Hijos del Monte (Teatro)

La otra revisión

De Lucas Antona, Nayla Marchese y Alan Robinson. Con Nayla Marchese, Juan Bär, Martin Dodera, Agustina Orquera, Álvaro Ruiz, Maxi Sarramone y Fernanda Solari. Diseño de vestuario: Melina Cymlich. Diseño de espacio: Walter Robinson. Realización de escenografia: Compañía Hijos Del Monte, Cali Altarelli, Walter Robinson y Darío Tarasewicz. Diseño gráfico: Nómade. Asistencia de dirección: Gisela Delgado. Producción general: La Legendaria. Colaboración histórica: Yanina Leonardi. Puesta en escena y dirección: Alan Robinson.

Teatro Payró. San Martin 760. Viernes, 21 hs.


En tiempos donde se produce una revisión constante sobre el pasado, es menester que ésta se haga de manera seria y con una argumentación apropiada en tanto sea el deseo el crecimiento y la compresión de lo acontecido. Siempre se habla dellado B, de una historia determinada, como si fuera una especie de “otro lado”. En este caso, está más cerca de un “outtake” que de un lado B debido a que muestra aquello que, en algunos casos, se buscó ocultar en pos de crear una imagen un tanto magnificada.

Alan Robinson tomó un hecho de la realidad y lo convirtió en una puesta atrapante de principio a fin, al tiempo que pone el dedo en la llaga en un aspecto, practicamente, oculto en todo momento, el de los hijos que no reivindican a sus padres como “luchadores” sino que los critican como “padres” y la forma que ellos, como hijos, deciden hacer frente a dicha situación, a través del silencio o de la discusión.

La historia cuenta que Remo Vénica e Irmina Kleiner vivieron en el monte chaqueño entre 1974 y 1978, escondidos de la persecución que hubo en la ultima dictadura Argentina. Allí, tuvieron dos hijos, una niña -que nació en un pozo que habían cavado- y un hijo –que vio la luz en un cañaveral-. No obstante, el tiempo del relato teatral nos ubica en la Navidad del 2001, con la familia reunida en la casa de la hija (a la que se llama “América”) por invitación de ésta y con el deseo de hablar del tema. Por su parte, Manuel, su hermano, se niega a tocar el tema en el marco de una celebración….Mejor dicho, se niega a tocar el tema.

La puesta va y viene a través del tiempo y de los contextos. Va del presente al pasado, de la ciudad al monte, pasando por lugares intermedios como alguna comisaría o la casa de una vecina agradable, una de las tantas personas que ayudaron a los fugitivos a mantenerse con vida en el monte. Ese ida y vuelta está muy bien desarrollado con una puesta imaginativa y de muy buen gusto. Tres lugares conviven en escena, en tiempos diversos, de manera armónica gracias a una escenografía sencilla y por demás ilustrativa. La iluminación es parte fundamental al respecto, al delimitar con sutileza, los distintos escenarios donde se van a desarrollar los acontecimientos. Mientras algunos de los personajes están en escena, América y Manuel podrán aparecer en la misma, con un movimiento digno de un alfil manejado por la mano maestra de Bobby Fischer o Gary Kasparov, para decir –en el caso de América- o callar (quizás, sugerir) –si fuese Manuel- su “verdad”. Inclusive, el concepto mismo de verdad cambiará de acuerdo a quien lo diga y desde el lugar en el que se ubique. La puesta pone en tela de juicio el papel de hombres y mujeres capaz de militar por una idea o levantar un arma pero incapaces de pensar en la forma en que se criaba un hijo. Proponer una revolución que cambie el mundo pero sin la capacidad de cambiar un pañal. Nayla Marchese y Juan Bär son América y Manuel, a los que dan vida desde la sensibilidad propia de las vivencias de cada personaje, con matices variados y ricos. Ambos encabezan un buen elenco que cumple en el cometido de llevar adelante una puesta difícil y que requiere atención constante.

“Hijos del Monte” se ubica en un lugar poco cómodo, al tiempo que plantea preguntas cuyas respuestas son difíciles de encontrar –y aún más, de decir-, pero siempre desde una puesta atrapante y tensa, de principio a fín. 

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