Considerado el Brian Eno argento o el Giorgo Moroder porteño, Melero defiende en una entrevista realizada a la Revista Circe en septiembre de 2015 la idea de que el rock es cambio, y que ese cambio encuentra vehículo en la tecnología, en la continua implementación de máquinas que comprende desde el hecho primitivo de grabar y editar cintas hasta la utilización de secuenciadores, incluso la grabación misma que acontece dentro de un estudio. Para el 2000, año en que fue lanzado “Tecno”, tal vez esta idea podía resultar peligrosa, ante la paranoia que fomentaban algunas teorías conspiranoicas, al mejor estilo de Orson Wells, sobre la posibilidad de que el mundo se detuviera o que incluso las maquinas se rebelaran ante nosotros, despertando así de su letargo para así liberarse del yugo humano. Tal vez ajeno a esta realidad, Melero compuso este disco utilizando su computadora MAC a partir de sonidos virtuales extraídos de internet, utilizando el popular software REBIRTH, el cual se podía descargar gratuitamente. Para quienes no somos expertos, permite crear infinidad de sonidos y ritmos a la vez que guardar las bases y melodías que uno creaba, en tanto estaba formado por dos sintetizadores TB-303 y dos cajas de ritmos TR-808 y TR-909, lo cual fue creado originalmente por la corporación ROLAND. “Excepto mi voz, ningún instrumento no virtual fue usado, la única tecla oprimida fue la del mouse”, reza la portada del disco.
El contexto en el que se inscribe “Tecno” es único, no solo por haber nacido en los albores de un nuevo milenio, sino porque habla de la situación crítica por la que atravesaba Argentina para el periodo de 1999 a 2001 durante la presidencia de Fernando De la Rúa. Es un hecho que permanece sin mayor análisis el que Melero sea alguien que hace referencia a la realidad del país en su producción discográfica. Esto es algo que podemos fácilmente ver en su disco con Los Encargados con temas como “Trátame Suavemente” o “Sangre en el Volcán”, enmarcados en el contexto de la guerra de Malvinas o haciendo referencia al contacto que tuvo Daniel alguna vez con los militares haciendo la colimba. Ni lento ni perezoso, Melero plasmó aquel paisaje desolador en doce canciones que integran a la vez dos realidades, como lo eran la de aquellos que se daban el lujo de costosos viajes al exterior versus la de otros que apenas llegaban a fin de mes, modelo que con el correr de los años se ha cristalizado en nuestro país. En primer lugar, tendremos el bloque compuesto por tracks en formato canción, que evocan el ámbito físico, cliché que será capitalizado por Melero tardíamente en su disco “Atlas” en su obsesión con lo biológico. Ellos servirán de trampolín y antesala al segundo bloque, que considero principal en el disco, compuesto por temas instrumentales.
“Hombres divididos… fragmentados, disueltos” reflexiona Melero en “Deseo”, que más allá de conformarse como una oda a la naturaleza humana dividida entre lo racional y lo pasional, plantea la angustia de un anhelo por retornar a una forma de comunidad, lejos de todo individualismo moderno. Esto nos conecta directamente al siguiente track, “Primitivo”, que sirvió como cortina para el sketch de “Todo por 2 pesos” donde Melero representó el memorable episodio sucedido durante el Festival B.A. Rock donde los seguidores de Riff arrojaron naranjas -incluso piedras-, a los Encargados durante su presentación. Si, tal vez es mayor la ironía de lo que nosotros podemos imaginar: los “cavernícolas” que escuchaban heavy metal no llegaban a comprender que, por debajo de aquella estructura compuesta por sintetizadores, se hallaba como sostén el gen del rock nacional. Pero más allá de cualquier pseudo interpretación que se pueda hacer del hecho en particular, este tema continúa alimentando la dualidad humana, que se presenta “reflexiva” y a la vez “terrorista” de su propia raza (“siempre nunca fuiste primitivo”).
Tras esta breve sección, aparece el primer tema instrumental como una suerte de intento por desdoblarnos y obligar a la consciencia a volverse sobre sí misma, a fin de despegarnos de lo exterior, del mundo que nos rodea, para tener un primer contacto interno. Llevados por “Caricias”, primer tema instrumental del disco, Melero afirma que “nada nos une más que la piel”,título del tercer track en formato canción. Sin embargo, la introspección no nos distrae del hecho de que las referencias a la realidad del país siguen latentes. Nada mejor para describirlas que “Expreso Moreno”, tema que se reconoce como una versión de “Trans-Europe Express” de Kraftwerk, el cual nos invita a mirar desde la ventana del Ferrocarril Sarmiento, emblemático transporte del Oeste de Buenos Aires, la realidad de aquellos a quienes la crisis azotó con toda su fuerza. Sus ilusiones en pos de una mejor vida (recordando la burbuja mágica de la convertibilidad y otras maravillas surgidas de la mente de Domingo Cavallo, ministro de economía de Menem y De la Rúa) fueron “derribadas, destruidas, aplastadas, olvidadas”. Estas “ruinas de un sueño” constituyen el trayecto que realiza el expreso moreno todos los días en su constante y cansado andar.
