En los últimos días, en Capital Federal, se han producido variadas tomas de colegios secundarios debido a que están en pésimas condiciones. Esto no sería nada raro si es que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires -que no cumplió con su deber de brindar un lugar apto para la educación- no contaba con un aliados por demás importantes, imprevistos y también, porque no decirlo, patéticos: los padres de los alumnnos.
Veamos: los hijos toman los colegios porque son un desastre y los viejos critican esto. Lo que me resulta escandaloso, como una persona que ha pasado los 30 años, es que siempre se criticó que la juventud era «anómica», que «no les importaba nada» y que «no hacían nada». Ahora, cuando toman una medida por un motivo ampliamente justificado, son los propiios padres los que se enculan.
Pensemos ¿por qué se enojan estos padres? No vamos a caer en el reduccionismo de que son cómodos, que con tal que los hijos no jodan en casa, que esten aunque sea en El Olimpo, o la típica de vecina chusma de barrio «¿qué dirá la gente que mi hijo toma un colegio? ¡Que es comunista!».
Personalmente, me gustaría saber a quien votaron estos padres en las elecciones a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Sería una vergüenza mayor que hayan votado a Mauricio Macri y, como este no cumplió lo dicho respecto a la educación, sus propios hijos les digan indirectamente «¿No te avivaste que tu voto se lo metió en el culo y que no va a hacer nada de lo prometido?». Estos padres son apolíticos o peor, son capaces de votar a Stalin con tal de que se les permita seguir “trabajando con tranquilidad”. Egoístas y mezquinos, estos padres educan a sus hijos mirando su propio ombligo.
Estos chicos, que toman un colegio para pedir por su derecho a recibir una educación digna, en un lugar acorde, están haciendo algo muy importante: no se están callando. Los padres que critican a los chicos fueron aquellos que pasaron el secundario, calladitos la boca a todo lo que les decían a través de la «educación», sin darse la libertad de pensar por sus propios medios. O sea, corderitos reproductores de un sistema consumista en el que «el ganador es Dios y al perdedor, que lo parta un rayo». Asi, las ideas bien muertas están, en tanto y en cuanto, una tarjeta de crédito lo soluciona todo. Esto lo digo porque muchos de estos padres se criaron en plena época de la Dictadura y la pasaron bomba con el menemismo. No obstante, no aprendieron nada salvo un egoísmo de clase que apesta. Esto es lo que se trasmite de generación en generación en lo que se llama «valores familiares».
Todo esto, sin contar que ocurriría si los chicos salen a cortar una calle para que los escuchen. A medida que pase el tiempo, se volverá menos importante este tema y otro ocupará el lugar de la agenda de los medios. Pero ojo, no se olviden que esto va más allá de la formación educativa de los chicos. También está en juego lo que quiere una sociedad adulta que, parece borrar con el codo, el tan mentado deseo de una juventud participativa, escrita con la mano.
¡Bienvenidos al Caleidoscopio!