“The lost daughter”. Madre antinatural.

Parece que la maternidad es tema de debate en los últimos tiempos. ¡Bienvenido sea! También está la manera en que se lleva adelante al mismo. 
Tras haber realizado un corto para la serie “Homemade” sobre los efectos del confinamiento pandémico, Maggie Gyllenhaal, actriz de probado talento y carismática presencia, debuta como directora con un film que toma “el ser madre” a través de las vivencias de una mujer que rompe ciertos mandatos.
Basada en la novela “La hija oscura” de Elena Ferrante (seudónimo de Anita Raja) autora de numerosos éxitos literarios en Italia, Gyllenhaal escribió su propia versión de los hechos y dirigió la película sabiendo muy bien qué quería contar y de qué manera. Eligió con precisión el tronco del relato en el que se desarrolla “el camino de la heroína” con diversas derivaciones pero sin apartarse del mismo. El principio de “la maternidad será deseada o no será” atraviesa una película de tensión constante.
 
Leda Caruso, una profesora de literatura, viaja a Grecia, en busca de un lugar de descanso pero se topa con sus fantasmas y certezas a flor de piel a partir de su encuentro con una joven madre de nombre Nina. Allí es cuando implosiona al reflexionar sobre su vida mientras el film se ubica en una especie de thriller psicológico, con numerosos y bien desarrollados puntos de conflicto.

Esa mujer que irrumpe en una sociedad con reglas propias que no coinciden con las postuladas con lo establecido, aunque este modelo sea el de la familia ruidosa y molesta como la de Nina. (“¿Pertenecer a la sociedad implica soportar esto?”) Ojo, no es que sea una militante de su propia vida, sino que su presencia y su aura perturban al contexto. Visibiliza aquello que se oculta, que no se dice porque “no está bien sentir eso” que te venden como el summum de una vida. Las contraindicaciones de un “deber ser” (¿patriarcado?)  que tiene una romantización que no es tal al tiempo que no acepta crítica alguna. Todo esto, yendo más allá de la «culpa» establecida. De ahí, la pregunta de «¿qué pasa si no estoy arrepentida de una decisión de la cual me hago absolutamente cargo?». ¡Ah! Al que se ofende/sorprende por el uso de la palabra «patriarcado», le pregunto si una situación similar a la presentada, llevada a cabo por un hombre, tendría la misma lupa inquisidora. 

El pasado y presente de Leda, la “conexión” que tiene con Nina –y su hija, fundamental para establecer el vínculo-, la forma en que es testigo del matrimonio de ésta con Toni, un poderoso “empresario” del lugar o la aparición de Lyle, un agradable cuidador del departamento que alquila, son algunas de esas ramas que emergen de la historia principal, enriqueciéndola al tiempo que abre el amplio abanico del debate. De ahí que el texto y los diálogos tengan la duración –y extensión- exacta, dejando que el choque de paradigmas que se establece en Leda y el mundo exterior sea rico e inquisidor, en el buen sentido de la palabra.

Otro de los tantos puntos a favor es la forma en que se relata el conflicto, a través de la cámara la cual va y viene a través del tiempo y las vidas de una Leda consciente de las decisiones que tomó, haciéndose cargo de las mismas. Esa joven estudiante que tiene dos hijas pequeñas, marido y una carrera por delante se convierte, en un punto, en una Nora del siglo XXI, continuando el camino trazado por Ibsen. Será esa cámara la que establece el relato con primeros planos que se abren en el momento adecuado para volver a esa proximidad que impacta en el espectador.
La construcción de los “masculinos” también llama la atención. Sería muy fácil caerle a la buena de Maggie diciendo que apeló a ciertos estereotipos, pero, con una mano en el corazón, ¿cuántos tipos conocemos como los que se muestran en tanto su comportamiento y actitud? Entonces, a hacerse cargo y reflexionar al respecto que siempre hay tiempo para enojarse/victimizarse para no cambiar nada. Veamos cuáles son las características de los mismos. La manera en que aparecen Lyle (un preciso Ed Harris), Hardy (un encantador Peter Sarsgaard) y Joe (un muy buen Jack Farthing que lleva adelante el famoso axioma ricotero de quienes «se vuelven potros sin galopar») es por demás relevante.
Tampoco pasa desapercibido el hecho de que hay pocas «risas» en los rostros y, cuando aparecen, es menester ver en qué situación. ¿Será que el «deber ser» le ha quitado alegría a nuestras vidas? ¿Tan importante es «la mirada externa» como para condicionar existencias a lo largo del tiempo, importando sólo la cantidad de años más que la calidad en que se viven éstos?

La fotografía del film es tan sutil como magnífica. La lente capta con precisión diversos espacios que hacen a la contextualización del film.

A nivel actuaciones, Olivia Colman (“The crown”) da cuenta de su excelencia interpretativa. Precisa en todo lo requerido, trasmite las dudas y certezas de un comportamiento que hace una gambeta corta al “rol que le cabe en la sociedad” en pos de la aceptación social. Eso sí, la felicidad y la plenitud personal a través de las decisiones propias, te la debo. La construcción de un personaje tan enigmático como sinuoso está muy bien logrado. Su impronta de mujer-fuerte tiene fisuras en su armadura las cuales son ese tipo de cicatrices que se miran con cierto orgullo en tanto son las agradables consecuencias de haber tomado sus propias decisiones en la vida.
Dakota Johnson es una Nina joven, atrapada en las obligaciones que le corresponde en tanto “mujer” para buena parte de la población que atrasa años: tener hijos, satisfacer a su esposo y sacrificar su propia individualidad en pos de…. ¿qué? ¿Qué obtiene ella a partir de su infelicidad? ¿Seguridad? Definamos qué implica esta palabra, por favor.
Párrafo aparte para Jessie Buckley. La habíamos visto en “Pienso en el final” y ahora nos volvemos a topar con esta exquisita actriz irlandesa. La manera en que su Leda va mutando desde su ominosa existencia hasta su lucha personal en pos de su deseo, es reveladora. Esos instantes que abre los ojos en tanto “hay otras vidas posibles”, inquieren directamente a quien está del otro lado de la pantalla.
 
Con sensatez y sentimiento, “The lost daughter” planta bandera en Netflix con una película excelente. De paso, plantea el debate acerca de la (des) mitificación y romantización de una maternidad que debe ser tomada como una decisión personal, mal que le pese a muchos y muchas.
 
Ficha técnica
 
Texto y dirección: Maggie Gyllenhaal. Basada en la novela de Elena Ferrante. Música: Dickon Hinchliffe. Fotografía: Hélène Louvart. Con Olivia Colman, Dakota Johnson, Peter Sarsgaard, Jessie Buckley, Paul Mescal, Oliver Jackson-Cohen, Ed Harris, Dagmara Dominczyk, Alba Rohrwacher. Año: 2021. País: Estados Unidos. Duración: 121 minutos. Distribuidora: Netflix.
 

 

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