Tuvo sus inicios en el mitico programa Telecataplum, en los 60. Uruguaya de origen, rie y reflexiona en su show «Algo sobre mi madre –todo sería demasiado-«, sobre esos seres maravillosos que nos dieron vida. Gabriela Acher abre sus recuerdos y su presente al Caleidoscopio.
– Gabriela, ¿este es tu tercer unipersonal, no?
– Si. Es mi tercer unipersonal, los cuales han salido de mis libros. Hay un solo libro del cual no hice un espectáculo que es “Carlita” porque pienso hacerlo con más actores. Mi primer unipersonal «Memorias de una princesa judía» salió de «La guerra de los sexos está por acabar», después viene «El amor en los tiempos de colesterol» y este del libro «Algo sobre mi madre –todo sería demasiado-«. Ya venía como cantado, como por decantación.
– ¿Donde te sentís que estás más cómoda? ¿Cómo escritora o actríz?
– En los dos. La satisfacción más grande es actuar mis textos y reírme con la gente de mis cosas. Es más completo que ser solo actríz o solo escritora. Es un todo un combo. Actuar y divertirme con un espectáculo en el cual la gente se siente identificada. Hablo de mi pero en realidad es de todo el mundo. Y bueno, eso es una satisfacción muy grande.
– El espectáculo tiene una cierta crítica pero ¿no da paso al rencor?
– El humor se nutre del dolor. En un mundo perfecto, el humor no tendría razón de ser. Existe porque los seres humanos necesitamos descomprimir el dolor de la existencia. Esto lo descubrí hace mucho tiempo. Por lo tanto, no hay humor sino hay dolor, si no hay una víctima. Esto es necesario. Por supuesto que en el fondo, hay crítica. En el humor podés hacer muchas cosas. Es el lenguaje pero no es el mensaje. En definitiva, si me preguntás si acá hay una crítica, si, la hay. Hay una crítica tanto al autoritarismo como a la permisividad. Habría que encontrar algo que esté en el medio porque somos –fuimos- así por reacción a que nuestros padres fueron tan represores y ellos eran hijos de su época. Todos somos hijos de la época. Me siento una cronista de mi época. Eso es lo que intento hacer, hablando desde donde vengo hasta donde estoy en este momento. Siento que así estamos unos cuantos, que nos encontramos con la identificación en los demás. Los hijos de hoy tienen unos permisos y una manera de encarar a los padres que nosotros no nos hubiésemos permitido. No nos dejaban ni hablar en la mesa. El humor es un idioma.
– Que le diría la Gabriela hija a la Gabriela madre hoy por hoy? Ya que vos tenés un hijo…
– Si y es mucho más estrecha la relación que tengo con mi hijo a la que tenía con mi mamá. A la Gabriela de hoy le diría que tanto permiso…¿viste que uno trata de reaccionar haciendo todo lo contrario a lo que hicieron los padres? Y el hacer todo lo contrario tampoco es bueno porque es una reacción y no lo que tiene que ser. Entonces hoy haría las cosas de otra manera. Igual, uno hace lo mejor que puede. Hoy miro para atrás y a mis padres no tengo nada que reprocharles. Hicieron lo mejor que pudieron.
– En tu caso, con tu veta artística, te dijeron «¿pero vas a estudiar algo?«
– Si! Empecé muy joven con esto. Nunca hice otra cosa en mi vida. Cuando terminé el secundario estuve un año parada porque me caí cuando me quise escapar por una ventana de mi casa ya que mi mamá me cerraba todas las puertas. Estuve un año con la mano arriba para recuperarla. Después de esto, me enamoré de la televisión y me dije «tengo que estar ahí». Me presenté en una agencia publicitaria y dije que «todas las locutoras comerciales son espantosas. Yo soy mejor». Nunca había hecho nada pero me lo creyeron y me tomaron. Hasta ahí, mis padres estuvieron de acuerdo porque era hacer locución y después me iba para mi casa. El problema vino cuando, al mes de estar ahí, conocí a la gente de Telecataplum, que era mi programa favorito. Era una fan y hacía un año que salía al aire. Me contrataron pero se vendió a Buenos Aires. Había que viajar y yo era menor de edad. Si no me daban permiso mis padres, no podía viajar. Ahí fue el quilombo porque el ser actríz, ensayar hasta las 3 o 4 de la mañana y venir a Buenos Aires, tres o cuatro días, con un grupo de gente, no querían. Fue todo un tema en mi casa. Con decirte que hasta intervino lo que había en esa época, el médico de la familia…
– El médico de cabecera…
– Si, exacto. El doctor Perez Escrimin. Nunca me voy a olvidar de él, con sus ojos azules. Una persona amorosa. Todo el mundo intervino porque se dieron cuenta que esto era serio. Y sabés que hicieron mis padres? Como en Telecataplum, la mayoría de los actores tenían otras cosas y solo se podía ensayar de noche, mis padres se sentaban a ver el ensayo a ver cuando terminaba. Y los ensayos duraban hasta las 2, 3 de la mañana! Lo hicieron un par de semanas. Se pudrieron y se fueron pero se dieron cuenta que eso era serio por lo que se quedaron más tranquilos. Después cuando me hice más conocida, ya se pusieron contentos.
