gitanos y canto flamenco, por la Plaza de San Andrés, en Badajoz. Tengo la suerte de escuchar, alguna noche, el canto de la ciudad. Asi empiezan a surgir estos personajes llevados al extremo.

-¿Cómo lo conociste a Román Podolsky, el director de la puesta?
– De Román había visto “Harina” y entonces, sin conocerle ni nada, le escribí por Facebook. Le dije de hacer algo porque tenía un material. Me vine para acá y estuvimos seis semanas ensayando.

-¿Siempre lo pensaste como un unipersonal?

– Si. Había escrito uno llamado “Perro crudo cancro” que estrené en el Festival de Acciones Escénicas que se hizo en Lima, en el distrito de Comas. Me había quedado con las ganas de hacer algo más porque me había gustado mucho el hecho de estar solo en el escenario y el enfrentamiento con el público.


-Imagino que la diversidad de los públicos frente a los que te has presentado, han marcado una diferencia.

– Es muy gracioso porque hablando con Roman,  nos salía el personaje con cierta reminiscencia de canchero, tanguero, con su chulería y galantería. Esto nos tranquilizaba por las idiosincrasias de los públicos pero la respuesta es muy cercana. La gente lo reconoce de alguna manera. Eso nos causó una sorpresa y una alegría. 

-¿Te sorprenden las risas del público? Porque la obra no es graciosa ni cómica…

– No es una comedia. Reconozco que lo vivo de otro lado y me sorprende. Para mi, eso quiere decir que el público suelta tensión con la risa. Hay una muerte que está ahí dando vueltas. Por eso, se distiende la tensión. Estas cosas mantienen vivo el unipersonal y hacen que te den ganas de seguir investigando aún más. Hay un misterio respecto a que no sabes para donde va a ir. A veces tiene un carácter más íntimo o trágico y en otras, la fiesta del principio de la obra se extiende un poco más. Me engancho con este teatro vivo, por la resignificación constante de este teatro. Esto es lo que uno quiere. Que la gente vibre, se emocione. Te puede gustar o no, pero indiferente no te deja la historia. Es explorar con todas las reminiscencias que puede tener algún personaje de Del Valle Inclán o Lorca. Esos mundos oníricos y la palabra es lo que me atrapa. Me interesa más el “como” que el “qué”.

-¿Te inspiraste en alguna mujer para crear a la Cangrejo?
– No. Me inspiré en la mirada de un hombre y no de una mujer. Es un bailaor flamenco, muy enganchado con la heroína que está hecho polvo, en Badajoz. Se llama José y vive en la calle. Es muy delgado y la imagen es muy fuerte. Es un contrasentido porque lo ves muy arreglado con un chaleco, camisa blanca, pañuelo y peinado para atrás. Es muy elegante pero vive en la calle. Uno se pregunta “¿Dónde se lava este tipo?”. Lo ves que viene con toda la tragedia en lo alto, puesto de droga. Te agarra la mano –conmigo tiene confianza- y dice “José, te voy a decir algo. Ahora mismo tengo veinticinco millones de dólares. Vente conmigo a Madrid. Tenemos que sacarlos y montar aquí un tablao”. El tipo desvariaba y ahí le decía “Ven aquí que te acompaño a dormir un rato”. Esa mirada de José fue la que inspiró a La Cangrejo.


– ¿Cómo sería La Cangrejo?

– La imagino muy delgada, con las cicatrices en la espalda, de heridas por quemaduras que nadie sabe como se las habrá hecho. Demacrada y con una voz quebrada. Alacran se enamora a primera vista de alguien con quien no tendría nada en común. Es ir a la búsqueda de la contra, lo opuesto.


-Miras mucho la calle. ¿Crees que el teatro se aleja de la calle por ciertas pretensiones de intelectualidad?

– Para mi, los personajes y las historias están en la calle. Huyo de ese tipo de teatro. Digo que soy un discípulo «indirecto» de Grotowski. El teatro de la emoción, donde una verdad te llena y te llega a las tripas. Es lo que me agarra y me pellizca. A veces queremos trascender y hacer demasiado arte cuando el arte está muy cerca. Le hace falta un clic para que trascienda. Creo que hay más honestidad y verdad en estos personajes.


