Al día de hoy, “Cisneros. Una tragedia argentina” es una opción diferente dentro de la escena porteña. A través de la historia de un padre y las particularidades de sus tres hijas, con la herencia a repartir, Martín Ortiz creó una puesta que aborda tanto las relaciones humanas como a la situación política y social que atraviesa el país, pero desde sus orígenes. Café de por medio, Ortiz habla de “Cisneros”, el teatro porteño, la historia argentina, Marx, las familias disfuncionales y mucho más.
– «Cisneros. Una Tragedia Argentina» nace a mediados de 2017 y, apenas nacido, ya tenía ese título. Participo con otros dramaturgos y dramaturgas en un taller coordinado por Andrés Binetti. Un espacio sumamente rico a la hora de escribir por el intercambio de miradas, opiniones, criticas y halagos que cada lectura de los materiales provoca. «Cisneros» surge de un ejercicio que consistía en escribir un material a partir de un poema. Andrés me dio «Rey Lear» del poeta peruano Antonio Cisneros. Elegí el nombre del poeta para el personaje central y automáticamente se vinculó con el último Virrey del Río de la Plata que, luego, decidí que fuera su hijo.
-¿Cuanto tiempo te llevó escribir la obra?
– Entre ese ejercicio y la versión final pasó un año de desarrollo de la historia. Hubo varias reescrituras, de una versión final que, gracias a la lectura de varios colegas y amigos, la desplegué aún más y terminó siendo la obra estrenada. O, mejor dicho, la que empezamos a ensayar porque, en los ensayos, se fue ajustando aun más.
-¿Por qué elegiste al hijo del virrey?
– El Virrey se fue a España luego de la Revolución de Mayo, siguió allí su Carrera casi como si nunca hubiera estado acá y murió en Cartagena, España. Sentía que no me dejaba mucho margen creativo y, si bien pensaba en una historia de época, nunca la vi como una historia sobre hechos reales. Uno de sus hijos me daba más libertad para ficcionalizar su vida, inventar una parte de nuestra historia que pudiera funcionar como el origen de algunos de nuestros males presentes o permanentes.
-¿Cómo fue el diseño de las tres hijas?
– Así como no quería escribir una obra histórica, tampoco quería atarme a realizar la adaptación de «Rey Lear» de Shakespeare al siglo XIX argentino. «Lear» es una obra que tengo muy leída, vista y transitada tanto como espectador y lector. Incluso quisiera montarla, algún día, como director. Entonces, dejé que ese sustrato de la obra -que ya nos funciona casi como un mito- se manifestara en la escritura, a través de las relaciones y situaciones que se asemejen, en vínculos y conflictos. La hija menor, Ana, en el comienzo de la obra, es la ausente. En principio, Cordelia y Laura, por ser las españolas – Ana no lo es -, y estar ancladas en estas tierras -que no son las suyas ni quieren que lo sean-, se fueron configurando como una suerte de hipótesis del origen de la oligarquía argenta: europeos que ya no lo son y que, en el fondo, siempre intentan recomponer la relación colonial, de dominación, con aquellos que son de esta tierra. Ana lo es y, sin ánimo de anticipar, representa el orgullo de ser de acá y el deseo de un proyecto nacional propio, independiente.
-Los personajes retoman a diversos colectivos sociales argentinos…
– Sí. O, quizás, pensándolo mejor, la obra ubica a esos colectivos en su tiempo de formación, como si fuera una hipótesis de cómo nacieron. Están representados varios niveles sociales con sus distintos posicionamientos frene a la realidad y la perspectiva que quieren de esa realidad. Eso me parece que está muy claro y lo confirma la opinión de los y las espectadores al final de la función. Hay algo que es muy fuerte y es que, en esa historia ambientada en 1830, el público siente una empatía total con el presente que estamos viviendo. Lo cual, creo, habla de cierto denominador común que se mantiene en nuestra historia que se mantiene presente.
