La historia, manjar y pesadilla de los pueblos
Dramaturgia y actuación: Marcelo D’Andrea. Vestuario: María Claudia Curetti. Diseño de escenografía y dirección: Ricardo Holcer
El Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. Domingos 18 hrs

Por Mariana Turiaci (@turiacimariana)
Un taller de autos en un día cualquiera. Entre fierros, chispas y herramientas ,un hombre de mameluco naranja ajusta tuercas mientras sus pensamientos navegan al ritmo del silbido. Esta imagen inicial, que podría ser una escena barrial, es el comienzo de una puesta atrapante.
De esta forma empieza “El ardor”, unipersonal escrito e interpretado por Marcelo D´Andrea, que nos hace ingresar en un mundo alejado de lo teatral y en la mente de un personaje solitario, extraño e inquietante.
El mecánico en cuestión es tomado de las tripas por un locro que devoró con ganas. Un incipiente dolor de estómago se extiende por todo su cuerpo y extremidades provocándole terribles consecuencias. Paulatinamente el choclo, los chacinados y el caldo se mezclarán con la historia latinoamericana en un menjunje difícil de digerir. El cuerpo es el país arrasado, la tierra confiscada y la memoria física donde se asientan luchas legendarias. Aquí y allá aparecen movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios, guerras, invasiones, fracasos y conquistas épicas.
En suma, el organismo humano como un territorio de disputas, es llevado magistralmente a escena gracias a una actuación potente, corrosiva y feroz pero no carente de matices. Por el contrario, gracias a la dirección clara de Ricardo Holcer, D´Andrea encuentra el matiz justo y el tono acorde a cada situación desplegando el abanico de personajes que habitan dentro del protagonista. Al respecto, uno de los elementos más excepcionales es la dramaturgia que construye potentes imágenes sobre las luchas sociales, la cultura mestiza y el cuerpo humano. El texto se despliega como las capas de una cebolla colocando en el centro la propia historia del protagonista en un juego por momentos, metafórico y en otros, metonímico.
Si la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa esta pieza, además, se ha resignificado con el paso del tiempo. Han pasado diez años del momento de su estreno en que el contexto social y político era muy distinto.
“El ardor” es también un juego de antinomias: cultura y naturaleza, civilización y barbarie, tragedia y comedia. El locro, receta ancestral, símbolo del entrecruzamiento de pueblos, es complejo de digerir como nuestra historia que parece repetirse una y otra vez.