Marcelo Mazzarello: “El teatro tiene que correr la frontera e involucrar riesgo”

Reconocido por sus personajes dentro de la comedia, Marcelo Mazzarello busca cambiar el ángulo de su carrera. Tras su muy buen unipersonal “Mazzarello no chilla”, se destaca en la excelente “La denuncia”. En una charla profunda, el actor habla de sus cambios a nivel profesional, las críticas que recibió la obra (buenas y de las otras), los límites del humor al tiempo que reflexiona sobre el teatro nacional. 

-Marcelo, contame sobre “La denuncia”. 
Surge por una idea que teníamos con Marcelo Xicarts y Gastón Ricaud de hacer teatro juntos, con textos nacionales y temáticas nuestras.  Decíamos con Gastón y Marcelo que, las propuestas comerciales que nos traían, eran de personajes de Nueva York o que transitaban las calles de Paris. La verdad, nos tenía un poco hinchados y molestos esto. ¿Por qué tenemos llamarnos John, Pierre o Ivanoff? Más aún teniendo un teatro tan rico y con tantas temáticas para abordar. Ahí aparece Federico Cécere, que es amigo de Gastón, que trae la denuncia original porque su tía es historiadora y además, trabaja en Tribunales. Esa denuncia circulaba y era motivo de risa por su redacción. La cuestión es que trae esa denuncia y nos juntamos un par de veces. Empezamos a ensayar y Gastón convoca a Claudio Martínez Bel para dirigir. Hicimos un trabajo a ver si la hacíamos a partir de improvisaciones pero finalmente, dijimos que no porque el trabajo mismo nos iba a tironear y cada uno iba a empezar a hacer la suya, lo cual iba a demandar mucho tiempo. Por eso, convocamos a un autor. Lo llamamos a Mauricio Kartún que nos recomendó a Rafael Bruza que escribió este texto en un año –o menos-. Un genio. Además, escribió lo que viste en la puesta. A lo sumo hicimos dos cambios como mucho. De agregar y no de sacar. Para mi la obra tiene un gran nivel de poesía, de humor. Además se mandó a partir de trabajar –con todo lo condicionante que es- de un personaje y un texto. Se mandó un laburazo. Quedamos todos chochos. Repartimos los personajes que se fueron dando y ensayamos durante dos meses. Justo tenía que laburar en el verano pero la idea era que, a la vuelta, estrenemos la obra. Fue un laburo importante. Despejamos otros trabajos que aparecían y volver a elegir esto. Fue una decisión tomada varias veces porque estamos orgullosos del resultado final. 

-¿La utilización de las máscaras fue idea de Claudio? 
– Si, fue suya pero era usar una media máscara, que no quitara expresión a los personajes pero que a la vez agregara una distancia. No sé como decirlo porque el funcionamiento de las máscaras nos sorprende día a día. 

– Este tipo de máscaras acercan pero “hasta ahí”. 
– Es un guiño a la Commedia dell Arte pero no lo es. La diferencia es muy sutil. Aparece pero no son del tamaño de alguna máscara reconocible en algún estilo. Está en el medio de las dos. El espectador termina de cerrar al personaje. Hay una distancia pero lo convierte en algo creíble. Por ejemplo, cuando Gastón se pone la máscara de la nena, se vuelva una quinceañera. La idea era que se hiciera a una mujer y no una parodia de una mujer. Es un gran acierto y todo mérito de Claudio. Hubo muchas y muy acertadas decisiones de dirección en ese sentido. Todo es apostando a la verdad de los personajes y los sentimientos de las mujeres. La temática es difícil de tratar pero está inserta en una época que llevaba a este tipo de esquema familiar, por decirlo de alguna manera. Era familiar de hecho, sin demasiados análisis porque no se analizaba nada en esa época. Es una época pre-psicoanalítica. Uno de los trabajos que hicimos fue el sacarnos el psicoanálisis de encima cuando hablamos porque esos personajes no lo tienen. Cuando veo personajes de época, les veo que pasaron por un psicoanálisis que no existía en ese momento. Eso es difícil porque no somos conscientes ya que está en nuestro lenguaje. Eso lo hablábamos con Bruza. Como hacemos una comedia, nos tomamos algunas licencias. Pero en muchos casos, la brutalidad –en sentido de como son las cosas y como se dicen- es una característica de la época que hay que respetar. Caso contrario, no entendes el sentido total de porqué las cosas son como son. 

