Actor de raza, se hizo famoso como uno de los «malos de la tele». Su vocación política lo llevó a la Legislatura. Héctor Bidonde cuenta su experiencia política, la vuelta al teatro y su historia de vida.
– Héctor, ¿cuántos años estuvo en la Legislatura?.
– Cuatro años. Terminé en diciembre del 2007. No bien salí, hice «Un hombre torcido», en el Nudo. Estrenamos en marzo del 2008 y estuvimos hasta julio. Fue una experiencia lindísima. Además, con todo el tema de la causa armenia, uno trata de acompañar y se juntaron las dos cosas. Fue muy gratificante. Mientras tanto, volví a enfocarme y a buscar mi lugar en el medio, en la profesión. Hice un corte deliberado en lo que se refiere a cine y televisión. Tampoco hice nada de teatro que fue el compromiso que adopté cuando asumí la banca. Cuando salí, dio la casualidad que hice un programa del ciclo de Fontanarrosa en Canal 7, «Un hombre torcido» y parecía que todo venía bien, que se iba acomodando de a poco a su cauce. Pero rápidamente me di cuenta que había dejado bastante gente irritada, con alguna afectación.
– ¿Si?
– Uno sabe que estando en la lucha política, de intereses, estuvo en el medio un montón de episodios: la separación del grupo de Luis Zamora, la conformación del Bloque del Sur, después vino Cromañon y el juicio a Ibarra dejó a gente muy afectada ya que integré la Comisión Juzgadora. Reverdecieron algunos resquemores que los estoy detectando con mucha más claridad ahora con lo que fue el tema de las PNT (publicidad no tradicional) en televisión.
– El chivo..
– …interno. En el 98, 99, haciendo «Gasoleros», no me pareció que había afectado a nadie, de forma concreta. Con el tiempo me empecé a dar cuenta (y me lo hicieron saber) que había sido uno de los pocos actores que, -paradójicamente-, en nombre del cuidado del producto, señalaba que si aparecía un cartelito en una escena coloquial, no era significativo pero si de pronto, había una situación interna, con un conflicto de ficción importante, con un nivel de tensión, una bajada de cámara a un tarrito de mermelada deslucía la escena. Se ve que habiendo vendido toda la cartera publicitaria anticipada, ese tipo de señalamiento no cayó bien. Además, después de 30 y pico de años llegaron las paritarias a Actores y curiosamente se arregló todo menos las PNT. Me hicieron saber que fui un elemento irritativo al hacer público mi pensamiento.
– Me imagino…
-Durante los cuatro años de la gestión, debo haber sido uno de los pocos que realmente jodió con el tema de las industrias culturales. Todo esto, anticipando al fenómeno de lo es el proyecto de Ley de Radiodifusión y Ley de Medios, más el tema de la discusión y la definición de la norma y la digitalización y el tema de la extranjerización y concentración de la editorial cinematográfica y televisiva, el tema del triple play….
– Usted fue el único diputado que votó en contra de la Ley de Cultura y la Ley de Mecenazgo…
-Si, y con razones muy claras y argumentadas. Solo le pedí a quienes impulsaban la medida que digan la verdad. Que eso no era plata o aportes privados sino plata pública desgravada. Decir que la Ley de Mecenazgo era un aporte de privados a la cultura era una falsedad. Ahora hay muchos empresarios que, cuando han ido mediadores o gestores de buen oficio a plantearles las cosas, lo primero que dicen es «¿cuanto gano?». Cuando se enteran de la constitución del punto de vista económico de la ley dicen «a mi no me beneficia en nada. Si encima quiero ser patrocinador, ¿tengo que perder plata?”. Después de esta serie de intervenciones, esto me hizo estar bastante atento. Estoy viendo como viene todo esto ya que en televisión va a ser muy difícil que vuelva a hacer. Por lo menos, el tiempo que dure este freezer en el que me metieron.
– ¿Si?
– Si. Me lo han hecho saber con claridad. No he parado de laburar desde los 70 en adelante. No he dejado de trabajar, en distintos tipos de ciclos. Esto es llamativo. Además estoy en un momento, como actor, de madurez. Estoy lúcido y me siento muy bien. Trato de que mi trabajo tenga algún sentido además de ser un medio para ganarse la vida. Hace como un año y medio que no soy convocado.
