El tipo (Teatro)

Un muchacho como yo.
 
Autor e interprete: Lisandro Penelas. Dirección: Ana Scannapieco. Asistente de dirección, fotografía y diseño gráfico: María Laura Tavacca. Diseño lumínico: Soledad Ianni. Diseño de escenografía y vestuario: José Escobar. Producción ejecutiva: Lucía Márquez.

Moscú Teatro Escuela. Ramírez de Velasco 535. Sábados, 20 hs.
 

Alla lejos y hace tiempo, un tal Gordon Matthew Summer (aka Sting) cantaba que “Cada vez que respiras/cada paso que des/cada movimiento que hagas/estaré mirándote”. Es más, se podía escuchar el tema en la tan mentada sección de “lentos”, con las parejitas bailando al compás de la canción.
Algo del espíritu del tema de The Police –oh casualidad-, atraviesa a un joven policía que, en un alto de sus funciones, conoce a una chica llamada Mercedes. Esto, que parece ser poco, es la punta del iceberg de un unipersonal poderoso, que apunta a varias direcciones. 

Amén de la pertenencia a una fuerza del Estado, el protagonista logra una “complicidad” inmediata con el público. Es trabajador, así como un fiel representante de todo lo que se espera de un muchacho de esa edad. Es más, se enamoró de Mechi pero como es tímido, no sabe cómo manifestarle todo lo que siente por ella. Busca llamar su atención, la sigue en redes sociales y trata de establecer algún tipo de contacto con ella. 
 
Pero (siempre hay un “pero”) todo lo que puede ser “entendible” deja de serlo apenas se empieza a escarbar la superficie del joven en cuestión. Lo que aparenta ser una historia de amor, tiene un trasfondo turbio de acuerdo a la forma en que se desarrollan los hechos y sus circunstancias, machismo y masculinidades tóxicas -concepto muy en boga en la actualidad- de por medio. La forma en que se desmarca de sus compañeros Robocop y Sandrini visibiliza en los otros lo que no se ve puertas adentro. La construcción del discurso de los tres y su contraposición pareciera ubicarlos en lugares separados pero ¿es así? Aquí, es donde el texto rompe la cuarta pared para interpelar al público. Muchos podemos conocer gente parecida a este dúo de oficiales (es más, nos podríamos jactar de «no ser como ellos») pero ¿qué ocurre cuando son similares al protagonista? Más aún, con las dudas que tiene en la forma de «encarar» a su objeto de deseo -nunca mejor puesta la definición- y la descripción de sus diálogos internos, al respecto. La hombría y su ratificación interna y externa, con esa necesidad de (de)mostrarla so pena de la sanción correspondiente. El deseo a ser reconocido en su trabajo y su ser «hombre» como de «agradar» a los demás, es palpable. Nada muy lejano a lo que quiere la mayoría. El tema es el costo y la manera. 
Al respecto, que no tenga nombre es uno de los tantos aciertos de la obra ya que no condiciona la identidad. Todos podemos ser “él”. Hasta diría que, en algún momento de nuestra vida, hemos tenido algún tipo de comportamiento así (¡vamos muchachos, a no hacerse los inocentes ahora!).

La creación de sentido es tan elocuente como perturbadora. Más aún cuando se escuchan algunas risas del público. ¿La situación es graciosa o será aquella nerviosa frente a aquello que impacta en nuestra propia identidad…porque se sabe/conoce ese lugar del cual parte la obra? Es en este preciso momento en que explota la bomba del contexto social y su comportamiento –o inacción- frente a situaciones determinadas. Nada de lo que sube a escena es ajeno o sorprende mucho. El impacto es cuando se corre ese velo autoimpuesto de la sorpresa. Párrafo aparte para la abuela, una sutileza excelentemente concebida. 
 
El escenario se divide en tres, como si fuera un signo tríadico. La escenografía es precisa y reveladora acerca del personaje en cuestión. Lisandro Penelas va y viene entre los diferentes espacios, dando vida a un joven que puede ser tu amigo, tu hermano, tu compañero o…vos mismo. Justamente, desde la dirección precisa de Ana Scannapieco, no se juzga ni se pone algún tipo de condicionamiento al respecto. Se lo muestra tal como es, en sus virtudes y sus defectos, vulnerabilidades y deseos de por medio. Allí es cuando la pelota cae en el campo del soberano que podrá optar en la excusa y/o justificación o estar a la altura de lo que se acaba de ver. 
 
Lisandro Penelas concibió un unipersonal tan rico como elocuente, de visión obligatoria para vivir un sábado pleno de teatro. Eso si, después de salir de Moscú, es imperiosa esa típica charla posteatro para debatir sobre lo visto y, de paso, resignificar “Every breath you take”, la próxima vez que la escuches, entre tantas cosas.  

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