– En tanto relación de Cisneros con Rey Lear es notoria la actualidad de Shakespeare
– Es el Poder de los Clásicos que son aquellas obras que se han metido de lleno en lo universal, en lo profundamente bello, feo, sutil o atroz que todo humano tiene. Por eso, «Rey Lear» puede ubicarse en la Edad Media Japonesa, como lo hace Kurosawa en «Ran» o «Macbeth» en la Mafia neoyorquina, como lo hace John Turturro en «Hombres de honor». También se puede ver un «Rey Lear» en un club de Villa Crespo como en «La fiesta del viejo» de Ferrer; o ubicar “Lástima que fuera una puta” de John Ford en una pampa inundada como hizo Héctor Levy-Daniel en «Los hechizados». El Poder ha sido igual en todas las épocas. El hombre siempre fue un Lobo para el hombre y nos cruzan el amor, el odio, la pulsión de vivir y el miedo a la muerte. Todo eso está en Shakespeare y en cualquier clásico. Pero, personalmente, me pasa mucho de encontrarle esa vinculación con lo argentino. No sólo para ubicarlo acá sino como resonancia de muchos hechos de nuestra historia.
– En su gran mayoría, la elección de una “familia disfuncional” esboza una crítica superficial sobre un tema político. Aquí, no. Sos muy directo al respecto. ¿La idea de crítica siempre estuvo en la concepción de la obra?
– Me aburren las familias disfuncionales. Sobre todo cuando no son más que el relato de algo tan cotidiano y habitual. Puede ser muy teatral contar la historia de una familia de ese tipo pero me resulta poco o nada artístico, en el sentido -como decís vos- de su escasa profundidad. Esos relatos superficiales nos dejan en el mero lugar del espectador. Vemos de afuera una historia que parece de otro. No nos llega, no nos interpela y no nos incomoda. El arte debe provocar, incomodarnos de alguna manera. En «Cisneros» esa disfuncionalidad familiar es una parte de la historia y no LA historia. A partir de ahí, se manifiestan distintas situaciones que interpelan desde el amor filial, la imperfección paterna, las facturas que todos los hijes pasan a sus padres y madres, la muerte, el miedo a la propia muerte o a la muerte del ser querido. Todo eso atravesado por lo político que estuvo desde el comienzo y fue tomando más forma y complejidad a medida que avanzaba la escritura y en los ensayos.
– ¿Pensaste en algún otro final para la obra?
-No. Siempre tuve en mente un final así. Quizás no ese final preciso que fue lo último que escribí, pero sí un final que hiciera honor al concepto de Tragedia que está en el título.
-¿Cómo fue la selección del elenco?
– Con algunos ya había trabajado (Odierna y Petrosini) y a Pablo Shinji lo había visto actuar. De Lorena Szekely tenías las mejores referencias y la conocía personalmente. Siempre hay un margen de confianza ciega. Además, Lorena me recomendó a Natalia Salmoral porque quería volver a actuar con ella después de mucho tiempo. ¡Son una dupla tremenda! A Maggie Helou la conocía pero no la ví trabajar. Fue Francisco Civit quien me dijo que “es muy buena”. Como Civit es un colega y amigo al que le creo, la llamé. En el primer ensayo con Shinji supe que era la adecuada para Ana. Asi fue que se conformó un grupo extraordinario y cada función es una fiesta.
-¿Te sorprendió la repercusión de la obra?
– Confié plenamente en el proyecto desde que terminé de escribirlo y, aún más, cuando terminé de armar el elenco. Siempre tuve esa sensación muy básica de “la vamos a romper”. Cuando el Excéntrico me llamó para confirmarme apenas unos días después de entregarles todo el material, empecé a percibir que no andaba equivocado. Después viene el estreno, la temporada, el público, los críticos. Ahí sí, más allá de la confianza y de las certezas que tenía sobre la obra, me sorprendió enormemente como la sala se va llenando cada función asi como de la unanimidad de las opiniones positivas. Estoy convencido que, mucha de esa repercusión, tiene que ver en cómo se trabaja la cuestión política y se vincula con el presente que vivimos.
