Teatro: Lo Mejor 2019

Para esta época, en la curva final del año, llega el momento de realizar el consabido balance en el que recopilamos las obras que, a nuestro humilde considerar, merecen destacarse en un mar de estrenos de calidad diversa (término por demás ambiguo e irónico). En nuestro caso, tratamos de ir a ver la mayor cantidad posible, siempre con las limitaciones del caso. No obstante, el número de obras que hemos presenciado supera en número a muchos afamados medios que fijan “agenda” y con muchos más recursos que este humilde blog que brinda la misma consideración tanto al teatro independiente como la calle Corrientes y el teatro oficial.
 

«Hamlet» combinó calidad artística y un boom en la taquilla

En el marco de la cantidad de obras que vimos (130 aproximadamente), diremos que hubo una apreciable cantidad de puestas que se consideran “buenas”. O sea, están bien hechas, cuentan con actuaciones acordes, buen texto y dirección pero no van más allá de eso. La corrección se impone y esa regularidad termina siendo un “más de lo mismo” que una virtud.
Sobre este tema –que se exacerbó este año- nos habíamos referido promediando el 2017. Lo llamamos “Teatro PPC”, que implica una combinación de “sensibilidad”, “buenas intenciones” y nivelar para abajo para que nadie se ofenda si alguien abre la boca con alguna aseveración discordante (https://bit.ly/2CliOUY) .
Desde este espacio, nunca nos resultó prioritario pertenecer al “Club de la buena onda” en la que todo –absolutamente todo- tiene un motivo para ser destacado con un criterio tan laxo no teme en la misma categoría (y “recomendar” con similar entusiasmo) a Ricardo Arjona y Gustavo Cerati. Esta situación, no solo incluye a los elencos sino a agentes de prensa y periodistas/críticos que terminan siendo entusiastas-fans-buena-onda-que-cuentan-lo-que-ven. El periodismo no es una ONG de egos y/o talentos mal curados pero lo más importante es “ser bueno”. (https://bit.ly/2CkLcGx)

Empezó lento el 2019. O más o menos. Igualmente, salvo que sea absolutamente necesario, no somos de ir a la tan mentada “función de prensa”. Menos aún si es la primera función de la puesta. De la tercera para adelante, como quien dice. Por tal motivo, no respetaremos el orden de estrenos.
Al respecto, que mejor que empezar este resumen del año con un clásico que batió records. Nos referimos al “Hamlet” que presentó el Teatro San Martín, con dirección de Rubén Szuchmacher, que contó con Joaquin Furriel, Belén Blanco, Luis Ziembrowski, Claudio Da Passano, Marcelo Subiotto y gran elenco.
Szuchmacher trabajó sobre el texto original donde mantiene su clasicismo pero lo dota de una impronta de diálogo con la coyuntura actual, resignificando su sentido. La traducción realizada por Lautaro Vilo y la versión concebida por la dupla Vilo-Szuchmacher, mantiene la poética del original pero lo hace accesible a todo tipo de público. O sea, realiza una gambeta corta que deja fuera de juego a esa especulación/prejuicio de la “seriedad” de Shakespeare, pero sin perder un ápice de su esencia. Si bien mantiene la complejidad de su palabra –no exenta de humor e ironía-, se aleja de toda aura de solemnidad que repele a una buena parte del público curioso, que se asusta y se excusa diciendo “Y…¡es Shakespeare!”. Szuchmacher desarrolló una puesta tan inteligente como dinámica. A diferencia de otras versiones, están los personajes que están, cada uno en su lugar, sin que disipe la presencia de ninguno de ellos.
Además, le moja la oreja al público, en tanto su rol como tal. La ceremonia que constituye el teatro es única e irrepetible. A contramano de la cultura de vacía inmediatez que domina en la actualidad, donde todo está a un click de distancia, se planta con una versión de tres horas, con dos intervalos. El espectador debía abrir su mente y corazón asi como apagar su celular como extensión de su ser -¡como harta su sonido en medio de la función tras el pedido de silenciarlos!- para aprehender y disfrutar de lo que está ocurriendo sobre tablas.
Rubén Szuchmacher realizó un “Hamlet” tan personal como actual, al tiempo que rinde un sentido homenaje a William Shakespeare. Es la reivindicación de un teatro realizado con seriedad y conocimiento, con entradas accesibles para que el público opte -y se deleite- por una experiencia única e irrepetible que tuvo 76600 espectadores en 81 funciones. Todo un híto que superó a otras puestas de la calle Corrientes sostenidas por la presencia de estrellas de televisión, textos pasatistas y fuertes campañas de prensa. 
El Teatro San Martín contó con otros títulos de calidad como “La Vís Cómica” (el retorno de Mauricio Kartún al teatro oficial), “Happyland” y el “Macbeth” realizado por el Ballet Contemporáneo del propio teatro.

