Leticia Coronel: “Voy a crear hasta que se me rompan los huesos”.

Acaba de estrenar “Ojos látigo”, una oda a la amistad ante la pérdida de un amigo del barrio. Música y territorio en una puesta atrapante. Paralelamente, en julio vuelve con “Estoy acá, sin fín”. Leticia Coronel no para de crear. Ahora, café de por medio, analiza sus creaciones al tiempo que hace introspección sobre el barrio, el pasado y la búsqueda de las nuevas generaciones cuando estudian.

Fotos: Cecilia Inés Villarreal.

– Leticia, ¿por qué “Ojos látigo”?

-Me pasa algo con los títulos…Creo mucho en las energías. Es un pack que me cae antes que la obra.

– ¿Te cayó?

– Sí, lo mismo fue con “Estoy acá, sin fin”. O sea, me baja el título y ya sé a priori sí va a ser el título de la obra. Digamos que, después viene el texto. Es como una cábala. Así quedó. También se me vinieron los ojos de Juanjo, que es la persona de la que habla la obra. Tuve mucho su imagen y apareció ese título. Te juro que no tengo otra explicación. A veces le dicen “Ojos de látigo” u “Ojos látigos”, pero es “Ojos látigo”. Así, directamente.

– ¿Cómo fue llevar a cabo la historia de “El gordo”?

– Hoy justo hablé a la mañana con un amigo porque a mí, emocionalmente, me fue muy difícil. De hecho, el prólogo que se escucha lo modifiqué un poquito.

– ¿Si? ¿Por?

– Mirá, tengo cuatro hermanos varones. Soy la única hija mujer. La racha de los amigos de mi hermano Leo, es complicada. Son de la generación del paco en la Matanza. Muchos se volvieron esquizofrénicos, están internados, presos o muertos. Es terrible lo que le pasó a él, pero no a mis otros hermanos. Juanjo, “el gordo”, fue directo al paco en su adolescencia. Cayó muy rápido en las drogas y en la delincuencia. En el prólogo hablaba de esto pero tenía un poco de miedo que me dijeran que hacía apología del delito. Son temas sensibles. Mi hermano Leo ni siquiera podía venir a ver la obra porque todavía está viviendo un duelo muy tortuoso. Lo sueña todos los días al Gordo. De hecho, me dijo «estuve a punto de desmayarme, pero me quedé porque sé lo que vos laburás”. Lo modifiqué porque contaba cómo esperábamos su última libertad con la promesa de una vida mejor y bla bla blá. Finalmente fallece en su última entradera.

Terrible.  

– Lo que tiene…tenía Juanjo es que era una persona que, en el barrio, la mitad lo tenía como un santo. Era una persona muy querida, que ayudaba a todo el mundo y, sobre todo, transmitía alegría. Después, me di cuenta que no hay tanta gente que te genere bienestar. Es como una frase hecha, pero personas que te hacen sentir mejor… ¡no tengo muchas en mi vida! Mis viejos eran almaceneros por lo que estaban todo el día laburando. Tenía con él una zona de mucha sensibilidad. Era “mi amigo el patotero” pero me sentía cuidada. Cuando me tocó hablar con su mamá por la obra, fue muy difícil esa conversación.

– ¡Me imagino!

– Le dije que la iba a hacer porque Juancho me había hecho feliz y, de alguna manera, quería devolvérselo. Además, sentía que a mi hermano le iba a poder hacer bien. En mi creencia metafísica, le hice una promesa. Le dije que, desde lo que yo podía hacer que era el teatro, la foto iba a ser la que está en la obra en la que está él, mis hermanos y yo. Lo afectivo interno me sostuvo en la obra porque, por un lado, una cosa es hablar de la muerte y otra es cuando la persona murió. Cuando ensayaba, tenía como “confusiones” entre ficción y realidad. Hice todo un trabajo de distancia porque me ponía mal. Después, lo fui trabajando. De hecho, el día del estreno, cuando llegué a casa, me tiré y me desperté a la madrugada sin entender nada o dónde estaba. Pensaba que había sido todo un sueño.

– ¿Si?

– Fue la primera vez que me pasó. Le tengo terror a la muerte. Es mi trauma. Se ve que la obra tocó algo y me desperté. Le decía a mi hija que no entendía nada. “Decime que esto no fue un sueño”. Después pasó. Creo que fue una emoción que no tiene mucho nombre. Hay algo ahí, de lo afectivo y de la infancia.

– Hay un vínculo constante con la infancia y con el barrio.  

– Todo el tiempo está latiendo eso. Además, con la crisis económica, el barrio que ya no es el mismo. Ya no hay nadie en esa esquina porque no se juntan más. Es tristísimo. Hablaba con un chico de Lugano y me decía que, en los 2000 -mis viejos cerraron el almacén en el 2001-, los amigos eran todo. Tus viejos tenían tres laburos para darte de comer y vos estabas todo el día en la calle. Con tus amigos tenías las primeras conversaciones además de pasar el tiempo y boludear. Él me decía que, en Lugano, el primer porro no llegó para drogarse sino para hablar, filosofar. Hoy no hay nadie de la calle. Caminas una cuadra y suena una alarma. No es más mi barrio.

