Amigos son los amigos
De Guillermo Gentile. Con Ulises Pafundi, Oscar Gimenez y Pablo Plandolit. Vestuario: Cecilia Carini. Diseño de escenografía: Iván Salvioli. Diseño de luces: Nicolás Dominici, Nicolás Mizrahi e Iván Salvioli. Música original y Dirección musical: Mirko Mescia. Operación de luces: Facundo Besada y Nicolás Mizrahi. Diseño gráfico: Ramiro Gomez. Asesoramiento literario: Ariel Pérez Guzmán. Asistencia de dirección: José Busacca. Dirección: Nicolás Dominici.
Teatro El Duende. Aráoz 1469. Sábados, 22 hs; domingos, 17 hs.

Todo comienza cuando Juan (también conocido como “El nene” por su padre) lleva a su casa a vivir a Martín, un estudiante de Filosofía, con el fin de que se convierta en su amigo. Juan sufre de una paralisis cerebral que le impide caminar y hablar bien. Esto, no obstante, no es impedimento para que ambos entablen una sana amistad. Aquella que surge de quien quiere y es querido. Juan vive con su Padre que no solo es padre sino que se transforma para trabajar.
Es muy interesante la relación que se establece entre ese padre, cabeza de una familia “disfuncional” y la educación que le brinda a su hijo con los deseos latentes de Juan, un joven que busca su propio destino pero necesita quien lo guíe. Las contradicciones en que se incurre esa figura paterna en tanto autoridad para con quien se encuentra bajo su cuidado, por no decir dominio. Un padre, que bien podría ser una sociedad que inculca valores de los que no se puede hacer cargo, salvo para narcotizar y explotar a sus habitantes. Con la llegada de Martín, Juan abre los ojos al mundo exterior. Descubre la vida, el amor, las mujeres y también, así mismo a pesar de sus propias limitaciones. Aquí es donde la importancia recae sobre el verbo “descubrir”. Cada descubrimiento implica una mejora personal, inversamente proporcional a la inculcación de buenos valores que terminan con la alienación del individuo.
El texto abarcará estas ideas y resignificaciones que han cambiado con respecto a 1969. La intensidad que tiene en su desarrollo a través de las relaciones de los tres personajes, supera con creces un contexto que puede quedar un poco fuera de época al centrar la acción en el despertar de Juan hacia la vida. Se pasará desde el tema de las familias disfuncionales hasta la forma de tratar a los discapacitados y su futura independencia. La puesta es sensible y atrapante, obteniendo la compenetración absoluta de quien la vea.
La escenografía es de muy buen gusto y reproduce una época con precisión. La iluminación también jugará un papel fundamental en tanto determinación de los diversos espacios donde se desarrolla la acción.
El elenco es excelente. Ulises Pafundi creó un entrañable Juan, hasta el punto de haber estado participando en un centro de atención para la atención de quienes sufren parálisis cerebral para poder dar vida a un personaje que será, seguramente, una bisagra en su carrera. Es el grito de libertad de quien quiere salir del agujero interior, para que le apreté los globitos de los cachetes. Por su parte, Oscar Gimenez es un padre que no es tal pero que ejerce la autoridad desde un lugar en el que, en un punto, hace referencia al refrán que dice que “de buenas intenciones está lleno el camino al infierno”. Ama a su hijo y lo protege pero a cambio de cercenar su propia individualidad aun cuando la suya propia deje bastante que desear. Un personaje que llama a reflexionar respecto a donde se ubica un padre ante una situación como la que él vive y de los límites/educación que se le brinda a su propio hijo. Finalmente, Pablo Plandolit es quien viene a romper el esquema familiar pero desde un lugar en el cual le brinda las herramientas a Juan, sin atribuirse halagos que no les corresponden. Su Martín es de una solidez absoluta.
“Hablemos a calzón quitado” llama a la reflexión –ahora- de cuestiones referidas a la amistad, el rol de la educación y la forma en que se puede ser uno mismo más allá de algunas limitaciones. Una revolución personal que cambiará el mundo propio, lo cual, al día de hoy, es más que suficiente y saludable.