Es ese mundo del llamado “mientras tanto”, en el que nada pasa cuando todo pasó y uno quiere que pase algo, solo por el hecho de estar acostumbrado a que eso pase. Lindo trabalenguas, ¿no? Pero mucho más conocido y vivido del que uno querría admitir. El saber que uno tuvo chances y no las aprovechó o que ni siquiera las forzó y vio como se iban por la rejilla de los sueños rotos.
Los caminos a seguir pueden ser varios y van desde esa soga que está colgando justo en el medio del escenario hasta buscar las explicaciones del caso…mientras tanto. Asi, las reflexiones irán desde la lucidez extrema y la ironía como un brindis a la salud de Marx hasta el hastío de sentirse cansado de tantas ideas quijotescas que terminan chocando contra molinos de viento. Esta provocación que realiza Javier Margulis a través de un texto es algo que no se venía viendo en el teatro de los últimos tiempos, tan acostumbrado a los mensajes “políticamente (in) correctos” dejando de lado la búsqueda de movilización en un espectador que espera que le sirvan el bocado artístico de turno. Norberto Trujillo es él “que soy yo, que es él y que somos todos”, como diría John Lennon cuando se autodenominaba Morsa. Es exacto en toda su composición, desde los mínimos gestos hasta los silencios y gritos de palabras llenas de emoción y sentido. La iluminación y la escenografía enmarcan de manera perfecta un clima ominoso que se ve diferente una vez vivida la experiencia, al empezar a recordarla.