«Un domingo en familia», poética autocrítica política.

“Un domingo en familia” fue una puesta de lujo del Teatro Cervantes. La misma se ubica en el 28 de diciembre de 1975, día en que Roberto Quieto (a quien se alude pero no se nombra nunca), dirigente de Montoneros, es secuestrado por las fuerzas de seguridad, en la zona de Playa Grande, de Martínez. A partir de ese hecho puntual, los acontecimientos van y vienen en esos años, con el punto siempre puesto en la vida y obra de dicha organización, extensible al peronismo. El texto de Susana Torres Molina es elocuente. Muy pocos han realizado una autocrítica tan feroz y sincera. Es mirar hacia adentro para sacar a la luz la gran cantidad de “errores” cometidos por la organización. Las comillas dan cuenta de las dudas en la concepción de los mismos. Una especie de “sin querer queriendo” que, al día de hoy, sigue abriendo dudas, debate y acusaciones cruzadas entre la dirigencia y la militancia. La dirección de Juan Pablo Gomez crea un universo poético para un relato histórico, haciéndolo aún más contundente. La polifonía resultante es pura creación de sentido, destacándose el trabajo en el diseño sonoro y música en escena de Guillermina Etkin. Los sonidos realizados a través de algunos objetos, instrumentos y palmas es un mix de sencillez e imaginación puesta al servicio de la obra. Inclusive, termina constituyéndose como un personaje de la puesta por todo lo que emana desde su concepción y realización.

Recién destacamos a Susana Torres Molina. Ahora haremos mención al trabajo de dos dramaturgas con escrituras bien diferentes pero de absoluta personalidad. Tal fue el caso de Mariana Cumbi Bustinza y Raquel Albeniz.
Bustinza se dio el lujo de estrenar la corrosiva “Lo que quieren las guachas”, -obra divisoria de aguas si las hay-, y presentarla junto a sus dos creaciones anteriores “Gorila” y “Menea para mi” para conformar una trilogía única, en un mismo espacio como el Teatro El Extranjero.

Mariana Cumbi Bustinza y su corrosiva «Lo que quieren las guachas»