– ¿El famoso «llamado» de Pol-ka existe? ¿Ese «rey midas» que es la tira?
– Y si. Para el actor, una continuidad de «x» tiempo, con una cantidad de capítulos frente a la desocupación que hay en el país y en el gremio en particular, es una fuente de ingreso y trabajo. En mi caso, no ha sido, por fortuna, algo decisivo. Estuve hace unos años y la pasé muy bien. Hice un capítulo de «Culpables» en el 2000 y después nada. Creo que esos dos años que pasé ahí… venía de hacer «Estado civil», «Zona de riesgo»…Venía de trabajar de manera constante y con buenos resultados. Después de «Gasoleros» se cortó.
– ¿No hay un papel para Héctor Bidonde?
– Pareciera que no hay. Uno sabe que cuando las cosas ocurren en las dictaduras, tienen un color y cuando ocurren en democracia, tienen otra manifestación. Hay muchos actores que han pasado por estos momentos. Tato Bores lo decía en su momento, con las advertencias del poder económico, el poder institucional, el poder corporativo. Fui un tipo que se ha peleado mucho, de frente.
– ¿Y los compañeros actores?
– Sería un milagro que ocurriese algo en función de una figura eventual, aleatoria. Si no laburás, no laburás. Hay gente de buena leche que te dice «sería bueno que esto lo juegues de otra manera». No es algo que uno tenga que hacer de esto, una cuestión de Estado. Son etapas en que uno está en stand by y hay que aguantársela. Hay compañeros que se callan la boca y viven cerca de los lugares de poder. Y no está mal. Es una elección y no implica que esté cooptada por el poder pero es gente que ha sido tradición en el gremio. Es como los jugadores de fútbol, los relatores. ¿De que cuadro sos? «De ninguno», dicen.
– Pasa bastante eso…
– Ahí digo «No, mejor no»….y ya está. Hay gente que prefiere quedar al margen porque el poder está irritado. Creo, concretamente, que no hay un proyecto cultural serio. No hay un proyecto importante como política de Estado. Todo tiene que ser multitudinario o sectorial, como ves que voy a trabajar en un organismo del Gobierno, gracias a que alguien muy cercano y de mucho afecto, me convoca. Pero esto es gracias a lo que uno ha sembrado con los años. El poder no tiene un proyecto cultural importante. Cuanto mayor vaciamiento, tal como decía Guy Debord en el 67, con la «sociedad del espectáculo» y en la etapa de la cultura como mercancía. Si da renta, rédito económico, sirve; sino, no.
– Entonces, ¿cuál sería la función del actor? El año pasado, Juan Palomino y Raúl Rizzo tuvieron inconvenientes con la gente por el contenido de “La Tentación”. ¿Solo hay que divertir? Porque si hace otra cosa más, el público (por el que se brinda) lo castiga…
– Son momentos y coyunturas muy duras. Cuando ocurría lo que fue «el fin de las breves temporadas democráticas anteriores» (63-66 y el 73), siempre hubo, en gobiernos democráticos, actores que han brindado una mirada, un testimonio crítico de una manera muy contundente. Han elegido ese camino con espíritu de lucha y han interpretado que el trabajo del actor tiene un espectro amplísimo de posibilidades. Desde la pura obscenidad y banalidad hasta niveles de compromiso profundo. Como digo siempre, repitiendo una frase de Richke, «si la vida bastara, el arte no tendría sentido». La vida cotidiana, en sociedad, laboral, no responde a todas las preguntas que el ser humano requiere. Por eso inventa disciplinas con la filosofía, la psicología y ciencias que intentan explicar los fenómenos humanos. El arte, como decía Lukacs, tiene tres vías de conocimiento, el arte, la ciencia y la vida cotidiana. La vida cotidiana ha perdido un sentido de conocimiento. Perdió sentido. El ser humano, tal como decía Adorno, «después de Auschwitz no se puede escribir más poesía». Uno lo puede tomar como un slogan, una cosa muy extrema pero indudablemente, la razón no le asiste a la sociedad como un fundamento o un pilar de desarrollo, de comunicación o de reflexión.
– Es cierto.