– ¿Qué es una carrera? ¿Estamos yendo hacia algún lado? ¿Tenemos lugares por donde pasar y un lugar a donde llegar? Espero que no. Creo que los artistas estamos en un permanente proceso de aprendizaje y maduración. Cada nueva producción debería ser la manifestación de ese momento y un trampolín para el siguiente. Amo cada una de las obras que hice como actor, director y dramaturgo. «Cisneros» es, como diría Bergson, «un presente que contiene todo ese pasado». Estoy convencido que contiene ese pasado de la mejor manera que podría hacerlo. Visto todo el proceso, desde la escritura hasta el estreno, hice todo lo mejor que podía hacer para que esta obra sea la mejor que podía hacer en este momento. Por eso elegí sólo dedicarme a disfrutar esta temporada antes de empezar con otro proyecto. «Cisneros» es la obra más profunda, compleja, completa, con mejor producción y con el elenco más acorde que se pudo hacer.
– Al día de hoy, ¿te sentís más cómodo como director, dramaturgo o actor?
-Me encanta actuar. El año pasado volví a hacerlo en «La Morsa» de Pirandello que dirigió Gustavo Oliver. Fue una experiencia maravillosa, sumado a que volvía a actuar con hermanos como Marcela Fraiman y Néstor Navarría. Oliver me llamó hace poco para otra obra que empieza a dirigir, un texto super interesante… pero no me subí. En este momento estoy más dedicado a la escritura y la dirección. Dentro de poco, voy a empezar con la que sería la segunda parte de una Trilogía de la Restauración. Otra obra ambientada en 1833/4, con Rosas, de fondo, tomando como mundo subyacente al «Othelo» de Shakespeare.
– ¿Crees que el teatro porteño actual se dedica más a “problemas universales” antes que correr el riesgo de escribir sobre algo más cercano a la realidad?
– No me atrevo a hablar del teatro porteño. Es algo inabarcable. De tanto que hay, tengo posibilidad de ver bastante poco. Tu pregunta, en todo caso, me propone una reflexión. Los problemas de nuestra realidad cotidiana, de nuestro mundo, son problemas universales. Vivimos en un mundo muy superficial, de irreflexiones en 140 o 200 caracteres, de periodismo mentiroso; de lectores con voluntad de creer los titulares y no de informarse; de series Marvel -me encantan- como pasatiempo pero se transforman en un problema cuando sólo hay eso. Quizás el tocar ciertos temas nos libera de conflictos posibles con el presente pero creo que el artista debe ponerse en el lugar del conflicto. Hablar de lo universal es no hablar de nada.
– En el texto, esbozas una línea histórica entre San Martín-Rosas que ¿tendría su tercera pata en Perón?
– Sí. Veo esa línea. En el Proyecto de Porfirio y Ana, en algunas frases de Cisneros sobre ese proyecto, está esbozado el peronismo que llegará más de cien años después. En 1830, hay algunos que lo ven, le temen y empiezan a combatirlo.
– Parafraseando a Marx, en el caso de Argentina, ¿la historia se repite como comedia o es una tragedia constante?
– Creo que estamos signados por la Tragedia pero la de Sísifo. Cuando creemos que hemos logrado poner la roca en la cima, llega una turba de turros a tirarla. Es más fácil hacer esto que subirla hasta la cima. El día que pongamos la roca en la cima y logremos frenar a es manga de forros para que no tiren la roca de nuevo, habremos entrado en la etapa de la Comedia, la alegría… Aunque siempre con un ojo controlando a los turros.
-¿Cómo sigue “Cisneros”?
– En principio, seguimos hasta fines de noviembre en El Excéntrico de la 18 los domingos a las 20 Hs. Estamos con muchas ganas de hacer gira porque nos parece que puede funcionar muy bien. Así que estamos viendo posibles Festivales y otras opciones tanto en Argentina como en el exterior.
“Cisneros. Una Tragedia Argentina. El Excéntrico de la 18. Lerma 420. Domingos, 20 hs.