En los últimos años, la militancia política y los jóvenes han sido dos variables sobre las cuales ha posado la lupa tanto el quehacer nacional como cierto “sentido común”, no exento de prejuicios y preconceptos. Frente a esta situación, Marcos Mutuverría investigó y publicó el enriquecedor «Juventudes, peronismo, pasiones e igualdad”, de lectura obligada para abrir y profundizar un debate a través del conocimiento.
-Marcos, ¿cómo surgió la idea de hacer de tu tesis un libro?
-Una vez finalizada la tesis doctoral en 2017, pensé que seguramente reproduciría algunos de los resultados en revistas académicas, como habitualmente se suele hacer, en el sentido de dialogar con otras producciones de similares características. Por otra parte, también me generaba interés la colección de libros que dirige Pablo Vommaro sobre estudios de juventudes en Argentina, porque suelen ser libros más abiertos a todo público. Es decir, con un registro de escritura más inclusivo y no solamente académico. Lo pensé como un desafío de reescritura, y funcionó como tal. Además, a pesar de haber escrito algunos capítulos de libros académicos, este es mi primer libro editado, y en lo personal tiene un peso simbólico importante.
-¿Cuando se te ocurrió este tema y por qué?
-La temática del estudio de juventudes me viene interesando hace tiempo. En 2008 hice mi tesis de grado en la Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata. Trabajé con jóvenes fanáticos de Harry Potter con un estudio de caso inmerso en la industria cultural, etc. y me interpeló mucho. Luego comencé a participar del Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad (Lecys, UNLP) -espacio dirigido por Mariana Chaves, al que pertenezco- y seguí indagando la temática, ya más vinculada con la política, la identidad, la educación.
-Una vez finalizada la tesis doctoral en 2017, pensé que seguramente reproduciría algunos de los resultados en revistas académicas, como habitualmente se suele hacer, en el sentido de dialogar con otras producciones de similares características. Por otra parte, también me generaba interés la colección de libros que dirige Pablo Vommaro sobre estudios de juventudes en Argentina, porque suelen ser libros más abiertos a todo público. Es decir, con un registro de escritura más inclusivo y no solamente académico. Lo pensé como un desafío de reescritura, y funcionó como tal. Además, a pesar de haber escrito algunos capítulos de libros académicos, este es mi primer libro editado, y en lo personal tiene un peso simbólico importante.
-La temática del estudio de juventudes me viene interesando hace tiempo. En 2008 hice mi tesis de grado en la Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata. Trabajé con jóvenes fanáticos de Harry Potter con un estudio de caso inmerso en la industria cultural, etc. y me interpeló mucho. Luego comencé a participar del Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad (Lecys, UNLP) -espacio dirigido por Mariana Chaves, al que pertenezco- y seguí indagando la temática, ya más vinculada con la política, la identidad, la educación.
El haber elegido estas agrupaciones políticas peronistas fue un proceso que llevó tiempo. Justamente, el otro día pensaba que el trabajo de campo fue entre 2011 y 2015, la escritura finalizó en 2017, y luego de un par de años parte de este proceso se convirtió en este libro. Mucho tiempo, ¿no? Pero de esa manera funciona a veces la investigación académica y los tiempos, comparados por ejemplo con la inmediatez de las redes sociales o de cierto periodismo, son muy diferentes. Al surfear ambos mundos, lo entiendo como procesos distintos pero a la vez complementarios.
– ¿Tenías otros temas en vista?
-Al principio quería indagar juventudes dentro del peronismo y el radicalismo. Al comenzar a leer y dimensionar la amplitud de la temática, opté por reducir al peronismo, donde ya había un volumen importante de producciones académicas históricas, pero principalmente por el momento de época que se estaba viviendo. Una especie de ebullición juvenil que era interpelada desde el Ejecutivo a participar en política. Algo impensado en los 90 en los que fui adolescente, y donde la política la asociábamos al menemismo. Digo esto y pienso que había militancia juvenil invisibilizada, pero esa fue mi experiencia. En cambio, en el comienzo de siglo, post crisis 2001, el descreimiento y la sensación de tierra arradasa, el kirchnerismo logró instalar una agenda de renovación con la herramienta política en clave joven, que además asoció ese llamado a la participación política juvenil con una historia anclada en la tradición peronista, y en particular con la JP. Eso me pareció esencial para el estudio.
– ¿Cual era tu idea de la militancia previa a la elaboración del libro?
