“Araoz y la verdad” es de esta tónica. Ezequiel Araoz va en busca de Perlassi, un ex jugador de fútbol (héroe de su infancia) a un pueblo muy lejano. Allí, lo recibe Lépori, un amigo de Perlassi con el que interactúa mientras llega el ex futbolista. Ambos personajes irán descubriendo sus historias, en las que el fútbol se mezcla, como tantas veces, con la vida misma. La escenografía y la iluminación son de primera calidad y van cambiando con naturalidad a medida que transcurre la obra. El desarrollo de los personajes se basa en la sapiencia de Brandoni y Peretti que dotan a sus criaturas de los matices necesarios a lo que requiere cada momento de la obra. El único lunar es la reiteración del recurso del apagón y que en algunas escenas, se vuelve sobre lo mismo, para “aclarar” la situación, alargando la puesta sin necesidad y más aún, con los recursos técnicos con los que se cuenta.
Con una duración de 70 minutos, la obra sería una puesta redonda en toda su expresión. Y aquí es donde surge la relación con Mc Cartney-Stones: está todo fríamente calculado y cada cosa va en su lugar, con una prolijidad que abruma porque se podría haber intentado algo diferente en vez del camino seguro del aplauso frente a lo esperado. En un recital, uno lo pasa muy bien escuchando, por ejemplo “Yesterday” o “Start me up” pero sabiendo de la calidad y la historia de los artistas, el deseo pedirá a gritos “Helter Skelter” o “Rip this joint”. Esa sorpresa interpretativa que va más allá de la consagración obtenida por meritos propios.
“Araoz y la verdad” entretiene y logra complicidad pero tomando uno de los recursos de la obra como el futbol, peca de tener un dream team y ganar 1 a 0 cómodo y efectivo.