Lo primero es la familia
Dramaturgia y dirección: Victoria Hladilo. Con Roxana Randon, José María Marcos, Emiliano Díaz, Victoria Hladilo, Mercedes Quinteros y Darío Miño. Supervisión dramaturgia: Joaquín Bonet. Vestuario: Laura Staffolani. Diseño de escenografía: Manuel Vignau. Realización de escenografía: Lau Roldán y Antuan Veloso. Diseño de luces: Sandra Grossi. Diseño sonoro: Ignacio Viano. Voz en off: Catalina Auge. Música original: Antonio Abadi H. Diseño gráfico: trineo.com.ar. Fotografía: Luis Abadi. Producción ejecutiva: Poppy Murray. Asistencia de dirección: Catalina Auge y Manuel Vignau.
Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. Domingo, 21 hs.

Como si fuera un árbol de fuertes raíces, de cuyo tronco salen ramas fuertes (¿acaso no debería ser así una familia?), Hladilo parte de una historia sencilla –no simple- que es la de Paula, una mujer que se desdobla para hacer frente a la fiesta de cumpleaños de su hijo. Desde ese momento, se visibilizarán varias relaciones por demás complicadas, tal como las que incluyen a Ana y Emilio -sus padres- y Maxi –su marido-. Inclusive, con quienes forman temporalmente de su mundo, como Ely, la empleada que la tiene que ayudar en sus quehaceres domésticos y Lucho, el animador de la fiesta.
La puesta es vertiginosa en su ritmo al tiempo que abre el abanico de preguntas a realizarse. Esto, en tanto y en cuanto la neurona atenta ponga el ojo a lo que ocurre sobre tablas. Al respecto, es por demás efectiva en el caso que el espectador se quede con la superficie humorística de lo planteado. Si desea profundizar la montaña rusa en que Hladilo ha sumergido a la platea, salen a flote los conflictos que Paula debe enfrentar con sus propios deseos y el “deber ser” que le impone tanto su crianza como la sociedad. Será ese tipo de comedia dramática donde hay espacios tanto para la risa como para una reflexión seria, que no cae en la solemnidad en ningún momento.
Por otra parte, se saluda el haber dejado de lado la imagen inmaculada de la familia, corriendo el velo de la falibilidad de sus integrantes, con sus luces y sombras. Las buenas costumbres suelen ser “pour la gallerie” mientras que puertas adentro el egoísmo y la codicia hacen su parte. Todos tienen algún tipo de atadura que les impide realizar lo que desean pero si pudiesen, ¿lo harían? Ahí es donde se juegan los intereses detrás de cada paso a dar. La manipulación está a la orden del día en la sutil perversidad de un esposo y la relación con los padres. Inclusive, en los tira y afloje en torno a Ely, como si la joven fuera un «bien de cambio», una mercancía para dominar y usar. Ni hablar de la presencia inquietante y tentadora de Lucho.
La cereza del postre de este combo tan “familiar” para los presentes, es la culpa. Esa piedra invisible de miles de toneladas que impide tomar una decisión que eventualmente, salga de la lógica dictada por la unidad familiar.
Justamente serán esas palomas del título, las que brinden un poco de aire en tanto permiten realizar a una gambeta corta a este aparato ideológico llamado “familia”, al decir de un tal Althusser. La posibilidad de volar a esos lugares donde exista la libertad. En esta línea, es por demás elocuente quien desea viajar junto con las aves.
El dibujo de los personajes es elocuente. Para llevar a cabo un texto por demás corrosivo, las actuaciones son fundamentales. El elenco completo es preciso por lo requerido por la dirección. Párrafo aparte para José María Marcos, muy exacto en su interpretación de un Emilio querible, que pone el acento en el trato a los adultos mayores.
Termina la función y estalla el aplauso. Habrá rostros sonrientes y otros, no tanto. Teatro en plena posesión de su modificadora magia. Aquella que no te hace salir indemne de una función. “La casa de las palomas” molesta e inquiere desde una puesta tan urgente como divertida, que permite la reflexión crítica, sin perder la sonrisa.