Los libros de la buena memoria
Con Jorge «Pelé» Gómez y Gabriel Virtuoso. Voz en Off: Diego Capusotto. Diseño de escenografía: Alejandro Mateo. Asistencia de dirección: Lucía Gómez Ramírez. Producción: Nicolás Sabatini. Dirección: Jorge «Pelé» Gómez
Teatro El Desguace. México 3694. Viernes, 21.30 hs
Ellos están ahí, cumpliendo su santo deber encomendado como si fuera una orden patriótica y divina. Nada detendrá lo que tienen que hacer. Son los “destructores de libros”. De ahí, el nombre de la puesta que gira alrededor de la definición de “iconoclastas” que alude a quien destruye pinturas o esculturas sagradas.
En este caso, la acción se sitúa en el marco de la Dictadura que azotó Argentina entre 1976 a 1983. Fénix Gorosito y el correntino Gutierrez cumplen con su cometido. Es un trabajo para el cual no hay descanso. En necesario refundar la conciencia nacional del país.
Un galpón municipal alberga un horno encargado de poner las cosas en su lugar en lo que a contenidos para consumo del público se refiere. Todo, en un mar de libros que inunda el piso del galpón. Allí, ataviados con guardapolvos blancos, dos hombres cumplen las órdenes para realizar el trabajo que se les ha encomendado. Ellos tienen vidas, existencias paralelas a su trabajo. Al igual que “El señor Galindez” de Eduardo “Tato” Pavlovsky, son seres con sus propias particularidades realizando una actividad que exime cualquier calificativo. Pero no son “demonios” sino seres de carne y hueso. Al igual que cada uno de los espectadores.
Es fantástico como el texto salta del contexto en el que se desarrollan los acontecimientos para dialogar no solo con la actualidad sino con una forma de vida y una crianza que atravesó generaciones enteras. Un ejemplo por demás ilustrativo es cuando el Correntino tira un libro y Gorosito le responde, con asco “Comunista…y judío”. O el momento en que Gorosito se pregunta para qué hay que leer. ¿Cuántas veces hemos escuchado estas frases/preguntas? Es la instalación del prejuicio en una sociedad. El progreso sería el deconstruir dicho prejuicio. ¿Estaremos capacitados para tal fin?
Por tal motivo, la puesta se vuelve tan atrapante como ponzoñosa. Es molesto ese reconocimiento a través de seres que estarían en las antípodas de los bienpensantes, bando en el cual uno cree jugar. Es, a través de las llamas de ese horno crematorio del saber, que se ilumina la oscuridad de almas y seres tan reconocibles como próximos.
En ese “deber ser” construido a través de los personajes, la autoridad y el respeto –mejor dicho, la subordinación- a la misma forman parte de la constitución del individuo. En un momento de explosión, Gorosito preguntará “¿Para qué pensar?”. En el 76, Charly García preguntaba “¿Qué se puede hacer salvo ver películas?” y hoy, Marcelo Tinelli es referente ineludible con sus productos televisivos de dudosa calidad y alto consumo masivo.
El diseño del espacio es asfixiante. Se siente el “olor a libro” y su destino, con espectadores ubicados en distintos lugares lo cual la resignificación y aprehensión de la puesta variará según el caso. En cambio, el dibujo de los personajes es tan preciso como ilustrativo. Gabriel Virtuoso es ese Fenix tan esclavo de su trabajo que lo supedita todo al mismo. Con los excesos propios de su personalidad, es interesante la relación que entabla con Carlitos, un canario que llega malherido a sus manos y desea cuidar. En cambio, Pelé Gómez es quien cumple ordenes de manera constante y no puede salir de dicho circulo. Al respecto, esa relación cuenta con sutilezas que aludirán a las peculiaridades de los individuos. Sus deseos y sus carencias. Vínculos de poder y dependencia que trascienden la mala relación que puede haber entre los protagonistas. Al respecto, puede haber un guiño a Hamm y Clov, en “Fin de partida” con respecto a esta dupla de enemigos íntimos que comparten un espacio a pesar de sus pesares, con el ominoso contexto que los circunda. La soledad en el medio de un contexto donde el respirar es peligroso y el pensar es casi una sentencia de muerte.
“Biblioclastas” es de visión obligatoria no solo para mantener la memoria –y la neurona- atenta sino para ver y darse cuenta que, aunque tengan otro vestuario, algunas de esas ideas nefastas de otros tiempos siguen vigentes y más vivas que nunca. Incluso, con el beneplácito de los votos y conciencias de clase mal entendidas.