-A decir verdad, tenía una mirada respetuosa pero no conocía el día a día de la militancia. No provengo de una familia peronista ni de una tradición ligada a la participación política. A la distancia creo que eso fue un punto importante para la interpretación de datos. Inclusive para la relación con informantes y entrevistados, donde siempre había una interpretación de quién era, pero suponían que era “compañero”. Utilicé la incógnita como modo de presentación, casi como estrategia metodológica, para que no me hablen como uno más de la agrupación, sino como alguien que podía no conocer nada de lo que hacían. Eso, por momentos, habilitó explicaciones muy interesantes y en otros, generó intentos de persuasión para militar.
-Al principio quería indagar juventudes dentro del peronismo y el radicalismo. Al comenzar a leer y dimensionar la amplitud de la temática, opté por reducir al peronismo, donde ya había un volumen importante de producciones académicas históricas, pero principalmente por el momento de época que se estaba viviendo. Una especie de ebullición juvenil que era interpelada desde el Ejecutivo a participar en política. Algo impensado en los 90 en los que fui adolescente, y donde la política la asociábamos al menemismo. Digo esto y pienso que había militancia juvenil invisibilizada, pero esa fue mi experiencia. En cambio, en el comienzo de siglo, post crisis 2001, el descreimiento y la sensación de tierra arradasa, el kirchnerismo logró instalar una agenda de renovación con la herramienta política en clave joven, que además asoció ese llamado a la participación política juvenil con una historia anclada en la tradición peronista, y en particular con la JP. Eso me pareció esencial para el estudio.
-A decir verdad, tenía una mirada respetuosa pero no conocía el día a día de la militancia. No provengo de una familia peronista ni de una tradición ligada a la participación política. A la distancia creo que eso fue un punto importante para la interpretación de datos. Inclusive para la relación con informantes y entrevistados, donde siempre había una interpretación de quién era, pero suponían que era “compañero”. Utilicé la incógnita como modo de presentación, casi como estrategia metodológica, para que no me hablen como uno más de la agrupación, sino como alguien que podía no conocer nada de lo que hacían. Eso, por momentos, habilitó explicaciones muy interesantes y en otros, generó intentos de persuasión para militar.
-Hubo muchas cosas. Por una parte, se reforzó el sentido de pertenencia que tiene el movimiento peronista a lo largo de toda su historia, con la fuerte impronta familiar y una valoración ligada a los sectores populares. También creo que ese momento histórico que habilitó desde el Ejecutivo una exitosa participación política juvenil, colocó a jóvenes en un lugar que los agenciaba para un cambio. Entre militantes había una sensación de que todo era posible con la política como herramienta de transformación social. Curiosamente, también al haber elegido militantes de La Cámpora y el Movimiento Evita a partir de “Unidos y organizados” como objeto de estudio, enriqueció un análisis que mostraba la heterogeneidad de modos de ser joven dentro del peronismo. Eso fue riquísimo de ver, porque contrarrestaba la mirada homogeneizante y estigmatizante que muchas veces los medios o los políticos adultos tenían (y aún tienen) sobre los más pibes.
-Creo que todxs en alguna medida militamos por algo: una idea, un valor, un modo de ver las cosas, aún sin participar de organizaciones políticas tradicionales (como mi caso de estudio). Pensarlo de esa manera, y entendiendo que toda práctica es política, descomprime la idea de la militancia como algo para pocos. Dicho esto, la palabra “militante” carga en muchos casos con una valoración dicotómica: están quienes tienen una mirada hegemónica que liga a la participación política con la visión mediática que asocia a jóvenes militantes con el foco del mal (sea un mandatario o una mandataria, un movimiento social o político, o una entelequia); y están quienes vinculan una carga histórica emotiva con la militancia que precede la experiencia propia (es mirada romantizada de otras épocas). En cualquier caso, es una palabra vigente y se seguirá disputando su legitimidad.
-La mirada de un “otro” o una “otra” que se opone a mis ideas y formas de ver el mundo resulta funcional en cualquier militancia alrededor del mundo. El siglo XX estuvo teñido de ejemplos sobre esto, y hoy funciona del mismo modo, aunque se pregona más por la descalificación que por la contraposición de ideas y el debate. En cierto modo los argumentos que suelen aparecer debajo de una etiqueta política suelen ser débiles.
A mí me gusta pensar que no hay enemigos políticos, sino más bien adversarios. Chantall Mouffe problematizó esta cuestión en su teoría política, luego de un trabajo sostenido con Ernesto Laclau. En sus recientes artículos profundiza esta cuestión. Me parece importante pensar que el otro o la otra, aquella persona que no piensa como yo, no es objeto de desactivación política (en el sentido de anulación y no existencia), sino que debe ser objeto de debate y discusión para disputar una hegemonía en el debate público.
Por otra parte, hay muchos discursos políticos que se jactan de ser modernos y querer desarticular esta discusiones pero pregonan una manera elegante de anulación, al decir que todxs somos iguales, cuando sabemos que las disputan están siempre presentes.