– Además, ponen la denuncia propiamente dicha en el programa. Todo un acierto. 
Si! Es que tenía que ir en el programa porque la gente tiene que ver que es real y de donde sale todo. Pusimos una fotito para que se vea la redacción para que le cierre al espectador todo, cuando se va. 

– Si bien es cómica pero no hay burla, es irónica pero no paródica. Fue difícil encontrar ese equilibrio, ¿no? 
– Si. Todo es por Claudio y la dirección que llevó a cabo. Es un actor y director con el cual quería trabajar desde hace muchos años. Él no lo sabía pero me gustaba mucho su trabajo. Creo que encontró un camino en la actuación y el humor -con el que estoy de acuerdo- que es que los payasos tengan verdad. Lo digo yéndome a los extremos. Digo “payaso” en el sentido más profundo y querido de la palabra. Meterle verdad como había hecho en “No me dejes asi” o “Perras”. Ese código de actuación es un descubrimiento de los trabajos que había hecho junto con Néstor Caniglia.  Esos actores que son cómicos/payasos que tienen una verdad profunda. Néstor hizo de Pichuco y ahí ves lo gran actor dramático que es pero dedicado al humor. Hay pocos tipos que fusionan estas dos cosas. Es una línea de trabajo que me gusta pero que no se explora mucho. En “La denuncia”, la precisión que tiene Claudio para trabajar en la profundidad para hacer humor, se le agregó la tarea de Bruza y la aparición de las máscaras. Creo que hay algo de descubrimiento en el que confluimos todos pero gran parte de la dirección de Claudio fue la que orientó la búsqueda.


– La obra es muy dinámica, con un ritmo sostenido… 
– Trabajamos mucho tiempo y muy profundo sobre la letra. No fuimos con letra sabida al primer ensayo pero era condición saberla para cada escena, sino no se avanzaba. Se improvisó un tiempo y después nunca más. Siempre se trabajó con máscaras. Al principio eran de goma o de cotillón -hasta que tuvimos las verdaderas- y muy poco vestuario. Creo que la clave estuvo, por un lado, que trabajamos con la letra sabida y con mucho rigor. Aceptamos el rigor de Claudio en la dirección. Además, ayuda la amistad y el respeto que hay entre nosotros. Algo de “tomala vos, damela a mi” y compartir la mirada de lo que hacemos. No hay competencia entre nosotros. Disfrutamos de lo que hacemos. Hubo mucho amor por el trabajo que hacemos. 

– ¿Sorprendieron ciertas críticas que se le hizo a la obra por la cuestión de género? 
– Cuando estábamos ensayando la obra, sabíamos que era uno de los problemas que podían surgir. Estamos en un tiempo de mucha corrección política sobre el tema. Nos lo preguntamos. Hicimos algunas pruebas a ver que le pasaba al público. Uno de los que preguntó fue el propio Iriarte, el de las máscaras pero ya se había reído. Esa cuestión es posterior. Hay algo de la risa que va antes que el pensamiento y es una reacción tardía con respecto a una temática. Frente a la pregunta de “¿Cómo va a ser recibido esto?”, pensamos que tenía que ser recibido como deba ser recibido porque se había hecho esto.  Hablamos con Rafa y se agregó uno de los monólogos porque el personaje del acusado en la denuncia tenía que hablar. Dar su punto de vista sobre el porqué hizo lo que hizo, como lo ve y defenderse. Cuando digo ese texto, siento la incomodidad del público cuando dice “Es cierto que hice mi vida marital con Angélica y sus dos hijas pero es cierto que mantenía la casa con mi trabajo y justo es que me pagaran el servicio que les hacía”. Es una brutalidad que te digan eso. Siento esa molestia pero el personaje es así. En esa época, se pensaba de esa manera y en la denuncia original,  la mujer pide que vuelva porque tienen cinco hijos y está dispuesta aceptarlo porque necesitan morfar. Hay que entender cuál era la realidad de la época. El tipo estaba en un ferrocarril y en ese tiempo, era como un astronauta. Era Las Flores, en 1909. A la mujer se le habían ido dos maridos y la dejaron sola. Aparece este tipo y se hace cargo de todo. Hay muchas aristas al respecto. Cualquier juicio absoluto sobre los hechos tiende al error. Se tiene que exponer lo ocurrido y después la gente sacará sus conclusiones, acertadas o no -si es que se pueden sacar conclusiones-. Juzgar un hecho histórico con las herramientas de ahora, no tiene sentido. 