– Vivimos en una sociedad sin proyecto para los 40 millones de personas, con esa superabundancia exportadora. No hace falta ser muy perspicaz o inteligente para darse cuenta de que esto es un problema donde la política está cumpliendo una función y la cultura, jode. Uno puede ser Olmedo o Sofovich, que se pasa la vida hablando pelotudeces y dice que solo hay que entretener y si no es rentable y no entretiene, no sirve. Todo lo demás, puede tener alguna figura respetable, que intenta asimilar, tal como lo ha hecho a sus programas con actores estupendos. Ej, Ernesto Bianco, con cómicos maravillosos. Nunca le pediría a Olmedo o a Porcel que sean actores de contenido. No pido eso en tanto hay lugar para todos. Se debe tener cuidado ya que hay una línea en la cual uno entra en una zona de riesgo, de compromiso. Hay épocas como el post peronismo, post dictadura, Teatro Abierto, el 2001, que son saludables pero duran poco tiempo ya que después vuelve todo a su lugar. Al equilibrio de las “pautas de la normalidad”. Se relativiza todo y el actor elige donde quiere estar. Yo soy un actor que ha peleado por hacer una carrera. Me fui ubicando de un modo natural y a través del tiempo, me di cuenta que mi camino era el estudio y después la enseñanza, sin demasiadas pretensiones. Hace casi treinta años que enseño. Sobrevivo. He tenido momentos en los que me ha ido muy bien, hasta económicamente. He tratado de elegir el producto. Uno elige. No hay derecho al pataleo pero también hay que decir la verdad. Que cuando uno se pasa de la raya, es señalado y bueno…. En el Proceso pasó de otra manera. La tuve que pagar, con mucha pérdida, con expulsión de mi trabajo. Es el lugar que uno ha elegido.
– Igual, usted sabe que su rostro es conocido…Imagino que le dicen que siempre hace «de malo»…
– Si, lo se….No me sorprende porque uno ha tomado bien un perfil expresivo. Cada actor tiene una cierta zona de lo que es el espectro de los tipos humanos. Con «Un hombre torcido», hacia tiempo que vengo jugando con lo serio y lo cómico. La posibilidad de que con esta cara y con este tipo, meterme en una zona más cómica, sin perder contenido. ¡Bienvenido sea! Soy un tipo de buen humor y me critico no haber tenido una propensión más fuerte a la comedia.
En el barrio
– ¿Hace mucho que vive acá, cerca de Juan B.Justo y Av San Martín?
– Catorce años.
– ¿Cómo se lleva con los vecinos?
– Muy bien. El ser actor y tener un teatro es como…yo termino mi clase, voy al bar y preparo café para los alumnos. Colaboro con las tareas de la casa ya que tengo una familia muy joven. En el barrio me ven yendo al colegio a traer y buscar a mi hija, a inglés, a canto. Hago las compras, estoy con mi mujer y mi hija. El instalar el teatro en el barrio es una tarea riquísima. Es de las pocas cosas que me critico el haber dejado de lado en los últimos cinco años pero no tenía tiempo para poner una programación estable en el teatro y que no se perdiera el público que costó tanto conquistar entre el 98 y el 2003. Pasaron muchos compañeros como Mariana Briski o Damián Dreizik. Hice «El contrabajo», una obra de Suskind, durante trece años, entre el 88 y el 2002.
– ¿Lo reconocen?
– Si. La gente me ve como un laburador. Siempre se me vio como que estuve cerca del compromiso político y social. La política se me presentó en una coyuntura muy especial, justo cuando acababa de constituir mi segunda familia y había nacido mi hija en Mar del Plata, cuando estaba haciendo la temporada del 97 de «Hombre de mar» para Canal 13. Ahora tiene 14 años. Tuve ese trieño del 97-98-99 con «Gasoleros» y «Hombre de mar» con el que gané dinero, hice teatro, vendí un departamento en Villa Crespo y compré este galpón, donde me hice mi casa y un teatro. Una asignatura pendiente era la política. Quería saber que pasaba con la política en el plano cultural. Fue lo que hice y a lo que me dediqué en los cuatro años. A mucha gente le sorprendió pero a otra le pareció natural.