En el formato de una bien conocida historia que no pierde vigencia (chico/a pobre se enamora de niña/o rica/o), “Lo que quieren las guachas” retoma algunas de las problemáticas que nos atraviesan como sociedad: el debate en torno al aborto, el racismo, la lucha de clases y la transfobia. El origen de las parejas será diverso en tanto podrá ser el amor o el simple hecho de seguir las normas del patriarcado que forja los caracteres de los individuos. Cuerpos como trofeos a exhibir al tiempo que el desprecio de clase se manifiesta de varias maneras, siempre con el poder ubicado en el mismo lado. El título justamente alude al deseo de decidir sobre el propio cuerpo, como mujeres, frente a las vicisitudes que plantea la vida. Con un exacto mix de crudeza y sensibilidad, la pluma de Mariana Cumbi Bustinza lleva adelante una puesta de personal poética, sin caer en ningún tipo de sensiblería empalagosa.
En el caso de Albeniz, se dividió entre “Mientras vuelan los campos” y “Tilcara no duerme”. En la primera, una pareja -Elena y Silvio- se debate entre quedarse en su rancho o partir, frente a una coyuntura que les pasó por encima. Desde el momento en que los personajes dicen “presente”, se abre el juego hacia distintos rumbos, dando pie a diversas interpretaciones -todas posibles-, mientras plantea interrogantes varios. ¿Es un enfrentamiento entre el progreso y el pasado? ¿La reivindicación de una tradición o la necedad frente a lo irreversible? La actualidad de los temas es poéticamente conmovedora y contundente. La soja como única forma de cultivo y el que no se adapte, sabrá cual es su destino. Algo extensible al capitalismo cuyo caballito de batalla es esa meritocracia para nada amigable y mucho menos, inclusiva. Pero también aborda la forma en que una pareja hace frente a la situación o como se puede aferrar a cierta porción de esperanza que surge de un lugar por demás inesperado.
En “Tilcara no existe”, la misma Albeniz baja al escenario y une su talento al de Amancay Espíndola para crear un relato de corrosiva actualidad, pero sin dejar de mirar por el espejo retrovisor a un pasado enaltecido. Dos nietas de una estirpe de la que solo disfrutaron algunos retazos, viven esa melancolía por dejar ser lo que fueron frente al avance de un «aluvión salvaje» para el cual no estaban preparadas. La concepción de estas mujeres es precisa. La frase “En los ojos de ellos veo mi nobleza” es tan metafórica como poderosa en tanto «complejo de conciencia limpia» por parte de esa «clase/raza superior». Ejercen el control y el poder sin remordimiento. El desprecio al otro -que ha dejado de ser el «buen salvaje»- se manifiesta en el maltrato a su lenguaje corporal, el acento, el dialecto, la tez, la vestimenta. “Civilización y barbarie” de Sarmiento, “Cabecita negra” de Rozenmacher y “El matadero” de Echeverría forman parte de la condición de producción de un texto riquísimo.

Pertinente y acertada radiografía familiar en «La casa de las palomas»
Otro nombre a mencionar es el de Victoria Hladilo que continúa con la deconstrucción de las instituciones más “sagradas” de la clase media argentina. Primero fue la educación (“La sala roja”), las parejas (“la culpa de nada”) y ahora con “La casa de las palomas” le tocó el turno a la familia. Y lo hace de manera exacta, con una sabia combinación de humor, parodia e ironía de una de las más sobrevaloradas instituciones por las que transita el individuo. La puesta es vertiginosa en su ritmo al tiempo que abre el abanico de preguntas a realizarse. Esto, en tanto y en cuanto la neurona atenta preste atención a lo que ocurre sobre tablas pero…sin perder la sonrisa. Es una comedia por demás efectiva en el caso que el espectador desee quedarse con la superficie de lo esbozado. En el caso que desee profundizar la montaña rusa en que Hladilo ha sumergido a la platea, salen a flote los conflictos en los que una mujer debe enfrentar con sus propios deseos y el “deber ser” que le impone tanto su crianza como la sociedad. Será ese tipo de comedia amarga donde hay espacios tanto para la risa como para una seriedad reflexiva, que no cae en la solemnidad en ningún momento.
Por otra parte, se saluda el haber dejado de lado la imagen inmaculada de la familia, corriendo el velo de la falibilidad de sus integrantes, con sus luces y sombras. Las buenas costumbres siempre son “pour la gallerie” mientras que puertas adentro reinan el egoísmo y la codicia. Todos tienen algún tipo de atadura que les impide realizar lo que ellos desean pero ¿si pudieran, lo harían? Ahí es donde mete la cola el diablo de la manipulación y los intereses que se juegan detrás de cada decisión. La cereza del postre de este combo tan “familiar” para los presentes, es la culpa. Esa piedra invisible de miles de toneladas que impide la toma de decisiones ante cualquier situación.

Sin lugar a dudas, “Trastorno”, la última creación del prolífico y excelso Pompeyo Audivert es una de esas puestas que dan para verla más de una vez. En esta versión libre de “El pasado” de Florencio Sánchez, una familia de alta alcurnia da cuenta de sus vicisitudes, extensibles a toda la sociedad. Visceral y ponzoñosa, llevará adelante un humor ácido y corrosivo que apela a esa sonrisa reflexiva y triste al poder establecer lazos con esa realidad tan cercana, que lo termina llevando puesto a uno. Más aún, cuando la identificación con gente cercana y la propia educación es más que palpable.

