Las parejas son un mundo en si mismo aunque, paradójicamente, puede haber similitudes varias.
Una vieja canción de Memphis la Blusera hacía referencia a que “se aman, se pelean, se vuelven a amar”. Es esta segunda vuelta de tuerca (con visos críticos a la génesis de la relación) es la que toma Melisa Freund para crear todo un mundo a partir de un ámbito despojado y lumínicamente etéreo asi como familiar, en el que se desarrollarán los acontecimientos. El y ella, no tienen nombres por lo que puede ser cualquiera o todos pero nunca ninguno. Él no puede, no sabe, como abordar una relación que lo exige más de lo que desea (puede o quiere) mientras que ella exige, pide pero nunca termina de soltar amarras de su propia crianza que la llena de exigencias que no le son propias. En ese tira y afloje, donde el amor transcurre como un bien de cambio en el que los sentimientos parecen ser un rasgo de debilidad en detrimento de la contienda dominada por el orgullo y la dominación, la puesta gana en un texto actual, mordaz y fuerte crítica al concepto de “pareja”, bajo ciertos parámetros que se consideran como “intocables”.
La dramaturgia plantea interrogantes por demás incómodos. Amor, para qué? Vale la pena el riesgo a ser felíz o directamente a la comodidad de “permanecer”. Woody Allen le decía a Diane Keaton, en Annie Hall, “las relaciones son como los tiburones, tienen que estar en permanente movimiento…y nosotros tenemos un tiburón muerto”. Es ese mismo escualo el que tienen él y ella en sus manos, que quieren revivir pero no tienen éxito en el intento.