-La puesta logra una proximidad instantánea, logrando que el público se relaje al toque

– ¡Es cierto! Además, hay algo que me encanta que es que me siento con todo el descaro –dicho con buena onda-, como para mirar muy fijamente a los ojos del público cuando Alacrán está contando desde sus tripas y su corazón. El público lo entiende asi, con la intención de verdad en lo que estoy haciendo. A veces, rompo el ritmo desde la narración porque sino me quedo enganchado. Me mantienen la mirada de una manera descarada pero tiene un punto de comunión muy interesante. Es una comunión muy sincera y hermosa.


-El recurso de la valija tiene ciertos aspectos clownescos. ¿Tuviste inspiración del clown para la obra?

– Es cierto que hay una analogía que lleva todos sus desastres y bondades en esa valija. Todo el payaso está todo ahí. Hay algo de esto pero no ha sido consciente. En su momento, hice algunas cosas de clown pero no soy clown. El año pasado estuve con Esteban Ferrer, un catalán afincado en Madrid, haciendo “El secuestro de la banquera” de Darío Fo. Los tres secuestradores –que son los tres payasos clásicos-, yo era el del medio. El que da explicaciones al más listo y riñe al tonto. Estuvimos haciéndolo en forma de clown, con un ritmo muy rápido de comedia. Me gusta mucho y respeto al clown. No había sido consciente de esa analogía con lo clownesco que plantea “Alacran”.


-También hay una resignificación con respecto a la situación de los inmigrantes…

– Hay un punto que Alacrán dice “La situación se hizo insostenible. Las calles se llenaron de cadáveres y basura. A la gente la echaron de sus casas”. Hay una imagen muy fuerte que no se si la he visto de manera consciente en algún lado. “Como último recurso, los tejados se poblaron de miles de personas. Allí vivían los desheredados, en la cima”. Algo de eso hay. Tiene como una especie de homenaje cuando La Cangrejo habla de la procesión del desamparo y del desaliento. “Nos quitaremos la penambre –una palabra que se me ocurrió y la metí-”. Es un homenaje a los que están agachados.


– ¿Cómo es para vos, ver a tu país desde Argentina? ¿Te cambia mucho la visión, no?

– Si. Le ves las costuras, los hilos. Las virtudes y defectos. Se me está resignificando últimamente mi cultura. El flamenco, la comida, la forma en que me eduqué, la lejanía y la nostalgia. Se resignifica ese sentido de patria bien entendida. Ves también lo que ocurre y la forma en que nos ven a nosotros, fuera de nuestro país. Es más, pensé que eramos serios pero….más serios.


– ¿Cuales son los próximos pasos de Alacran?

– Va a seguir. Me lo imagino con treinta años más al personaje, con una botella, la cara rota por la tragedia y los años, fumando y pintándose las uñas, con el mismo traje. Pienso que a Alacran se lo va a comer el tiempo. Si por él fuera, seguiría. La fuerza del amor es brutal, al igual que la del desamor.


– Alacran tiene aires rockeros con ese reviente que muestra. Una imagen al estilo Keith Richards…

– Si, por ahí va. Es un trasnochado emocional. No de la juerga sino que se queda anclado en ese recuerdo, con La Cangrejo que no está. En “El marido de la peluquera”, ella se va y el tipo, con toda la frialdad del mundo, se sienta a esperarla siempre. Alacrán estaría en esa línea. Me gustaría hacerlo por mucho tiempo. es muy socorrido para la satisfacción personal de uno. Siento que estamos jugando al teatro y eso me hace muy feliz.


-¿Qué te dice la gente cuando termina la obra?

– Cosas hermosas, con devoluciones….Que los personajes son extraños, que es muy intensa, la ternura de la historia del amor entre ellos, La Cangreja como personaje o el de Paquito el Santo. La gente quiere saber si es un Quijote equivocado pero creo que es más antihéroe que el Quijote. Me dicen cosas hermosas….Hay mucha ternura.


– ¿Esa sería una de las palabras sobre las cuales giraría la obra?