El teatro tuvo dos puntales en esa idea de llevar la ciencia ficción a las tablas. En primer término, “Alfa” lo hizo, lejos de cualquier snobismo pretencioso, con una puesta deliciosa en la que el humor, la ironía y la crítica van de la mano. Las mujeres dominan todas las esferas pero se necesita un falo, para lograr la sustancia necesaria para la procreación, debido a la infertilidad de gran parte de la población masculina. Felicitas Kamien plantea en su puesta varias aristas a considerar. Ahora son los hombres los que deben cuidarse de las mujeres, al ser víctimas de ataques y vejámenes varios. La inversión de la coyuntura actual pero mostrada con corrosivo humor. Cada situación, cada momento va más allá de la hilaridad de la propuesta. Por eso, el chip deberá cambiarse para dar cuenta de ese todo que es la obra, superador de la suma de las partes, que permite realizar una decodificación selectiva, cortesía de prejuicios, competencias, e inclusive, decisiones al respecto para no hacerse cargo de lo que se ve sobre tablas. En tal sentido, es una muy buena ocasión para algún replanteo haciendo el esfuerzo de no quedarse únicamente con la punta del iceberg que es “lo jocoso” o caer en la literalidad solo para reforzar una conciencia que atrasa años.
En el segundo caso, era todo un desafío cómo encarar un proyecto como el de “La Naranja Mecánica”, todo un clásico del cine y de la literatura. De ahí que cierta desconfianza pueda surgir ante semejante reto. ¿Podrán? La respuesta es si…y con creces. Alrededor de Alex, gira una historia rica y corrosiva en tanto los planteos que realiza, los cuales mantienen la vigencia del primer día en que fueron concebidos. Maldad en estado puro por parte del individuo y el origen de la misma. ¿Cuáles son los motivos? Más aún con un sadismo en pleno estado. El disfrute por el dolor ajeno. ¿Se cura o se puede “encarrilar” para servir a otros fines?
 

Madre e hija, frente a frente en «La reina de la belleza»

Párrafo aparte para “La reina de la belleza”, puro teatro inglés in-yer-facede calidad, adaptado a nuestro idioma sin que pierda su encanto. La violencia, la culpa y la manipulación rigen la vida de Madge y su hija Maureen en el trato cotidiano. Esa madre que quiere que su hija este a su entera disposición y la cuide hasta la partida hacia otros mundos, no escatima ningún tipo de artimañas para lograr su objetivo. Lo procaz y lo escatológico sacude la modorra de la empalagosa bondad y apunta a la indiferencia y a “las buenas costumbres” que son moneda corriente en estos vínculos.
                                                             
Entre los reestrenos de calidad (“Petróleo” se convirtió en un híto), fue el retorno de “El Farmer” el que se lleva las palmas. A partir de la figura del Restaurador de las Leyes, se plantean diversos conflictos que atraviesan nuestra historia con profundas secuelas al día de hoy. La reivindicación de la identidad nacional, la relación de Buenos Aires con el resto del país y “la grieta” con Sarmiento forman parte de un monólogo devenido diálogo entre dos etapas de la vida de Rosas, encarnadas por Rodrigo De la Serna y Pompeyo Audivert.
Los recuerdos y reflexiones realizadas a través de este héroe/villano maldito de doble composición, son de amplio alcance. Ese Rosas que viaja entre la petulancia y la amargura, el orgullo y la bronca, sabe de su legado al país y como su figura será tomada (y deformada) en el futuro. La denostación constante del admirado Sarmiento pone de manifiesto la tensión entre dos formas de concebir la política de un país, dando cuenta de una situación que no viene de los últimos años, tal como los medios hegemónicos buscaron instalar, con el beneplácito de cierta parte de la población. El linkeo con la actualidad es inmediato y fuerte en su impacto.
Finalmente, no podemos dejar de destacar a algunas puestas como “Cabo verde” y “Cisneros”.