– Además en el tema de las drogas, cambió el uso, el consumo y la edad en que se daba. Hay mucho escrito respecto a que todo se empieza a ir a la mierda cuando la merca ingresa a las clases bajas en los 90. Al día de hoy, serían tres generaciones.  

– Sí. Lo entiendo desde el lado de la droga. Tengo cuatro hermanos. El mayor fue de la generación de la cocaína mientras que Leo, fue de la del Paco. Matu, que está en la obra, estuvo a punto, pero zafó. Lo loco fue que, cuando estaba escribiendo me dijo “¡Nunca sabes por qué podes zafar”. Son cosas que le pertenecen al misterio. En lo personal, me pega por ese lado. De hecho, me fui muy rápido de Ciudad Evita y mis amigas siguen allí. Soy nostálgica y me cae muy mal el deterioro. Ahí entra la justicia social y su necesidad.

Repercusiones

– ¿Qué te dice la gente cuando termina la obra?

– Tenía un cagazo terrible, porque en otras obras, me lo podía imaginar, pero no en esta. No sabía a qué me iba a enfrentar. Sí me dijeron que “fue un nivel de conmoción muy fuerte”, “me shockeó”, “es una montaña rusa”, “no sé en qué momento entré en la obra pero fue una trompada”. También me dicen que están “ahí, en su barrio”. Después hubo algo que me llamó la atención que es “el nivel de esperanza” que genera.

– ¿Esperanza?

– Si. La verdad, no me la veía venir. Me recontra sorprendió

– ¿Cómo tomaste eso?  

– Me gustó escucharlo. Después, lo asocié a estar hablando de un tema que duele. Ahí la esperanza o esa sensación, aparece. Tratando de ser objetiva, intento no ver a los chicos como actores –que lo son- sino a ellos juntos. El estar en su zona de vitalidad pura hace que la ausencia esté viva. Ahí está el teatro. Sí lo pensaba desde la representación, bla bla blá, iba a ser un fiasco. Lo que genera esperanza, vitalidad o encanto es ver cuatro personas juntas hablando de algo sin hablar del tema en sí, pero que logran “estar”.

– Se entiende.

– En la segunda función, vino gente de La Matanza. Me mandaron videos que se juntaron después de la obra en un garaje y tocaron el tema de Vox Dei. Fue lo mejor que me pudieron haber dicho.

– Justo te iba a preguntar a quien se le ocurrió –por suerte- meter “Génesis” de Vox Dei.

– A mi. Te va a sonar medio raro pero, estábamos ensayando y decía “aquí, entra tal tema”. Esa canción la escuchaba, pero después no tuve conexión. Lo que me pasa con la música es que en Ciudad Evita, los grupos de música tocaban en el garaje de la casa. La imagen que transmitías era que vos tocabas y te veían a ver dos o tres personas. Había una soledad que te la podías permitir. Hoy no sé si el IG te permite que te vayan a ver tres personas. Antes era la “banda de garaje”. Era tocar, caía el atardecer pero sabías que querías estar ahí. Eso, para mí, es el barrio. Cuando veía a los chicos hacer el tema, se me venía a la cabeza mi otro hermano, con esos deseos de banda.

– El Pity Álvarez también suena…

– Está ahí. Es lo mismo. Por eso después cuando el texto de mi hermano dice “Yo sé que a vos te hubiera gustado más que sea Pablito Lescano”, de alguna manera dije, «Bueno, esto hay que cerrarlo así”

– Abrís la puesta con cumbia y se sabe que hay una pica con el rock  

– Ahí peco de…A ver, antes se podía convivir. Mis hermanos tenían gustos completamente diferentes. Uno tenía una banda al estilo Fun People, El Otro yo. Después, Leo era más de la cumbia. La cosa era que, en la cuadra, se hacía más el “aguante” al otro. Ok, eran los 2000 y era mi infancia. Hoy veo la de mi hija y no tiene nada que ver. Recordaba eso que el kiosquero iba a ver a la banda de mi hermano mayor que se llama Jesús. La banda de Jesús. La banda del Rasta era de reggae. Tuvimos esa época en que estuvo todo bien. Al menos, lo viví así. Quise ir por ese lado de que también somos eso.

Reestreno y docencia

– Volvés con “Estoy acá sin fin”….

– Tengo un miedo ahora…

-. ¿Cuándo reestrenas?

– En julio.

– ¿Cómo evaluas la primera temporada que hiciste en Los Vidrios?

– Bárbara. La verdad, fue increíble. No me lo esperaba. ¡Estuvo agotado todo el año! Para esa también me tuve que montar en otro toro.

-Tu hija fue la inspiración de todo…

– Sí. Mi hija me dio el “ok” siempre pero bueno, cuando la vino a ver, le encantó pero “no quiero verla más”. También me pasó algo más que claro que fue el tema de la maternidad, que es muy complejo. Por ahí venían madres mucho más “madres” y es como “¿Qué es esto?”. Yo estaba preparada, pero no tanto. O sea, como recibí ese tipo de críticas respecto a la maternidad, el sacrificio, muy a la extrema. Bueno, es el costo.