– Habría que separar los tantos… 
– Tenemos que creer que hay cosas de las que no se pueden hablar ni tocar. 

Ahí te pregunto cuál es el límite del humor. 
– Ese es un problema. Creo que uno asume riesgos cuando hace humor y tiene que enfrentarlos. Está el caso de Charlie Hebdo. ¿Está bien o está mal hablar de religiones? Hay muchos seguidores, en distintos grados pero que, si les tocas la religión, saltan. Sean musulmanes, judíos, católicos o lo que sea. Si estas dispuesto a jugar con eso, puede ser que alguno de los fanáticos tome venganza. En estos momentos, no te puede sorprender algún tipo de reacción al respecto. ¿Vas a dejar de escribir? No me parece que tengan que dejar de hacer la revista. Sé que hay límites y parte del juego del humor es andar por la cornisa. Jugar con esos límites y ver para donde corren más o hacia donde se corren menos. Donde está el buen gusto y donde no. Creo en ese buen gusto. Nosotros sabemos que estamos corriendo por un borde pero creo que estamos del lado correcto. Si alguien piensa que no, está en todo su derecho. Si estoy vulnerando su buen gusto, lo lamento pero voy a seguir haciendo lo mismo. Si me queres pegar un palazo, lo vas a hacer pero eso va a hablar más de vos que de mi. No hay una resolución de eso. 

– Por eso te preguntaba respecto del límite del humor… 
– A mi me interesa más estar de este lado y poner en tela de juicio esa supuesta “corrección” que hay. Gente a la cual respeto mucho, vino a ver la obra y se pudo divertir, pero no tengo la más mínima duda con respecto a su postura respecto al tema. Lo mismo para con quienes hacen la obra. Las cosas no cambian porque te pongas serio sino porque vos te metas en esto. 

-¿No está muy solemne el teatro? 
– Si, y te pregunto, ¿no estamos muy solemnes los argentinos con estas temáticas? 

-Te diría que estamos solemnes y amargos. 
– Coincido. Estamos muy señaladores. Moralistas y moralinos. El teatro tiene que ser un ámbito para expandir el pensamiento y está todo lo contrario. Esta obra tiene que ver con la corrección política pero también con algo que pasa en muchos lugares del mundo. Por decir lo “correcto”, entramos en un cinismo acerca de las temáticas. Decimos lo que queda bien, pero sin meternos o involucrarnos. No hay riesgo. El teatro tiene que correr la frontera e involucrar riesgo. Ahora los actores quieren hacer algo “cuidado” y nada arriesgado. “No. Esto no lo hago. Quiero algo más cuidado”. Es un “no” constante. ¿Cuántas temáticas ves que arriesgan? Por eso no hay contenidos con temáticas nuestras y con opinión. ¡Y tenemos clásicos a cagarnos! De ahí que tomamos la decisión de hacer esta obra que hacemos. Buscamos una temática nuestra con los temas que hay hoy –que tenemos a montones-, pero sin el dedo criticón y acusador. ¿Por qué no arriesgamos un poco? ¿Cuáles son los límites para entender? 

– Pero el dedo acusador es lo más fácil. Es agarrar por colectora… 
– Obvio. Te sentas en el trono y desde ahí, tenes la verdad de todo. 