Para el final, mencionaremos algunas experiencias teatrales tan inquietantes como valiosas. En primer caso, “Una obra más real que la del mundo” que da cuenta de lo fascinante que es ver la ciudad de Buenos Aires con ojos de turista y más si se trata del Cementerio de la Chacarita, la necrópolis más grande de América Latina. El hablar de cementerios eriza la piel a más de uno y tiene que ver con el terror occidental a la muerte. La propuesta de Victoria Roland y Juan Coulasso sumerge al caminante en una experiencia de descenso a las entrañas del Sexto Panteón, obra monumental realizada por la arquitecta argentina Itala Fulvia Villa. Allí la percepción del tiempo es otra. El mundo de los vivos y de los muertos se hermana y elabora una dinámica orgánica con la naturaleza que se cuela por todas partes. Lo atrapante es que, por razones obvias, los límites de la ficción penetran la realidad y viceversa, en tanto trabajadores del cementerio realizan un involuntario cameo teatral o deudos que visitan a sus seres queridos.

«Vestidos violentados» en el hall del Teatro San Martín

En segundo término, la bailarina y coreógrafa Andrea Castelli realizó una doble presentación de alta calidad con “Barroco en Barracas –Las novias del templo escondido” y “Vestidos violentados”. La primera de las mencionadas es una propuesta atractiva que comulga con las reivindicaciones feministas de estos últimos tiempos. Realizada en el Complejo Histórico Santa Felicitas del barrio de Barracas, los espacios de la iglesia fueron aprovechados al máximo, con los bailarines ubicados en distintos lugares, cobijados por una luz tenue y la magnificencia del reducto. Castelli volvió a romper con la tradición de un público estático en tanto éste debía desplazarse en función de los movimientos de los bailarines. Cada cuadro representado es un homenaje a Felicitas Guerrero, joven aristócrata de la sociedad porteña asesinada de un disparo por un pretendiente. Lo que había sido calificado como «crimen pasional», hoy es considerado el primer femicidio de la historia argentina.  Dramatismo, belleza y poesía compusieron una armónica e impecable performance que dejó boquiabiertos y conmovidos a los presentes.
Para “Vestidos violentados”, Castelli ubicó la acción en el Hall Central del Teatro General San Martín. El desgarro, el orgullo, el empoderamiento y el dolor se daban cita en los cuerpos reales que, a través de la danza, mostraban diferentes luchas como la despenalización del aborto, el #NiUnaMenos y la Ley de Matrimonio Igualitario. El hip hop, la cumbia y el folklore, entre otros, fueron los ritmos elegidos para musicalizar el desfile performático. Brillaba la recurrencia del vestido de novia, símbolo de mandatos culturales y sociales tales como el matrimonio y la constitución de una familia, siempre con los valores de fidelidad, recato y pureza. “Vestidos Violentados” fue una experiencia movilizante y conmovedora de cruda belleza.

Otra experiencia a destacar fue el Festival Enredadera, realizado en la librería La Libre, con la coordinación de Candelaria Sesín y Danae Cisneros. Aquí, las directoras Agustina Suárez, Nadia Sandrone y la propia Cisneros realizaron tres textos (“Naufragio”, “Pasión en remojo” y “Doy rara”) de Fernanda García Lao a los que adaptaron para llevarlos a las tablas.
Algún desprevenido se habrá sorprendido por la visceralidad de la propuesta. La pasión y el deseo de mostrar el propio trabajo remite a esos tiempos de creatividad urgente, de otra época y reverdecer los laureles de esos momentos. Más aún con tres mujeres protagonistas, ubicándose en el centro de la escena, de manera muy próxima al público que captará aquello que sale de los cuerpos en el escenario. Esta proximidad será fundamental para dar cuenta del marco de ceremonia o rito que forma parte de la atmósfera del evento. 
La segunda edición del Festival Mujeres a la Obra y el Festival LATE, realizado en Tres de Febrero dan cuenta de cómo el teatro se inserta en una clave social importante al visibilizar la lucha contra la violencia de género a través del arte, tanto en CABA como en el conurbano bonaerense.

Próximamente será el turno de las actrices, los actores y esos hechos/acontecimientos que atravesaron al teatro más allá de las puestas realizadas. 

Informes de «Una obra más real que la del mundo», «Vestidos Violentados» y «Barroco en Barracas»: Cecilia Inés Villarreal.

0 comentarios en “Teatro: Lo Mejor 2019”

  1. Tal cual, fué un Hamlet clásico pero apto pa todo público. Hubo de todo pa ver. Muy buenas, comunes y hasta flojas. A mi criterio algunas obras son buenas más por el corazón puesto que por la pieza en sí. Yo las disfruto igual.

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