– ¿Cuando estaba en política, le preguntaban «¿Héctor, cuando vuelve a la tele»?
– Si pero me caía bien. Fue saludable que mucha gente no viviera mi ingreso como el de un paracaidista. Era un tipo que había tenido su militancia con los Derechos Humanos y a nivel gremial. Fui cesanteado en la Municipalidad de Buenos Aires en la que entré en 1969 hasta agosto del 76, por el artículo 6 de la Ley Antisubversiva. Había sido agregado gremial entre el 72 y el 74, en el mercado del Plata. En ese sentido, por un motivo u otro, se conocía mi cercanía a sectores de izquierda y las luchas populares. Me interesó develar la incógnita de saber qué pasa en un gobierno, no del poder sino para la gente. La Legislatura fue un lugar muy apropiado para darme cuenta que, en general, a los partidos políticos convencionales y un amplio sector de la izquierda, la cultura es una tarea incomprensible, exótica y molesta.
Intermedio: Héctor nos recibe en su teatro de la calle Nicasio Oroño, el teatro Paternal. Nos ubicamos en el escenario para charlar. Como es lógico, la charla deriva hacia la política. Héctor responde todo, con claridad y tranquilidad. Inclusive sobre temas espinosos como la imagen de Chavez o el rol de la izquierda en el conflicto entre el Gobierno y el campo.
Actualidad y coyuntura
– Recién habló de la izquierda y la relación con la gente. El hecho de que la izquierda haya apoyado al campo, ¿no fue contradictorio? Más aún sabiendo que el campo fue el sector más golpista del país.
– Así como el Gobierno se equivocó en la construcción y en la comunicación de la 125, en el sentido que no discriminó grandes, medianos y pequeños productores, cuasi indigentes, tal vez en la izquierda, la existencia de la Federación Agraria en lo que fue la Mesa de Enlace (que, para mi siempre fue un invento chino –no así la historia de la Federación Agraria-), pensaba que era algo coyuntural y que no se iba a mantener por mucho más en el tiempo esa unión. Hay que reconocer que la Federación Agraria, con una historia bastante progresista en alguna medida, fue constituida por pequeños productores.
-Tenía una historia de enfrentamiento con sectores más concentrados en el campo, ¿no?.
-Si. Hubo alguna gente a la que acompañé que apoyó eso de manera intensa y convencida, siempre intentando trazar una línea divisoria entre los sectores más pequeños de la Mesa de Enlace y los sectores restantes, corporativos. Lo que no se puede negar es que todo el espectro general se ha corrido a la derecha. Si uno mira lo que es el campo y los sectores industriales y comerciales, los sectores patronales se han corrido a la derecha. No hay posibilidad de una política nacional. Hubo un anhelo de defender los sectores más pequeños de los grandes pero creo que fue un abordaje equivocado. Los ruralistas que han ido a las listas de las elecciones del 28 de junio, son de los sectores más concentrados y van para el PRO.
– Mencionó a Chavez pero, ¿se puede ser de izquierda sin ser chavista?
– Mirá, creo que Chávez encarna algo que uno ve como una contracara de una moneda en el afán de instalar el socialismo en el mundo. Uno anhela que sea de abajo para arriba, que las masas, los pueblos, los trabajadores generen el cambio y su liderazgo. Chávez es un intento pero desde un lugar militar, con concepción verticalista y autoritaria. No muy lejos de lo que fue Perón, con las características de lo que hoy sería la posibilidad de manejar algunos sectores estratégicos de la producción. Esa metodología no me gusta. No me resulta saludable su todavía poca capacidad distributiva y, más allá de que sea un gobierno democrático y elegido por el pueblo, desconfío mucho de los gobiernos que no constituyen rápidamente una formación de cuadros para que esa pirámide esté apoyada en bases vivas y sean la expresión de representaciones genuinas y auténticas.
-Esto suele ocurrir bastante seguido…
– ¿Sabés que ocurre? Así como uno se pone a estudiar la historia, el capitalismo no tiene doscientos años de vida. No nació con la Revolución Francesa. El capitalismo tiene más de ochocientos años. Los primeros burgos le prestaban guita a las coronas, a los absolutistas, los emperadores. Los primeros sistemas feudales tenían prestamistas. Ha tenido millones de cara y tardó ochocientos años en instaurar de un modo hegemónico el capitalismo en el mundo.
