Teatro Payró. San Martin 760. Viernes, 21 hs.
Alan Robinson tomó un hecho de la realidad y lo convirtió en una puesta atrapante de principio a fin, al tiempo que pone el dedo en la llaga en un aspecto, practicamente, oculto en todo momento, el de los hijos que no reivindican a sus padres como “luchadores” sino que los critican como “padres” y la forma que ellos, como hijos, deciden hacer frente a dicha situación, a través del silencio o de la discusión.
La historia cuenta que Remo Vénica e Irmina Kleiner vivieron en el monte chaqueño entre 1974 y 1978, escondidos de la persecución que hubo en la ultima dictadura Argentina. Allí, tuvieron dos hijos, una niña -que nació en un pozo que habían cavado- y un hijo –que vio la luz en un cañaveral-. No obstante, el tiempo del relato teatral nos ubica en la Navidad del 2001, con la familia reunida en la casa de la hija (a la que se llama “América”) por invitación de ésta y con el deseo de hablar del tema. Por su parte, Manuel, su hermano, se niega a tocar el tema en el marco de una celebración….Mejor dicho, se niega a tocar el tema.
La puesta va y viene a través del tiempo y de los contextos. Va del presente al pasado, de la ciudad al monte, pasando por lugares intermedios como alguna comisaría o la casa de una vecina agradable, una de las tantas personas que ayudaron a los fugitivos a mantenerse con vida en el monte. Ese ida y vuelta está muy bien desarrollado con una puesta imaginativa y de muy buen gusto. Tres lugares conviven en escena, en tiempos diversos, de manera armónica gracias a una escenografía sencilla y por demás ilustrativa. La iluminación es parte fundamental al respecto, al delimitar con sutileza, los distintos escenarios donde se van a desarrollar los acontecimientos. Mientras algunos de los personajes están en escena, América y Manuel podrán aparecer en la misma, con un movimiento digno de un alfil manejado por la mano maestra de Bobby Fischer o Gary Kasparov, para decir –en el caso de América- o callar (quizás, sugerir) –si fuese Manuel- su “verdad”. Inclusive, el concepto mismo de verdad cambiará de acuerdo a quien lo diga y desde el lugar en el que se ubique. La puesta pone en tela de juicio el papel de hombres y mujeres capaz de militar por una idea o levantar un arma pero incapaces de pensar en la forma en que se criaba un hijo. Proponer una revolución que cambie el mundo pero sin la capacidad de cambiar un pañal. Nayla Marchese y Juan Bär son América y Manuel, a los que dan vida desde la sensibilidad propia de las vivencias de cada personaje, con matices variados y ricos. Ambos encabezan un buen elenco que cumple en el cometido de llevar adelante una puesta difícil y que requiere atención constante.
“Hijos del Monte” se ubica en un lugar poco cómodo, al tiempo que plantea preguntas cuyas respuestas son difíciles de encontrar –y aún más, de decir-, pero siempre desde una puesta atrapante y tensa, de principio a fín.