En clara denuncia de aquello que se promete y no se cumple (“todo lo perdieron sin jamás haber sido”) “Palabras” da cuenta del peso de aquello que se dice, lo que puede o no coincidir con lo que se hace. Esto recuerda a la famosa teoría de los actos de habla, pergeñada por John Austin y desarrollada a su muerte por su discípulo John Searle, que refresca el viejo problema de la conexión entre nuestro lenguaje y el mundo exterior. Más aún, entre nuestras ideas y su posible correspondencia con la realidad. Un claro ejemplo de eso permanece, a mi parece, en lo que sucede con el lenguaje inclusivo, que trata de manifestar lo que es la autopercepción de un individuo al respecto de su identidad. Pero dejando a un lado estas apreciaciones personales, “Palabras” funciona al fin y al cabo como la bisagra que sostiene las dos realidades a las que venimos aludiendo desde el principio. En tanto las palabras “se vierte ligero”, deforman la verdad y constituyen como un “perfecto veneno”, peligrosidad de la que nos alerta el filósofo Jacques Derrida en “La Farmacia de Platón” a partir de sus reflexiones al respecto de lo dicho por Platón en su “Fedro”.
Finalmente, Melero decide abandonar la superficie y en caída libre nos conduce a las profundidades de su páramo. Mediante un distorsionado “hola”, la voz del niño que escuchamos en “Perdido” nos ubica ante la inmensidad de un mundo desconocido. Pero existe una forma de recorrerlo: un “Camino Infinito” es trazado, abriéndose paso ante nosotros de forma vertiginosa, y conforme el tema avanza, la velocidad con la que lo atravesamos se hace cada vez mayor. Lo que observamos a su alrededor es la manifestación de ciertos aspectos de nuestra naturaleza humana pero que paradisiacamente son expresados a través de la figura de animales: “Hormigas” refleja el carácter social y laborioso que tienen las personas, lo cual va de la mano con “Peces”, donde el elemento agua es elegido para demostrar la fluidez con la que se establece la comunicación entre unos y otros, aunque los escasos segundos que dura este track denota lo frágil que es mantener dichos vínculos. Contrario a estas características que podemos llamar positivas, “Lobos” nos saca de la quietud y, en línea con “Camino Infinito”, nos vuelve a poner en movimiento en tanto encarna el carácter predatorio y feroz que pueden llegar a tener las personas. Con su último tema en formato canción, Melero nos dice “viviste todo en sueños, sabias todo antes”, como si nos advirtiera que lo que hemos presenciado hasta ahora nunca fue la realidad, o tal vez que éramos conscientes de ella y por eso no queríamos despertar. La frase “solo por andar en esta piel sin abrigo para la fe” reverbera como una especie de reproche que nos coloca ante la duda de cómo posicionarnos en el mundo, ante los otros que nos rodean, y lo más difícil, ante nosotros mismos, quien son los que aquí sueñan.
En el antes del “coronavirus” (si es que ya podemos usar categorías que enmarquen un “antes y después” de esta especie de cataclismo), he tenido la suerte de presenciar los últimos shows de Daniel Melero en un formato que ha sido reavivado por las llamas de su reencuentro con Diego Tuñon (Babasónicos) a partir de “La ruta del opio”, trabajo discográfico todavía no editado pero que ha tenido su presentación en el marco del MUTEK 2019 (con la excepción de la presentación de “Los 25 años de Travesti” en el ND Ateneo). Acompañado ahora por Nahuel Berneri, Melero ha optado por un escenario donde el histrionismo que lo caracteriza y los agitados movimientos que acompañan el desenfreno ante el sintetizador tienen por efecto el embelesamiento de un público no sólo compuesto por sus acérrimos seguidores sino también dotado de gente que oscilaba entre los 20 a 25 años.
Valioso rescate de este disco y muy buen texto, me ha gustado leerlo mientras suena 'Tecno' de punta a punta. Slds!
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