– Sos docente también.

– Sí.

– ¿Qué van a buscar los alumnos con vos?

– Visceralidad.

– ¿Falta visceralidad?

– Sí. Falta, y tengo mis teorías.

– Contame.

– Mirá, estoy en la UNA. Veo que los actores y las actrices de la UNA –sin caer en la generalización- tienen el cuerpo totalmente roto. Piensan y sienten todo desde la representación. Los cuerpos no tienen la libre circulación de la energía. Los de la EMAD que, oh casualidad, tienen esgrima, tienen otro centro en el cuerpo. Lo recontra veo. A mí me gusta trabajar mucho con bailarines porque entran por otro lado. Si veo que hay un gran problema, desde las instituciones, con la representación.

– Mira vos…

– Sí. Están como muy alejados, ¿viste? También hay mucha opresión en el cuerpo. Pasa lo típico pero no veo avances. Ya tengo 37, ya lo viví. Como digo, hay mucha gente piola pero veo mucho al actor al servicio de la musa. No hay autonomía ni mucha escucha. Puedo ver esa separación. Me pasó de estar trabajando con unos bailarines y no conocían al grupo Krapp.

– ¡No te puedo creer! Vi “Mendiolaza” dos veces allá lejos y hace tiempo…

– Me llamó mucho la atención. Ok, tienen de 20 y pico a 30 años pero no podes no conocer al grupo Krapp siendo bailarines. No saber quién es Luis Biasotto o Luciana Acuña. No había una persona que los conozca. Hay videos…

– Te digo que no me extraña. Del lado del periodismo, te puedo decir que, de 35 años para abajo, creen que todo surge con el arribo de ellos a  los medios. Ahí descubren a Spinetta y a los Beatles. Antes nada.

– Sí. Me llamó mucho la atención. Creo que este es el último chasco que me pegué y que fue fulero. También puede ser la sobreinformación. Tenían a “Bailarinas incendiadas” pero chicos, googleen. Si te gusta algo, indagá. Ahí también es que hay un tema. .

Epílogo

–Te dan un formulario y le preguntan a Adriana Leticia Coronel Sardone por su profesión. ¿Qué pones?

– Ay, qué difícil. Pongo “dramaturga”. La línea es actriz, dramaturga y después directora pero siento que lo que me hace seguir adelante es escribir.

– Si no eras dramaturga como decías en el formulario, ¿qué sería de tu vida?

– Uy…eh. De chica, quería ser maestra y abogada, pero ahora no sé. Algo de maestra soy pero creo que sería abogada, pero de las buenas. (risas)

– La última, si por la puerta de este bar de Floresta entrase la Leticia Coronel que ayudaba a sus padres en la fiambrería, ¿qué le dirías?

– Esa Leticia tendría 12 años…. Le diría que “estuvo muy bien todo el tiempo de soledad”.

– ¿Algún consejo o recomendación?

– Si…¡seguir estando en soledad! (risas) Si…Es reloco lo que me pasa con esta obra en relación con la infancia. De chica, jugaba muy bien al handball pero empecé a notar que el cuerpo se iba agobiando. Estaba en plena anorexia y lo dejé. Ahí entro al teatro. Ahora, “Ojos látigo” tocó todo eso y el lunes pasado, volví a hacer handball.

-¡Qué bueno! ¡Felicitaciones!

– Si…es re fuerte. La profe me dijo “Jugas muy bien. ¿Por qué volves a jugar después de 23 años?”. Le conté que encontré al teatro por el handball. Sentía que, en ese pase, había una rabia, había algo. Sé que mi vida es el teatro, pero vine a buscar mi primer amor. Es loquísimo lo que me pasó.

– La rueda vuelve a girar, ¿no?

– Así como el handball me dio el teatro, ahora éste te trae la vuelta con el handball. Una nueva oportunidad, ahora con las chicas. Además, fue volver al club que está muy bueno.

– ¿Qué club es?

– Es el Estrella de Boedo, en la calle Constitución. Aquí hay algo muy interesante pues mi hija hace hockey en Ferro que es un club que quiero, pero es “un depósito de chicas bien”. Me dijo que la estaba pasando mal. “Mamá, no sé qué hacer”. ¿Cómo no la va a pasar mal si no hay un profe que te reciba? Nadie sabe cómo te llamas. Hay 300 pibas en el medio de ese césped. Entonces, fuimos a un club de barrio. Ahí vas a tener una persona que te reciba, que te llame por tu nombre y no sea solamente “la zaguera”, “la arquera”. En el club viene una mina que te dice “¡Qué bueno que estas acá! Ahí ves la diferencia, la proximidad. Es eso, ¿viste? Me sentía vieja y la profe me dijo “Yo tengo 50 años y voy a seguir jugando hasta que se me rompan los huesos”. Está bien. Esa es la idea, mi amor. Voy a hacer lo mismo. Voy a crear hasta que se me rompan los huesos.

“Ojos látigo”. Teatro El Extranjero. Valentín Gómez 3378. Domingos, 18 h.

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