Actuar para vivir
Autor: Mariano Saba. Con Ingrid Pelicori y Manuel Callau. Vestuario: Analía Morales. Escenografía: Marcos Aquistapace. Iluminación: Héctor Calmet. Dirección: Daniel Casablanca.
Sala: Paseo La Plaza. Avda Corrientes 1660. Sala Pablo Picasso. Martes 20 h.

Por Mariana Turiaci (IG: @turiaci.mariana)
¿Por qué actuamos? Y en esta oportunidad me permito el uso de la primera persona del plural porque quien escribe estas líneas escribe, también se dedica a la actuación ¿De dónde viene ese deseo que se sostiene a pesar de todo? Un fuego interno que necesita siempre de la presencia atenta del público ya que sin mirada no hay teatro posible. Artistas, por un lado; espectadores, por otro. Y en el medio esa magia única, irrepetible, que sucede en cada función.
Ahora bien, volviendo a la pregunta inicial y valga la redundancia ¿por qué actúan los actores?, ¿qué los mueve a abrirse cada noche, a abismarse a lo desconocido, a mostrar la propia vulnerabilidad? Porque, aunque en el teatro cada texto y movimiento está ensayado y marcado, todo puede suceder. Lo impredecible, lo latente y el riesgo que seduce. El juego, la emoción, el aplauso son quizá el “sueldo esencial” como dice la canción. ¿Actuamos para vivir o vivimos para actuar? Tal vez sean las dos caras de la misma moneda. En el medio, el silencio previo al ritual, el espacio vacío, la energía del público que se siente desde el escenario, las luces y el éxito. Pero también las sombras, el trabajo ingrato y la fragilidad propia de un arte que necesita no solo de la conjunción de muchas personas sino además del deseo puesto ahí.
Con todo lo mencionado, dialoga Sueño de dos, la última dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Daniel Casablanca, que se estrenó el pasado martes 7 de enero en el Paseo la Plaza. La misma remite no sólo al propio texto sino a la historia del proyecto que había surgido de la mano del maestro Raúl Serrano. Ahora, como producción independiente, llegó a una sala del circuito comercial.
La puesta narra las peripecias de los últimos integrantes de una legendaria compañía de teatro independiente: Olga y Antonio, actriz y apuntador respectivamente. Ambos se convierten en un suceso al recorrer ciudades y pueblos con una obra de múltiples personajes adaptada para ellos dos. Entre éxitos y aplausos el amor los enredará en sus vericuetos, un laberinto del cual es difícil salir cuando se cruza con la vocación. Incluso podría pensarse que la actuación, en definitiva, no es tan diferente al amor de pareja. Tanto el uno como el otro implican trabajo, diálogo, consensos, desencuentros, compromiso, responsabilidad y entrega. Así como el amor puede llegar a ser muy frágil, lo mismo ocurre con el teatro. En ocasiones, todo pende de un hilo.
El texto de Saba es magistral porque logra dar cuenta tanto de los clichés del teatro como de sus propias contradicciones, que son las del arte en general. Esto, a través de dos personajes muy bien construidos que ponen en escena satíricamente las lógicas del circuito independiente y del comercial. Al primero, le adjudican el compromiso político y al segundo, el mero entretenimiento.
Por un lado, Olga es una actriz de trayectoria y comprometida, con una postura política, ética y estética sobre el teatro como transformador de la realidad. Es más, le asigna la capacidad de despertar las conciencias. Aparece aquí, en su figura, el riesgo de caer en una pedagógica y/o dogmática de lo que el teatro debe ser. Por el otro, Antonio, un hombre que no tiene grandes aspiraciones pero que, de pronto, sale de las sombras de su labor y encuentra en las tablas la posibilidad de ser visto y de jugar. Sin juego, no hay teatro.
Ingrid Pelicori y Manual Callau interpretan a estos seres que comparten una misma pasión desde lugares muy diferentes. Con una entrega absoluta y una gran presencia escénica, la Olga de Pelicori irrita con su terquedad y emociona con la vulnerabilidad que se permite esbozar. Por su parte, Callau construye un personaje absolutamente entrañable, lleno de matices, que pasa por diferentes estados. En conjunto, han sabido crear un vínculo complejo con una conexión que trasciende la barrera de la denominada “cuarta pared”.
¿El teatro ha tenido realmente alguna vez la capacidad de transformar la realidad? ¿No es acaso muy pretensiosa esa idea? ¿Es posible realmente llevarla a cabo ahora en el marco de una sociedad anestesiada frente a las pantallas que prefiere los consumos fáciles de digerir? Justamente, el teatro requiere lo contrario. Es salir de la comodidad, apagar el móvil y estar presentes en otro tiempo y espacio. Por lo pronto quizá podemos conformarnos con que algunas obras contribuyan a cuestionar esa realidad de la que se es parte y a criticarla con un lenguaje que interpele. En un contexto como el actual, ya es mucho. Mientras tanto, los actores seguiremos actuando.