Con puntualidad extrema para lo que uno está acostumbrado para un recital, a las 21.20 ya estaba arriba del escenario The Libertines, la banda comandada por ese dúo dinámico de soberbia e irreverencia compuesto por Pete Doherty y Carat Barat. Es menester decir que el primero es más que el ex novio de Kate Moss, con quien formó una pareja explosiva (como todas las de Kate) que llenaron titulares de los diarios británicos. Es un buen compositor y sus arreglos se encuentran dentro de la querida e inoxidable canción británica. A su lado tiene a Carat Barat. Juntos, conformaron un dúo de guitarras en el que, si bien Barat era más “líder”, ambos tuvieron sus momentos para realizar arreglos tan desprolijos como familiares al oído atento. El impertérrito John Hassall junto con el particular y poderoso Gary Powell en batería conforman una buena base para que los chicos puedan hacer de las suyas, sin ningún tipo de problemas.
Doherty sube con un traje a rayas y remera mientras que Barat con un sombrero a tono, que volará al poco rato, manteniendo ese toque “posh” con onda y mucho camino de excesos en el medio.
Canciones de amores malditos (“You’re my Waterloo”), pases de factura entre Doherty y Barat resignificados por el paso del tiempo (“Can’t stand me now”) adornan un muy lindo concierto, de esos que se pueden ver con tranquilidad con una cerveza en la mano. Un inicio que rememora a los Stones Roses para “The good old days” y con “Time for héroes”, recuerdan los incidentes de Londres allá por el año 2000/2001. Se escuchán los “Ole, ole, olé” que causan cierta hilaridad entre los músicos que hacen “Tell the King” y “Death the stairs”. Esto no impide que tanto Doherty como Barat tiren sus respectivos micrófonos con esa actitud tantas veces vista.
Más de uno dirá que The Libertines es una banda del montón. Es posible. Seguramente será asi. No hay un gran aporte estilístico y la actitud canchera de la dupla Doherty-Barat es harto conocida, pero no todas tienen un «What Katie did», «Can’t stand me now» o «Don’t look back into the sun». Algo de mérito tienen y, al menos, pasaste un buen rato con esas canciones que te hacen mover la cabeza, acompañando la melodía.
De más está decir que The Libertines tiene un propuesta completamente diferente a la de Iggy Pop. Esto no invalida que hayan realizado un buen recital pero lo que estaba por venir era adrenalina pura.
Siempre hay un buen motivo para ver a Iggy Pop. Pasan los años y sigue ahí, en el escenario, incendiando multitudes con la visceralidad punk que es su sello. Chicos y chicas de diversas edades se congregaron para ver un show absolutamente incendiario en el que pasó de todo. Un pogo constante en el que no quedó nadie sin saltar, un repertorio fantástico y hasta momentos de tensión que ya iremos describiendo.
Pero vayamos por partes, 23.20 se apagan las luces y sale un endemoniado James Newell Osterberg a prender fuego el escenario de Tecnópolis. Para tal fín, Iggy Pop no tuvo mejor idea que abrir el show con “I wanna be your dog” de The Stooges. Avalanchas y pogos con la gente yendo y viniendo para todos lados. Esto se extenderá por los primeros tres temas donde la pasión y los cuerpos bailaban y movían, sudorosos en el campo. El público toma su lugar al cantar cada tema. Más aún si suenan “The Passenger” y “Lust for life”. ¿Algo más que agregar? Solo faltaba Spud caminando entre la gente y estabamos completos.
La relación de Iggy Pop con el público argentino es incondicional. El amor se acrecienta a través de los años por las visitas constantes y por actitudes bien particulares. Por ejemplo, cuando baja varias veces a cantar cerca de la baranda que separa el campo del escenario. Las cámaras lo toman de cerca para ver su cuerpo a través de las pantallas ubicadas a los costados. Un cuerpo a punto de cumplir 70 años el próximo 29 de abril, que mantiene una vitalidad y una energía capaz de encender de rock a cada una de las almas que tuvimos el placer de presenciar el concierto.
Alguno preguntaría “¿Querés más?”, y la respuesta es afirmativa. Es el momento de “Candy” y una parte del público hace las veces de Kate Pierson, cantante de los B52’s con quien hace el tema a dúo. La fiesta llega al enésimo frenesí de una noche inolvidable. Termina el show pero Iggy Pop baja y choca los cinco con el público agolpado contra la baranda de seguridad. Vuelve a subir al escenario para retirarse en esa danza tan propia como inimitable, de movimientos espásticos con los brazos moviéndose para todos lados.
Pasó la primera fecha del Festival BUE 2016 con la buena performance de The Libertines y ese huracán en ebullición constante llamado Iggy Pop. Recomendación para todos y todas los amantes del rock. Antes de terminar esta vida, hay que ver un show de Iggy Pop. Mínimo. Es un antes y un después de adrenalina pura en formato de recital punk rock. Un espectáculo tan único y bisagra que vas a querer volver a verlo en la primera oportunidad que tengas.