El elenco le pone el cuerpo a delirantes monólogos, aunque no carentes de sentido para el espectador. Cada personaje tiene el nombre de un corte de carne. Hay una sensación de juego en la puesta y está bien que así sea porque logran un resultado fresco y apetecible. La escenografia y la utilización del espacio es armónica. Nada parece forzado.
Las luces acompañan con justeza al igual que el vestuario que le da el toque de personalidad a los personajes. La puesta se renueva con nuevos monólogos e invitados sorpresa.
“Ya no pienso en matambre ni temo al vacío” quiere reírse y pasarla bien utilizando el humor como válvula de escape con una obra que vale la pena escuchar y disfrutar.