Desde el mismo título, se infiere que, como suele ocurrir, es más fácil poner la lupa frente al otro (des) conocido que resetear el rígido de la propia existencia. La forma en que se dibujaron los personajes es interesante en tanto y en cuanto, se da un intercambio de roles en el “debería ser”, ubicando el romanticismo y la sensibilidad del lado masculino. No obstante, este cuadro de situación será el preludio de lo que vendrá, a partir de la entrada en escena de otro joven. Éste tiene el pasatiempo de jugar cartas al tiempo que tira sentencias que ponen los pelos de punta, no solo a la pareja sino a los espectadores, mudos testigos y con un gran interrogante respecto de quién este hombre.
El clima de suspenso es excelente porque no solo es atrapante en tanto el ritmo de la obra sino por un texto que inquiere sobre el “qué hacer” frente a una situación límite, donde se requiere frialdad y sapiencia para salir de un jeroglífico laberinto que es propio y personal futuro. La vida no espera y no perdona sueños blancos cuando el destino está a la vuelta de la esquina para jugarte una mala pasada. Y si estuviste viviendo en una cajita de cristal o como decía Lennon que “vivir es fácil, con los ojos cerrados”, la confusión hace que lo bello y lo pavoroso se mixturen. La búsqueda de la salida o el estancarse frente a acontecimientos que no esperan, son la “cara y seca” de una puesta sutil y de contundencia significativa, que va más allá del significado/significante de la vida misma, como hombre/mujer. No en vano se juegan cartas en el juego de la vida en los que el azar tiene una gran cuota de incidencia, más allá de los merecimientos propios a través de las buenas (o malas) acciones, siendo inclusive la adjetivación absolutamente subjetiva, de acuerdo al lugar en el cual se ubica cada personaje.