Miles Davis: Revolución y barbarie

Es la figura más relevante del mundo del jazz. Vanguardista de tiempo completo, se adelantó a su tiempo con sus búsquedas musicales, tensando los límites del género que lo vio nacer. Polémico y genial, con un estilo de vida que incluía el exceso de drogas y la reivindicación de los derechos de los afroamericanos, es una referencia ineludible en la música popular. Hoy se cumplen 30 años de su paso a la inmortalidad. Su nombre denota todo: Miles Davis. 

Hay figuras en distintos ámbitos que inspiran respeto y admiración. Las sentimos tan próximas a uno que terminan siendo parte de nuestra vida, en tanto nos acompañaron en diversos momentos y fueron ese faro que iluminó a generaciones enteras a partir de su talento. Esa genialidad que, como tal, lo ubicaba fuera de los mortales comunes gracias a un don, un talento único, irrepetible e inigualable. Pero también tenía esa tensa convivencia de ángel y demonio -tanto puertas «afuera» como hacia adentro- que hacía aún más atrapante su figura.


Dueño de unos profundos y expresivos ojos oscuros, su documento decía que su nombre completo era Miles Dewey Davis III pero se lo conoció como Miles Davis. 
Santo patrono de la genialidad y los excesos, destinado a cambiar al jazz –y la música en general-, era un tipo contradictorio, irritable pero enormemente talentoso. Hijo de un dentista – el Dr Miles Dewey Davis Jr- y de una profesora de música, Cleota Mae Henry-, nació el 26 de mayo de 1926, en el seno de una familia de clase media de Illinois. La música llamó su atención desde temprana edad y empezó a tomar clases de trompeta a los doce años.
 
Músico inquieto y beligerante, no dejó espacio del jazz sin el cual haya dejado su marca. A los 18 años, comenzó a tocar en la banda de Billy Eckstine de la que formaban parte dos “nenes” como Charlie Parker y Dizzy Gillespie, padres del bebop. Miles se convierte en músico de “Bird” Parker dando inicio al frenesí constante de la creación continua y lujuriosa. Se hace visible la premisa “Crear nuevos ritmos y reformular los anteriores” que sería una constante en su vida. A los 22 años, ya edita un disco fundamental e ineludible como es “Birth of cool”.
 
Dueño de un temperamento caliente y fuerte, Miles hizo todo lo que tenía que hacer y más aún, dentro de una vida al límite. Será justamente esta palabra, una de las que más odió en su vida. “Limite”. ¿Por qué hay que detenerse frente a lo establecido y no expandir los límites de un arte como la música? Cuando saca para el sello Columbia, “Round about Midnight”, disco que cualquier jazzero que se precie como tal debe tener en su colección, le da la chance de participar a un saxofonista desconocido, que daría que hablar con el tiempo. Un tal John Coltrane. Pero será en 1959 cuando Miles edite su obra de mayor éxito. Fue “Kind of blue”, el disco que ha traspasado las fronteras del jazz para tomar la música por asalto. Considerado “Mejor disco de jazz de todos los tiempos”, es el álbum más emblemático de la historia del jazz.
 

Pero Miles era quien abría la puerta para ir a jugar…y destrozarla casi inmediatamente. Su verborragia da pie a declaraciones fuertes que, mal que pese a la mayoría, tenían muy buena razón. Diría “No tengo tiempo para ‘So What’ o ‘Kind of Blue’. Ahí están. Los hice en un momento determinado, en el momento oportuno y ya está. Se acabó, está grabado. La gente me pregunta por qué no toco esto o aquello. ¡Que se compre el disco! Lo que le gusta, está en el disco. No soy yo al que quiere, y no quiero que me quiera por ‘Kind of Blue’. Debe quererme por lo que hago ahora”. 

Pasaba el tiempo y el nivel de autoexigencia de Miles aumentaba. Buscaba superar y perfeccionar el anterior. Su salud se deterioraba por una pésima alimentación. Su exceso de energía lo aplacó por sexo sin control. Después, vino su adicción a la cocaína para soportar su ritmo de trabajo, de maratónicas improvisaciones.
 
Pasan los años y su metamorfosis es constante, no solo a nivel musical. Recio como pocos, su relación con las mujeres fue tormentosa. Ya era padre a los 19 años de una niña, fruto de su relación con Irene Cawthon pero en un viaje a Paris se enamora perdidamente de Juliette Greco, en un tórrido romance que termina con el trompetista volviendo a Nueva York con el corazón destrozado. Cae en la heroína y por su comportamiento violento, Irene y sus tres hijos lo dejan, terminando al poco tiempo en la prisión de Rikers. Fue la propia Irene quien lo demandó al enterarse que sus ganancias las gastaba en cabarets con chicas que bailaban desnudas. Regresa a la casa de su padre en la que éste lo encierra, atándolo a una cama, ante las alucinaciones y escalofríos presentes durante el proceso de desintoxicación.
Su primera esposa, Frances fue la tapa de su disco “Someday my prince will come” mientras que su relación con Betty Mabry (o Davis) fue tan caliente y tormentosa como breve. Solamente duró un año y más que nada, porque Miles se encontró con la horma de su zapato. Betty era muy sucia para los negros y muy negra para los blancos. Escribía la letra y la música de todas sus canciones en las que hablaba de sexo y cantaba con ropa seductora. Hizo tres discos fantásticos de funk y se retiró. Fue quien introdujo a Miles al rock. Le hizo escuchar por primera vez a Sly & The Family Stone -inspiración apreciable en “Bitches Brew”- y fue quien le cambió su imagen de músico de traje y corbata por la de un jazzero “cool” y personal. Se empieza a dejar el pelo largo y los lentes oscuros, bien grandes, pasan a ser parte de su atuendo. Colores y lentejuelas pueden verse en combinación con remeras sin mangas o camperas rojo furioso. En 1981, comenzará una relación con la actriz Cicely Tyson hasta 1988.
 

