Para quienes se sorprenden de la repercusión de Susan Boyle o Iliana Calabró en los concursos de canto, deberían saber que ambas tuvieron una antecesora: Florence Foster Jenkins, una soprano estadounidense carente de habilidad musical. No tenía noción del ritmo o ni oído. No obstante, hacia conciertos privados y llegó al Carnagie Hall, gracias a la diversión que producía.
Karina K dota a Foster Jenkins de variados matices, construyendo un personaje entrañable, con una actuación fantástica, por la cual ha sido galardonada con el Premio ACE a “Mejor actriz de comedia”. El trabajo que realizó tanto a nivel coral como corporal es sublime. Pablo Rotemberg acompaña con solvencia como Cosme Mc Moon, su compañero musical.
La escenografía es correcta al igual que la iluminación. La puesta tiene un desarrollo armónico y preciso, con diálogos hilarantes aunque no cae en la burla ni en la parodia sino que desarrolla el deseo de una mujer por ser escuchada en lo que consideraba su arte. La idea de «uno podrá cantar pero sonará como desee dentro del corazón de quien lo escuche» es fundamental para disfrutar, aún más, esta excelente puesta.