Era uno de los cantantes más conocidos de los años 90. Primero, como miembro de Take That, boy band de alta visibilidad en Inglaterra y después, con una carrera solista que lo instaló con nombre propio. Su nombre completo era Robert Peter Williams pero todos lo conocían como Robbie Williams.
Hoy, Netflix realiza un documental sobre su vida tras una retirada y posterior retorno a nivel artístico. Esta vez, con el propio Williams viendo imágenes de archivo en su cama, desde su mansión en Los Angeles. Pero será esta misma situación la que establece una visión particular sobre su persona. Es bien sabido lo que significa el objeto “cama” en tanto metonimia sobre el descanso y a una hipotética situación de depresión.
A partir de una personalidad extrovertida e insegura introspección, parte su ser en una especie de Dr Jeckyll y Mr Hyde. De esta manera, gran parte de la vida de Williams convivía con la venta de discos y el deseo de reconocimiento artístico, la popularidad y la crítica por parte de los medios y colegas.
El descargo frente a la cámara es continuo, pero no aburre. No es un mar de lágrimas, sino que lo ve con la distancia de quien tiene el cuero curtido por todo lo vivido. Siempre con el mismo Williams acostado, mirando el pasado como si fuese una película de otra persona. Es un intento de análisis en el que entra y sale constantemente, añadiendo su percepción desde el actual -pero lejano- 2023. Una especie de “Williams in his own words” de este siglo en que la imagen lo es todo. La aparición de la hija de Williams en el relato es un oasis que lo ubica en una actualidad que lo tiene viviendo en Los Ángeles, con su familia.
Dividido en cuatro capítulos muy bien estructurados en tanto los planteos a nivel cronológico, el desarrollo es atrapante. Esto trasciende a la impresión que uno tenía del cantante, lo cual implica una operación importante para despojarse de los prejuicios que se tuviesen. Recordemos que Williams ha seguido el manual de toda estrella pop. Empezó en una “boy band” exitosa como Take That pero como él tenía su propio vuelo, se va del quinteto coral para iniciar su propio camino. Eran los años ’90 de una Inglaterra deseosa de tener ídolos propios (recordemos que se venía de un período de dominio del grunge con Nirvana a la cabeza) y el pop tenía esta opción. Al poco tiempo, Cobain se suicida y surge Oasis como punta de lanza del denominado “brit pop” que incluía a Blur, Pulp, Suede, entre otros.
En ese contexto, Williams busca despegarse de la impronta que le venía de Take That con distintas acciones. Se acerca a los hermanos Gallagher, de Oasis, en busca de popularidad, creyendo que le iba a brindar «autenticidad» a su carrera. Saca discos solistas de importante éxito comercial aunque algo faltaba. Al poco tiempo, se pelea con los «hooligans» del rock inglés, que incluye una invitación de pelear en un ring de boxeo.
Desde un primer momento, Williams fue de esos que plasmaban en sus canciones el volcán interno de su existencia. Ojo, no era Lennon o Dylan pero sus melodías tenían algo que impactó en el público si bien era un tipo que “nació para entretener”, tal como ha dicho más de una vez. Sus temas eran agradables, pegadizos junto con una imagen de quien tenía un carisma que no terminaba de encajar. ¿Era un galán? ¿Un chico “malo” pero sin el aura del más chico de los Gallagher? ¿Una estrella pop sin la impronta de Damon Albarn o Jarvis Cocker? Tampoco iba hacia la introspección de Thom Yorke.
Paralelamente, sacaba “Angels” –una canción que se convirtió en un himno que cayó en un momento justo, tal como el de la muerte de Lady Di- pero también “Strong”. Allí decía que “Y sabes, y sabes/Porque mi vida es un desastre/Y estoy tratando de crecer/Así que antes de ser viejo lo confesaré/Pensas que soy fuerte/Te equivocas”. Pasan los discos y la tónica sigue siendo la misma. En el 2002, su tema “Come undone” visibiliza sus fantasmas y como -creía que- se lo veía. “Tan rock and roll, tan traje corporativo/Tan malditamente feo, tan malditamente lindo/Tan bien entrenado, tan animal/Así que necesito tu amor, así que váyanse todos a la mierda/no tengo miedo de morir/simplemente no quiero/Si dejara de mentir, te decepcionaría/Me desintegro”.
El documental abre diversas aristas a partir de la riqueza del perfil de Williams. Permite escarbar más allá de sus adicciones. La salud mental mete la cola en el medio en tanto depresión y cómo se encara la masividad. El concierto en Leeds en el 2006 es una revelación al respecto. Todo esto, con la inestimable colaboración de los medios ingleses. La publicación de su disco -y simple homónimo- “Rudebox” y su recepción, reflejan las expectativas de Williams y de la prensa. El cantante, buscando nuevos rumbos para su música y la crítica, destrozando literalmente al disco. La forma en que trataron a Williams a lo largo de su carrera es, definitivamente, de mal gusto. (Des) calificaciones varias como llamarlo “Flobby Williams” en los titulares, hacen quedar a chimenteros argentinos como “nenes de pecho”.
La reflexión sobre el papel de los medios y el periodismo puede tomarse en consideración a partir de su carrera. Algo similar hemos esbozado cuando recomendamos el documental sobre David Beckham. Justamente, en el linkeo entre Williams y Beckham, ídolos británicos for export, también abre el debate sobre crianzas y la manera en que se hizo frente a las caídas. El concepto de “macho” frente a las inclemencias de la sociedad estando ellos en el centro en cuanto a “idolatría”. Ambos tomaron posiciones diferentes con consecuencias distintas aunque con un dejo de tristeza y bronca. Los otrora personajes que se destacaron en sus disciplinas, debían lidiar un papel que nunca pidieron que era el de la ejemplaridad. El paso de los años es el que marca el resultado de esta lucha.
El uso del “primer plano” permite acercarse a la intimidad de un Williams más tranquilo, pero no calmo. Recuerda con cariño el pasado que incluye una visión crítica de lo ocurrido. Sobre todo, en cuestiones del amor, incluida Spice Ginger y la ex All Saints, Nicole Appleton. Su vínculo con el productor Guy Chambers es retratado con seriedad en tanto fue fundamental en la construcción de la carrera de Williams en su primera etapa.
“I am Robbie Williams” es una historia de cuatro episodios absolutamente disfrutables. La radiografía de un cantante que creció a la fuerza bajo el ojo público y la lupa de los medios. Hizo lo que pudo. En el medio, dejó un par de canciones. Nada mal, pero es más importante que los titulares de diarios que, al final del día, siguen una lógica macabra.