Vuelve a revolucionar el jazz con el mencionado “Bitches Brew”, llevando la fusión a otros niveles, dando el puntapié inicial al jazz-rock. No hay rastro de swing, pero sí del funk y del rock. Aficionado al boxeo –deporte el cual practicó y entrenó-, Miles homenajea al primer negro en ganar el título mundial de peso pesado con el disco “A Tribute to Jack Johnson”. En “On the corner” vuelve a dividir aguas con un disco que podría ser definido como “esquizofrénico”. Vital y arrollador, fusiona el funk con el free jazz y busca que los jóvenes negros vuelvan al jazz luego de haberse ido tras el rock y el funk. El jazz se cruza con la India, un proto hip-hop se escucha junto con los arreglos de estudio que serán retomados por la música electrónica para los sets de drum & bass y demás. Rechazado por la crítica y los fans, solo el paso del tiempo reivindicó la búsqueda de nuevos sonidos que proponían “On the corner”.
 
Pero Miles iba más allá del jazz. Su impronta se extendía a cuestiones ligadas a los derechos de los afroamericanos en tiempos donde la segregación era un flagelo insostenible. Acusado de ser un “racista invertido” –negro que odiaba a los blancos-, su lengua era su arma favorita para defenderse. Lo atacaron por contratar al saxo alto blanco Lee Konitz a lo que respondió “No quiero otro arreglista que no sea Gil Evans. Estamos aún más unidos que si fuera mi hermano. El día que contraté a Lee Konitz, algunos músicos de color me reprocharon que contratase a un blanco mientras algunos negros estaban en el paro. Les dije que si un músico tocaba tan bien como Lee, estaba dispuesto a contratarlo, fuera verde o rojo”.
Su orgullo de ser negro era visto como si fuera una especie de Diablo por parte de una sociedad reaccionaria, acostumbrada a los Tio Tom –forma en que se llama a los negros serviles con los blancos, a partir del personaje del famoso libro-. En cierto punto, podría asociarse su figura a la de otro legendario revolucionario pero en otro ámbito, tal como lo fue Muhammad Ali. En una cena en la Casa Blanca, la esposa de un político le preguntó qué había hecho de importante para merecer estar ahí. La respuesta de Miles fue contundente. “Detesto que alguien tan ignorante suelte semejante porquería. Cambié la música cinco o seis veces. Supongo que eso es lo que he hecho. Ahora dígame usted qué cosas ha hecho que tengan alguna importancia, aparte de ser blanca«.
Igualmente, muchos de sus músicos eran blancos, tal el caso de John Mc Laughlin, Chick Corea, Keith Jarret y siguen las firmas. “No importa que en un grupo haya blancos, lo importante es que haya negros dentro”.

En 1975, una combinación de mala salud, uso de drogas y falta de inspiración lo llevaron a cinco años de retiro, donde no la pasó nada bien aunque descubre la pintura como forma de canalizar su dolor. Se repone y vuelve en 1981 con el disco” The Man with the Horn”, donde mantenía la fusión de estilo pero ahora, de una manera más fácil de digerir y mezclándose con el pop de aquellos años. Se rodea de músicos jóvenes que lo revitalizan. Tal es el caso de Mike Stern, John Scofield o Robben Ford a la guitarra; Bill Evans, Branford Marsalis, Bob Berg o Kenny Garret a los saxos; Robert Irving III o Adam Holzman a los teclados; Marcus Miller o Darryl Jones –actual músico de los Rolling Stones- al bajo; y percusionistas como Sammy Figueroa, Mino Cinelu o Marilyn Mazur.
Pero la salud le empezaba a jugar sucio a Miles. Su cadera había tenido varias operaciones y las secuelas de una vida al límite lo jaqueaban, tal como un infarto que pudo gambetear. No obstante, su humor había cambiado. Era más sociable, dejando de lado su actitud agresiva hacia el público y la crítica.


Saca “Tutu”, un experimento sonoro basado en prolongadas improvisaciones. El álbum fue amado por unos hasta la veneración asi como satanizado por los puristas que nunca faltan.  
También se hace tiempo para participar en películas como “Dingo”, un pequeño cameo en el que hace de músico callejero en “Los Fantasmas contraatacan” y en la serie “División Miami”. Sus últimos discos salen bajo el sello Warner. “Music from Siesta”, “Amandla”, “Dingo” y “Doo-Bop” (que sale después de su muerte) mantenían la idea de fusionar jazz, funk y rock. 
En sus últimos meses de vida, le costaba caminar y apenas podía hablar, debido a su muy maltrecha garganta. Pasó a la inmortalidad el 28 de septiembre de 1991. 
 
Genial, petulante, talentoso, peleador, sensible y hosco. Todo eso y más era Miles Davis, un gran músico que, al día de hoy sigue emocionando cada vez que suena su trompeta. Icono ineludible no solo de la música, rompió con varios moldes en tanto reivindicación y orgullo de pertenencia en pos de los derechos civiles. Un músico que salió de su ombligo para dialogar e interpelar a la sociedad en la que vivía.
El mejor homenaje que se le puede hacer es escuchar su obra y, por sobre todas las cosas, no estancarse. Algo que Miles hizo a lo largo de su vida. 

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