– Pero…
– La posibilidad que el socialismo se instale de manera pura, que la izquierda tenga representaciones horizontales y democráticas, que las experiencias se vayan formalizando en salud, cultura y educación, de manera orgánica, tan transparentes sería un milagro. Sería una tontería pretender que ocurra esto teniendo en cuenta la herencia del capitalismo, con lo que ha sido la aparición y revelación de que el ser humano es más bestia y caníbal que el hombre ideal que tenemos en nuestra fantasía. Con esa herencia, pretender que el movimiento socialista se instale de manera pura e inobjetable, sería un milagro impensado.
– Tiene razón.
– Se instaura como puede, en pequeños sitios. Me acuerdo en los 60 en África, en India. La experiencia soviética fue una revolución degenerada que fue cayendo a través del tiempo. Cuba fue una experiencia maravillosa que después sufrió el desgaste del bloqueo y de sus propias contradicciones internas. Ahí está el socialismo a ver si entra por las buenas (en el sentido lógico racional), por necesidad, por catástrofe o descarte. «Hagamos la prueba» como pasó con nosotros en el 2003. Entre el 2001 y 2002, vino Zamora, un tipo realmente esclarecido, que había cumplido una buena función como diputado, en soledad. La ciudadanía le dio 12.5 % de votos.
– Si, ¿y qué pasó?
– Una cosa es tener 230 mil votos y otra es construir un movimiento. Más allá que uno se diga socialista -que es una ideología-, en este caso, es llevar un programa a la práctica. Nunca fui un tipo que ha tenido una posición extremista. Respetaron mucho mi lucha política y consideración a adversarios con posiciones antagónicas a las mías. Siempre hay un sitio para cierto don de gente y establecer un diálogo civilizado. Si uno tiene que cagarse a puteadas, que lo haga de frente.
– Se dijeron en el recinto lo que uno cree y lo que no…
– Nos hemos peleado de frente. Uno sabe que no hay nada que ocultar. El diálogo continuará o no. Son circunstancias. Esto pasa con las relaciones familiares. Tenés una pareja, una familia, un hijo y uno dice «estamos empezando a entrar en una zona….» y la cortamos acá porque si no terminamos mal todos. Es bueno saber cuando estamos juntos y cuando no. Entonces las relaciones continúan en un plano del respeto, la camaradería y amistad. Así puede uno convivir en la sociedad, con gente con la cual tiene posiciones antagónicas.
-Un Bidonde interno…y desconocido
– Si apareciera el Héctor Bidonde que trabajaba en la Municipalidad, ¿qué le diría?
– Lo saludaría con mucho cariño.
– ¿Le daría algún consejo?
– Si. Una parte de la situación familiar mía de hoy (además de la situación social y económica…soy un tipo que me mantengo, con una línea de flotación tranquila, con muchas –todavía- imprecisiones), buena parte de las relaciones, la buena vibra que vive el teatro, mi familia, es muy particular. Mi señora tiene 37 y yo 74, con una hija de 14. Tuve una familia primero, que se destruyó, se separó. Mi hija, que hoy tendría 49 años, falleció cuando tenía 16. Era un adicto al trabajo, al estudio. Mi primera vacación me la tomé a los 54 años, cuando conocí a la que hoy es mi mujer. Compré mi primer auto en el 93, cuando ya tenía un montón de años. A ese tipo le diría que fue un poco animal, un poco bestia, un resentido…
– ¿Resentido?
– Si, creo que me maltrato un poco porque suelo decir que llegué al teatro siendo un resentido social…
– ¿Si? ¿Tanto?
– Si. Era un poco bestia, mal actor…pero malo con ganas. Entonces, descubrí que no era un actor de talento. No era lindo y tenía estudiar mucho porque no sabía un carajo. Tenía 26 años cuando empecé a estudiar, teniendo solo sexto grado. Sentía que había empezado la carrera eclesiástica al terminar el primario. Estuve dos años haciendo una carrera militar en la Escuela de Mecánica del Ejército. Me hice echar en el 53, con el primer peronismo.
– ¿Cómo fue eso?
