Aguafuertes porteñas: La Velocidad de la Luz

En Buenos Aires pasan cosas. A veces uno se entera por circunstancias relacionadas a su actividad o simplemente porque la casualidad metió la cola. De esta manera y con esta impronta, se relatarán historias y hechos varios dignos de mención.


Funciones: 3 y 10 de noviembre, 10 hs. Punto de partida: Monumento a los Caídos en Malvinas, Plaza San Martin (Retiro). Entrada gratuita. Reservas lavelocidaddelaluz2018@gmail.comCupo Limitado.

Antes que nada, esta crónica podría haber entrado en el marco de “teatro” pero creo que tiene una impronta social que supera la sección correspondiente. Es tan abarcativa que es muy difícil empezar a escribir al respecto. ¿O es más fácil? Porque el abordaje que plantea “La velocidad de la luz” es tan amplio y sensible que requiere ir por partes. Más aún cuando hay dos mundos (o más) que se tocan, se conjugan, para crear una puesta sumamente entrañable que, no en vano, se resignifican por la coyuntura que estamos viviendo.

Todo empieza desde el mismo momento en que se arriba al punto de encuentro, que es el Monumento a los Caídos en Malvinas, en la Plaza San Martín. Allí se va encontrando la gente que desea presenciar la obra. Muchos ya la habían visto en su estreno original, en el FIBA 2017. Por suerte, volvió para estas cuatro funciones.
En ese punto de encuentro, la curiosidad será la primera guía a esta experiencia. Con un traje que denota su pertenencia al pueblo boliviano, María recibe a los recién llegados con una amplia sonrisa y cordial saludo expresado en un beso y abrazo. Es ahí, en ese momento, donde comienza lo que es, prácticamente, una ceremonia. No en vano, formamos entre todos un círculo en el que cantamos un fragmento del clásico “Besame mucho”.

Un micro será el encargado de llevarnos a la capilla donde se encuentran los restos del padre Carlos Mugica, sitio elegido para llevar a cabo una puesta conmovedora. 
El puntapié inicial será el relato de la propia María que desea volver a su tierra para conocer a su madre. Es la excusa perfecta para que un grupo de mujeres lleve adelante un relato que tiene música, recuerdos y, por sobre todas las cosas, una vuelta a la esencia del individuo en tanto su relación con su sentido de pertenencia. De esta manera, la historia se transforma en una road movie con las mujeres pidiéndole al director del proyecto (teatro dentro del teatro), vender su auto para llevar a cabo el deseo de reencontrarse con sus raíces, en sus países de origen, por más que haya muchos kilómetros de por medio. Esa gira caótica y misteriosa, es el marco para que todo tenga sentido. Siempre atravesado por la vida que llevan dentro de la villa 31.

Bombos, charangos, quenas y una guitarra eléctrica, constituyen el ensamble musical en el que diversos cantos se llevan a cabo, en diferentes idiomas, para establecer un vínculo único y precioso con su propia identidad. La música pone en su justa medida los vaivenes de una travesía que incluye una particularísima versión de un clásico de Los Ramones en sintonía con el altiplano. El recuerdo y la reflexión, la añoranza y la melancolía, la alegría y la memoria, se corporizan en estas mujeres de indomable sensibilidad. Kilómetros de vivencias en los que se funden migraciones, dictaduras, violencia y la búsqueda –y encuentro- de un lugar donde vivir –o sobrevivir- de acuerdo a las condiciones que dicte la coyuntura.
Pero ellas siguen adelante. María baila al igual que Romilda, Francisca, Ramona o Candelaria. Es su forma de resistir y vivir, desde su propio ser en el que hasta la mismísima muerte será incapaz imponer su fría lógica.

Los presentes son testigos de una historia absolutamente “real” en tanto no necesita haber sido creada por una mastermind de frondosa imaginación, con la intención de ser “conmovedora”. Nada que ver. “Vivir solo cuesta vida” y es lo que hizo el autor y director Marco Canale para plasmar las vivencias de este grupo de mujeres que toman la entrada de la capilla para desarrollar allí, su propia historia. Con un relato fresco, no exento de absoluta realidad, este viaje a las venas abiertas de América Latina a través de algunas de sus hijas, es para percibir con el corazón en la mano y la neurona atenta. Sobre todo, para desmentir prejuicios y lamentables relatos tan en boga, al día de hoy. Un fuerte “In your face” que, no por casualidad, es invisibilizado por quienes dictan que hay que leer/creer y que no.

Asi, de esta manera, termina la historia. A diferencia de aquella que se pudo apreciar en el FIBA, esta es más corta y, sinceramente, deja con ganas de más por todo lo que se pudo ver y disfrutar. El haber sido testigo, aunque sea unos minutos, de la vida de estas mujeres que, a través del tiempo, han sabido constituirse a partir de sus propias identidades.
Se corre el telón imaginario y actrices y público se funden en nuevo abrazo. Es teatro hecho con vida vivida, lágrimas y alegrías. Pero, por sobre toda las cosas, con sinceridad y honestidad.

El micro nos deposita nuevamente en la Plaza San Martín. Una experiencia a corazón abierto que va más allá de la sensibilidad para instalarse tanto en la razón como el sentir. De más está decir que es imprescindible y necesaria ver “La velocidad de la luz”. Es darse un baño de realidad y humildad en formato teatral. Más aún, en estos tiempos donde el racismo, la xenofobia y el neoliberalismo están copando el continente bajo la atenta –y silenciosa mirada- de la población.

Ficha técnica

Autoría y dirección: Marco Canale. Con María Rojas Zambrano, Candelaria Ospina Montañez, Romilda Marecos Ruiz, Ramona Escalante, Francisca Vedia Mendoza, Marta Giménez, Flora Solano, Beatriz Spitta, Paula Severi, Ana María Pico, Adelaida Franco, y Esther Juárez. Dirección musical: Juan Baya Casal. Dirección Música Andina: José Tolaba. Charangos: Clementina Huaranca, Doly Butron, Roberta Reloj, Marta Huarachi, Marcelina Paredes y Jacinta Álvarez. Bombo: Marta Huarachi. Solista de Charango: Nicolás Faes Micheloud. Diseño de jardín: Manuela García Faure. Producción ejecutiva: Mariano de Mendonça y Malena Sánchez Olmo. Ayudante de dirección y producción: Gonzalo Facundo López y Lucas Martinetti. Dirección vocal: Cecilia Madanes y Tom Harris. Dirección coreográfica: Leticia Mazur y Margarita Molfino. Producción: FIBA y Parroquia de Cristo Obrero (Villa 31 – Barrio Padre Carlos Mugica), con el apoyo del programa de Mecenazgo, CCE/BA (Centro Cultural de España en Buenos Aires).


In memoriam: Jorge “Chavo” Villanueva y Ana Vázquez.

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