– Creo que sería “piedad” una buena palabra. ¿Qué somos? Si algo de inteligente tienen los personajes es porque se le ven, por ejemplo, a Alacran, los ramalazos de hijo de puta que tiene. El amor y la traición que tampoco podría llamarse de tal manera. Creo que los personajes son muy humanos y la gente lo entiende. Ahí es donde sentimos piedad por ello porque los vemos como espejos de nosotros mismos. Nosotros la cagamos todos los días y nos equivocamos cien mil veces. Hay millones de trenes que nos podríamos haber tomado en la vida pero no lo hicimos por cobardía, pereza o envidia. Este es uno de los sentimientos que más me llaman la atención del ser humano. ¿Qué coño no te ha pasado en la vida que te la pasas sufriendo mientras al otro le está yendo de maravillas? El universo de Alacran tiene la cercanía de identificarse con esos personajes que están maquillados y llevados al extremo pero que tienen ese punto de verdad y conmiseración. Es un cachondeo que termina siendo una cuasi comedia negra histórica-pastoral. Es una cosa de estar ahí. Una de las cosas que me decía la gente es que cuando hablo con La Cangrejo, hay un contraste de la comedia y la tragedia. Este es otro contraste que me gustaba investigar en el público.


– ¿Te sorprendió la repercusión de la obra?

– Si y más que nada lo que se está construyendo alrededor de la obra. La verdad es que estoy alucinando. Y también, en un punto, estoy aprendiendo a partir de las críticas. Hubo algunas de ellas que fueron muy poéticas, con visos de literatura y muy cuidadas. Analizan el espectáculo pero también hay mucho amor en esos detalles. Me gusta mucho esto porque…soy un sensiblero y un sensible pero a mi, estas cosas me llegan. Son unas críticas hermosas y aprendo de ellas y de lo que me dice la gente. La verdad, estoy flipando.


-Si no eras actor, ¿qué hubiese sido de tu vida?

– Menos mal que el teatro se me cruzó en la vida. Como sueño…no he tenido…Cuando empecé a hacer teatro, ahí se convirtió en mi sueño. Uno de reafirmarse en decir “esto es lo que quiero hacer”. Trabajar en algo que te gusta mucho es un privilegio. Fui protésico dental, trabajé en bares tanto noche y día, repartí publicidad y también fui cartero. Hice muchas cosas pero el teatro llegó en un momento en que estaba en el instituto estudiando por la noche, los sábados repartía el correo, los viernes y sábados por la noche y el domingo al mediodía trabajaba en un par de bares. Tenía 22 años y estaba mal. En el instituto no me iba bien y ahí me cae el teatro. Venía mal, había repetido cursos…Un desastre! Un amigo me dijo de ir a un curso de teatro. “Ven al curso que hay una chica muy guapa con una trenza larga….”. Fui para allá y salió todo bien…como dicen acá, el “chamuyo”. Mi madre se enojaba. Estuve trabajando por cinco años haciendo dientes de protésico dental. No podía más…


-Si por la puerta de Timbre 4, entrase el José de 22 años, que estaba estudiando teatro y veía a la chica de trenza, ¿qué le dirías?

– Le diría “Bienvenido a casa” y después que trabaje y estudie mucho. No hay otra forma de hacer teatro. También que se divierta. Era todo una reivindicación para empezar, antes ser actor y leer a Calderón, Lorca, Shakespeare, Cortázar, Borges. Lo único que nos salva de ser unos hijos de puta es el arte. A mi me enseñó mucho trabajar en la noche ya que me permitió ver cosas que sabía que no las quería para mi. Para mi, hacer teatro es querer cambiar las cosas. Sé que suena pretencioso pero no lo es si lo piensas. Si le puedo mostrar a la gente, desde lo que yo hago, cómo está toda la mierda en que vivimos, quiero hacerlo. Por eso estoy tan cercano a lo que ocurre en la calle. Alacran inventa su realidad porque no se la banca del dolor que tiene.


“Alacrán o la ceremonia”. Timbre 4. México 3544. Domingos 19 y 21 hs.

-Domingo 10 de abril, charla abierta con José Antonio Lucía, tras la primera función-.

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