Sobre textos de José Sanchis Sinisterra y Alain Badiou. Concepto y puesta en escena: Gonzalo Córdova, Diego Starosta y Diego Vainer. Actuación: Diego Starosta. Diseño gráfico: Mauro Oliver. Operación técnica: Felipe Mancilla. Asistencia de dirección y producción ejecutiva: Daniela Mena Salgado. Producción general: Compañía El Muererío Teatro / 2017.
El Excentrico de las 18. Lerma 420. Domingos, 18 hs
El espacio teatral está dividido en dos. Una serie de maderas de un lado y por el otro, una pantalla que reproduce momentos de la vida política de nuestro país, tras el arribo de la democracia. Él –Diego Starosta- se mueve, como si estuviera en la rutina de un entrenamiento de boxeo al cual dota de armonía en sus movimientos. Más cerca de un estilista del cuadrilátero, Starosta adopta el axioma de Muhammad Ali de “Flota como mariposa, pica como avispa” para descargar los textos que forman parte de la puesta. ¿No habría aquí otro nexo entre el deporte de las narices chatas con la sensibilidad que implica la actuación?
La creación de sentido es inmediata y poderosa. Pero también, con algunas “trampas”. Estará quien sea atrapado por las imágenes mientras que otro quedará prendado del bombardeo de conceptos e ideas que saldrán de su boca. Será la imagen tan cara al futbolero medio de “la sabana corta”, la que meterá la cola en la aprehensión de un texto riquísimo. La megalomanía de quien se encuentra en el centro del escenario frente al devenir de los hechos de los cuales es partícipe y desea cambiar. ¿Podrá? La idea de llevar a cabo tal cometido se une con la posesión de las herramientas para encarar tal tarea. Los cambios de paradigmas donde una realidad hipócrita impone sus reglas para el beneplácito de la sociedad. Todo, mientas Starosta baila, tira golpes y camina el ring/escenario.
Pero como la puesta es rica en sus ideas, abrirá nuevas inquietudes. Ahí es cuando la política y la actuación encuentran (?) en un punto de intersección. El arte y su fín asi como el rol del artista y del Estado. Con estos ítems, la relación con la coyuntura es inmediata pero en esa tentación se encuentra otra de las “trampas” mencionadas. ¿Cómo se hace ese linkeo sin caer en un relato similar al que se pone en tela de juicio? El teatro tiene que lidiar con ese límite tan delicado y delgado que separa/une emotividad con entretenimiento el cual, paradójicamente (o no) se apropió la política para obtener el beneplácito del electorado y su apoyo. Desde el momento que los políticos cuentan con algún “coach” que les dice que hacer/decir y que no, nos ubicamos en ese mundo que Starosta plantea a través del cruce de Badiou con Sanchis Sinisterra en precisos momentos.
Como no podía ser de otra manera, el público se encuentra en el ojo de la tormenta frente a lo dicho en tanto tal. La forma en que se comporta frente a lo expresado e incluso con lo pedido desde el escenario para que cierre el círculo de la denominada «conferencia teatral». ¿Podrá hacerlo? ¿Hará lo que siempre hizo –que es lo más “cómodo” y a lo que está acostumbrado- o respetará aquello que se le solicita? La omnipotencia del soberano. De cómo pasó la importancia de lo acontecido en el escenario al visto bueno por parte de la platea.
El diseño del espacio es simple a la vista pero complejo en tanto cada objeto está en su justo lugar. La iluminación es precisa a lo requerido, para crear nuevos climas. Diego Starosta da cuenta de su enorme talento para una actuación excelente.
Tras los setenta minutos de una vorágine de ideas y conceptos, llega la última estación del “tour de forcé” propuesto por Starosta. Allí se producirá ese momento tan bello que propone el teatro de la decantación de lo visto unos minutos antes. La sorpresa y la alegría de haber presenciado “El immitador de Demmóstenes” irá más allá de la satisfacción por lo visto para extenderse a la recomendación por vivir esa experiencia. Tampoco sería extraño sentir esa necesidad de volver a verla. Suele pasar con aquellas prácticas tan ricas que ameritan descubrir una nueva bondad. El puro disfrute del buen teatro.