Parafraseando al gran pensador argentino Jacobo Winograd, ¿“autor extranjero mata autor nacional”? 
– No lo mata pero lo deja medio knock out. Creo hay momentos y modas que son parte de un proceso general de la sociedad. El empresariado argentino apuesta por títulos que se van haciendo un circuito. Se viaja a Londres o Nueva York, ven la obra que se estrena, se compran derechos, se las traduce y el circuito sigue, en el teatro comercial. Pero también el teatro comercial –golpeado por las circunstancias-, está a la búsqueda de aquello “que funcione”. Nuestro desafío, como gente de teatro, es hacer cosas que “funcionen” pero con una temática más nuestra. Es un error buscar afuera lo que está adentro. Debemos profundizar esta búsqueda. Hacer temáticas ricas con títulos y personajes atractivos para que vengan a ver aquello que les pertenece. Lo que no hay es un reflejo de eso. Creo que está la posibilidad y, personalmente, voy a seguir buscando por ahí. Debería haber un vínculo entre el teatro nacional y el público para que las temáticas nuestras vuelvan a llegar a los espectadores. Ojo, no estoy inventando nada nuevo.  Son modas y está un poco agotado como modelo. Tenes a “La omisión de la familia Coleman” en La Plaza, “El loco y la camisa” en el Picadero y Tolcachir que ha logrado meterse en el inconsciente colectivo del teatro comercial. No cambió el teatro para entrar en el comercial. No creo en esa dicotomía con el teatro independiente. Uno puede convertirse en el otro.


-Se aprecia un cambio en Marcelo Mazzarello a nivel profesional y artístico, con las decisiones que estas tomando. 
– Si. Lo hubo. Fue una decisión al respecto y una profundización en determinadas elecciones que pude empezar a tomar de un tiempo hasta esta parte. La primera parte de esa decisión fue el unipersonal, después fueron todas las que siguieron. Agradezco mucho que se pueda notar. 

-Estas decisiones te sacaron de cierto lugar de comodidad al cual podías haber accedido. ¿Cómo se siente ese cambio? 
– Lo vivo con mucha felicidad. Estoy muy convencido de lo que creo. Empecé a cerrar otras posibilidades para apostar a esto y morir en el intento si hace falta. Hay que estar dispuesto a esto. Si realmente crees en eso, cerrá las otras puertas de salida y dale para adelante. Sino las cosas no salen. Lo que me empezó a pasar fue que quería hacer determinadas cosas y no otras. Era hora de tomar las decisiones correspondientes para ir hacia ese camino. Que los vaivenes de la marea no me vayan arrastrando siempre para cualquier lado. 

– O sea que Marcelo Mazzarello se aburrió de… 
– De él mismo! (risas). Mejor dicho, del otro Marcelo Mazzarello. Uno va evolucionando dentro de esto. No tuve una formación académica por lo que me fui formando a medida que fui haciendo, estudiando, probando. Me fui haciendo. Con los años, me llevó un tiempo encontrar una manera de ver esto y verme dentro de esto. Me costó mucho entenderlo. Primero me pasó y después entré a buscar la explicación. Me encontré con que hacía algo y funcionaba. Era gracioso, funcionaba. Después, esas cosas empezaron a tirar de mí, llevándome por otros, pero yo no lo quería. No lo manejaba sino que me llevaban. Todo eso fue un proceso de años de entender y por otro lado, sobrevivir y trabajar de esto. Llevó todo este tiempo el poner las patas firmes, plantarme acá y bancar lo que venga. 

-Una vez, Carlitos Balá me dijo que quería que lo convoquen para hacer de “malo”, como “De Niro en Cabo de Miedo” ¿Compartis esa inquietud? 
– A los que estamos muy ligados al humor y tenemos otras ideas al respecto, me gustaría hacer algunos laburos dramáticos. Todavía no vi alguno que diga “Quiero hacer esto”. De todas maneras, creo que, ahora que estoy eligiendo algunos trabajos y también con “La denuncia”, aparecen otras cosas que hago en las que está el humor pero con aspectos más poéticos. El generar una emoción en el público. Me interesa llegar tanto a la risa como al corazón. Es una asignatura pendiente pero no lo ubico como hacer “un malo” sino que es otro tipo de trabajo. Que puedan estar dentro del humor sin dejar de ser emotivas, profundas o trágicas inclusive.

La última, ¿cuales son tus próximos proyectos? 
– Sigo con “La denuncia” hasta noviembre y después volveremos el año que viene. Estamos hablando con el Cervantes para hacer temporada con “Esperando la carroza”, con dirección de Leonor Manso. 


“La denuncia”. Teatro del Pueblo. Miércoles, 20 hs. 

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