– ¿Cómo ves el humor televisivo de hoy en día?
– Te voy a decir algo que puede sonar antipático pero no miro mucha televisión abierta. Miró y me gusta mucho el humor americano, el humor inglés. Entonces procuro ver cosas de internet ya que tengo un hijo cibernético que me baja cosas para que mire. Me parece que el humor maravilloso que yo tuve la oportunidad de hacer con Telecataplum, con Tato, con «Hagamos el humor» mi propio programa, no lo he vuelto a ver. Ni siquiera algo parecido.
– Antes el humor se reía del poder y ahora se ríe del pobre, del desposeído.
– Es tremendo. Siempre se ríe del otro. Por ejemplo, acordate de Tato. Vos ves un monólogo de Tato y es válido como si hubiese sido escrito hoy. Era un visionario. Un tipo brillante. Me parece que el humor bien hecho necesita buenos libretistas, buenos actores y buena producción. Por eso, dejé «Hagamos el humor» que era mi programa porque no resistía hacer tantas cosas ya que escribía, actuaba, compaginaba. No tenía el canal un equipo de producción tal como el que necesitaba para hacer algo con un texto muy bien trabajado. Hacer ese tipo en televisión, una vez por semana, es muy difícil. Hay que tener mucha gente talentosa trabajando y creo que la televisión no está para eso.
– Te hago una pregunta poniéndome en abogado del diablo. ¿A la gente le interesaría un humor de ese tipo?
– Si, estarían muy felices. Mirá, Telecataplum que fue el primer programa en el que trabajé…vos sos muy chico…no habrás oído hablar de esto….
– Yo vi Hiperhumor…
– Si pero eso fue mucho después….pero nada que ver. Telecataplum era otro universo. Costó entrar porque era un humor muy diferente pero después la gente quedó loca. Tuvimos cinco años con un éxito brutal. Al tiempo, cuando se terminó Telecataplum, me fui a México, y lo conocían! Me fui a España y también lo conocían. ¡Mirá vos, el alcance que tuvo ese humor!. ¿Y Tato? Estuvo treinta años en la televisión. Compartí dos años con él nomás porque el canal después me dio un programa para mi. Pero después, ya tenía un hijo chico y estaba catorce horas fuera de casa, incluidos sábados y domingos. No podía y no era felíz trabajando tanto. Necesitaba un equipo. Cuesta mucho trabajo hacerlo. Ves las sitcoms norteamericanas y tienen veinte libretistas. A mi me gusta hacer las cosas así pero la televisión no da ahora para eso. Es mucho trabajo y pareciera que no hay equipos pero gente talentosa hay. Es una lástima porque a la gente le encantaría. El nivel de hoy es muy chabacano y se ha nivelado para abajo.
– En el caso de las sitcoms norteamericanas, el traslado a la Argentina tiene un desfasaje que a veces, no resiste. Es otro humor.
– Totalmente. El humor americano es muy particular, al igual que el humor inglés pero igual se podría hacer algo con humor acá con libretistas buenos, que los hay pero casi todos son gráficos…
– Estuviste con los Telecataplum y con Tato ¿Cómo recordás esas épocas?
– Maravillosas. Lo de Telecataplum, era una nena que tuvo la suerte de entrar por la puerta grande. Vine a Buenos Aires así y no tuve que sufrir ni nada. Entré con un grupo apoyadísima, sin ninguna experiencia, salvo las ganas y el talento que podría haber tenido –sino me hubiesen echado enseguida-. Para mi, fue la mejor escuela de humor que pude haber tenido. Los libretistas eran extraordinarios y escribían en una revista parecida a la Humor, que se llamaba Lunes. Los leía de muy jovencita. Siempre busqué el humor de muy chiquitita.
– También hablás del humor ligado a la lectura que también se perdió….
– Totalmente. No existe más. Por eso, escribí libros. Empecé a escribir de muy joven pero no de humor. Poemas terribles, de adolescente. Se los mostraba a Mario Benedetti y me hacía la crítica….
– Te hago la última, si por esta puerta entrase la Gabriela chica….
– Uh…¿de qué edad?
– La que iba a entrar a Telecataplum….¿qué le dirías?
– Uh…jajajajaja. La verdad es que, mirando en retrospectiva, le diría «¡qué intuitiva que sos!”. Cómo te diste cuenta de cual era tu camino siendo tan joven«. Fue una suerte ya que es una especie de don del cielo el tener la vocación definida de tan joven. Eso no le pasa a todo el mundo. Veo a muchos chicos que terminan sus estudios y quedan desorientados por un rato. Empiezan una carrera y después otra porque no saben que quieren ser. Por suerte, yo lo supe muy tempranamente por intuición porque nunca hice una clase de teatro en mi vida. Después estudié la voz, cantar y me perfeccioné pero nada. Solo haciendo fui aprendiendo. También leyendo y mirando. Era una autodidacta total. Le diría a esa chica «que suerte haber encontrado la vocación a tan temprana edad» y el haber tenido la fortuna de una carrera como la que tengo, tan divertida. El vivir de hacer reír a los demás…no se si existe algo mejor en el mundo!
«Algo sobre mi madre –todo sería demasiado-«. La Casona del Teatro. Av Corrientes 1975. Sábados, 21 hs
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