-La militancia siempre está. Aun en momentos de menor visibilización de un gobierno o de miradas estigmatizantes de los medios y el discurso adultocéntrico. Este año indagué a algunxs militantes para ver como reconvertían sus prácticas con la pandemia, y hubo mucha participación para paliar la dificultad, pero eso no fue noticia. En ese sentido, la juventud cobra visibilidad cuando desde el poder político se le otorga agenda.
Hay una hipótesis que tiene Pablo Vila sobre la visibilidad de la juventud en agendas mediáticas y académicas, que plantea una vaivén entre la política y la cultura. Es decir, cuando el gobierno habilita discursivamente a la juventud, pareciera que hay más militantes jóvenes (y aunque varíe el número, no siempre hay diferencias sustanciales), y cuando la niega, la visibilidad juvenil pasa por las producciones culturales.
En cualquier caso, las trayectorias políticas juveniles no son rígidas y hay variaciones, como en la vida misma. La militancia encuentra nuevos espacios, sean partidos, agrupaciones políticas, sindicatos, organizaciones diversas. En la actualidad, la visibilidad de la participación política está representada por el movimiento feminista que reconvirtió sentidos históricos de lucha y los supo colocar en agenda desde hace, por lo menos, tres años. También noto un creciente interés juvenil por las cuestiones vinculadas al medio ambiente y a la calidad de vida frente a las desigualdades sociales.
-El discurso de JxC es una reproducción del sentido común conservador, y en ese sentido, si bien tiene militancia juvenil, mayormente representan a un sector de la población que es adulto. No indagué la militancia de JxC puntualmente pero hay diversos estudios que sí, y la lógica de desactivación del rival político aplica en ese caso. Hay un discurso muy ligado al odio que, de nuevo, no es sólo local, sino global, que están emergiendo en sectores de la derecha local -libertarios en un caso-. Es el individualismo y el «sálvese quien pueda» en su máxima expresión. Pero, si algo nos está enseñando esta pandemia, es que nadie se salva solo o sola.
-Elegí trabajar la idea de trayectorias políticas, en el sentido bourdiano, viendo como la pertenencia a una familia puede habilitar o no (y siempre en parte) algunos recorridos vitales. No es lo mismo nacer en cualquier lugar, tener o no recursos económicos, una educación o amor en la familia. Todo impacta en el sujeto. Con esto quiero decir que, en algunos casos, la familia condiciona para bien y en otros, para mal. Además, la capacidad de desarrollo subjetivo está sujeta a las condiciones vitales que nos rodean.
En el caso del peronismo, la tradición familiar es muy fuerte. Las familias peronistas que analicé mostraron una solidez en su forma de ver la vida que se sostenía con sus prácticas políticas. Lo novedoso del kirchnerismo es que renovó esos sentidos y muchas familias que no tenían miembros que participaban en política, comenzaron a hacerlo a partir de ese momento. También hubo reconversiones entre familias, donde una tradición radical en abuelos y padres, era interpelaba por un nieto o nieta y se hacían kirchneristas.
En este sentido, creo que la cuestión que hay que seguir indagando es la inversión emocional en la práctica política. Otra mirada aún muy fuerte en la sociedad es que la cuestión de los sentimientos anula la racionalidad y, en esa dicotomía, uno podría ubicarse de un lado o del otro. Creo que, efectivamente, no es así. La energía emocional que se invierte en la militancia es mucha, y eso nada tiene que ver con quitarle racionalidad a las decisiones vitales dentro de la política.
-Una vez que terminé la tesis y me doctoré, pasaron varios meses hasta decidir editar el libro. Al releerme encontré cosas que me interpelaron como sujeto. Recordé escenas, momentos, sensaciones en el cuerpo, emoción… Eso me guió para escribir desde un costado más reflexivo, y comprender que muchas de esas escenas compartidas (en mi rol de investigador) también produjeron una transformación interna para con la política en general. Con esto digo que la visión del investigador o investigadora -como alguien objetivo- tiene sus fisuras. La construcción de un objeto de estudio se da en el campo que se investigue y con las eventualidades que aparezcan. Por eso me interesó reconocer en esa experiencia una sanación interna con una parte mía que tenía que aflorar y sanar. Es como una segunda salida del clóset pero con la dimensión política de las decisiones vitales.
-(Risas) ¡Qué difícil! Le diría que haga la suya, que piense menos en los demás y más en sus propios deseos y motores vitales. También le diría que si no me escucha, con el tiempo llegará a esa conclusión y que, de igual manera va a aprender un montón de ese proceso vital.