– Si. Me hice operar de apéndice porque me cagué a trompadas con un capitán. Estaba muy enojado y decepcionado. Me había abandonado mucho y el capitán nos hizo formar un sábado al mediodía. Me descubrió que tenía los botones atados con alambre y que me faltaban los botones del calzoncillo. Se hizo un ejercicio de alistamiento, desnudarse y volverse a vestir, así se iba constatando todo. Medias, calzoncillos, el birrete, las insignias. Me metió preso, no le obedecí, me llevó a la cuadra y me tiró un sablazo. Erró el tiro, lo tiré contra las cámaras y lo reventé a golpes. La gente nos separó y me mandó al calabozo.
-Me imagino lo que viene…
-Si…Me di cuenta que me iban a matar, haciéndome la vida imposible. Esa noche me levantaron el camastro, me cambiaron la rejilla y me tiraron tres baldes de agua para dormir de parado. Era un calabozo de 2×2. Al día siguiente, pedí enfermería y me fui al hospital militar. Me acuerdo como si fuera hoy, que le pedí al doctor Carlos Magán, un médico civil que, por favor, me operara de apéndices. Me dijo que estaba en pedo. Le respondí que si no me operaba, me iban a matar y que iba a tener que correr un riesgo innecesario. Que no, que no…al final lo convencí. Esta es la cicatriz. Volví y me dieron la baja por ineficiencia trabajos teóricos y prácticos.
– ¡Qué bueno!
– Yo le quería hacer juicio al jefe de la compañía pero me ganaron de mano. Este tipo de vida lo tuve junto con mi viejo, un tipo que tuvo solo segundo grado, sin madre ni hermanos. A los 17 me fui a presentar a una especie de casting donde pedían actores y me pareció fantástico el mundo del teatro. Igual sentía que el mundo me debía algo. Estaba con los dientes apretados. Había algo doloroso que no sabía como canalizar y repitió un episodio. Mi madre se enfermó de tuberculosis a los 19 años y se murió a los 22 de lo mismo, en 1940. Yo me enfermé de tuberculosis a los 19 años y me curé con dos operaciones de pulmón a los 22 años, después de seis meses de internación. Fue entre 1957 y 1959. El médico que me atendió me dijo «o te casás o te morís».
– ¿Así de rápido?
-Si. Me preguntó «Esa chica que te viene a visitar, ¿es tu novia?», «Si», «¿Hace cuanto que están?», «Cinco años», «Listo, casate cuando salgas». Salí del hospital y a los quince días me casé. Al poco tiempo, empecé a trabajar en Vialidad. Ya para el 63, se formó el primer grupo de teatro en La Plata, de amigos, con Agustín Alezzo que se iba hasta allá a enseñar. Tenía 26 años y empecé a estudiar. No sabía un sorete de nada, sin cultura ni educación.
– ¿Qué decía Agustín?
– Él me quiso mucho, como mi primera maestra del Conservatorio de la provincia, Pilar de la Vega, cuando tenía 19 años, que empezaba a estudiar en serio y ahí me enfermé. Agustín me quería mucho al igual que a mi mujer, Norma Ibarra, una excelente compañera y actríz que está en La Plata. Después vino Fernández y me dijo «Negro, preparate para estudiar diez años porque tenés una madera ahí adentro». Como buen vasco (que siempre lo asocié a lo vietnamita) le dije que si y que iba a estudiar todo lo que fuese necesario para aprender…
– Allá vamos….
– …fuimos y acá estamos, aprendiendo todos los días, sacando esa bronca de esa primera etapa, dolorosa y terrible, por el lado de mi viejo (un tipo muy ignorante, pobre, de una cultura del trabajo bestial). Seguramente tuve alguna parte sensible y bella como lo que era mi vieja, una mujer divina. Volviendo a tu pregunta….¿Qué le diria…? «Mirá, estás aprendiendo y aprendiste bastante. Cambiaste mucho pero todavía hay mucho para aprender, para sensibilizarte, para ser capaz de compartir el mundo emocional y social, de una manera más civilizada. Abrirse, aprender a escuchar al otro». Yo no escuchaba a nadie. Me llevaría bien pero le enseñaría lo que tenía que aprender, tal como hicieron mis maestros conmigo.