En busca de la Tierra Prometida
El arte para paliar los males de una vida. Ésta podría ser una de las ideas de la última producción del reconocido cineasta israelí Avi Mograbi, estrenada en el BAFICI 2016. En este caso, unió fuerzas con el director de teatro Alon Chen para realizar un taller de teatro –y filmarlo- en el Centro de Detención de Holot para refugiados procedentes de Eritrea y Sudán. Pero esto sería –quizás- la punta del iceberg.
Con este documental, Mograbi muestra una de las mayores contradicciones de un Estado constituído a partir de la inmigración y que ahora cierra sus puertas a aquellos que van en busca de una Tierra Prometida que termina convirtiendo su viaje en una pesadilla. Al respecto, es menester afirmar que estos inmigrantes no pueden regresar a sus países, pero tampoco pueden quedarse en Israel. No tienen status de «exiliados políticos» por lo que, tal como lo relatan ellos mismos, están en Holot tras haber rebotado como pelotas de ping-pong entre Egipto e Israel porque no los querían recibir. Están en un campo de detención “abierto” en el cual deben quedarse pero no entrar al país. Deben dar el “presente” tres veces por día por lo que siempre se está al borde de infligir la ley israelí. En ese caso, pasarían a la cárcel sin escalas.
A través del “Teatro del Oprimido” –todo un tema para investigar y profundizar-, Mograbi y Chen organizan una serie de talleres en la que los refugiados darán cuenta de las difíciles situaciones que les tocó vivir. Los ejercicios serán tan terapéuticos como catárticos para sobrellevar una especie de zugzwang (cualquier movimiento que hagan empeora la situación) político-social del que no parecen tener escapatoria. Los testimonios muestran que muchos han estado en Israel durante un tiempo importante ya que hablan hebreo sin inconvenientes. Ergo, viven en un estado que ha usufructuado su fuerza de trabajo pero no les brinda ningún marco legal en el cual establecerse –perdón si suena muy marxista la terminología pero no hay otra mejor para explicar la situación-. A todo esto, hay que sumarle el racismo que hay para con los africanos.
La pregunta acerca si el teatro sirve para cambiar la realidad de las personas –no digamos el mundo- da pie a una reflexión profunda que llega inclusive a cuestionar la esencia de un Estado construido por inmigrantes, los cuales han sufrido el horror del racismo y la discriminación en su máxima expresión. El actual Estado hubiese cerrado la frontera a los abuelos de quienes lo fundaron. Con un mix de complejos que van desde el de Masada hasta el de Esparta, Israel es una democracia importante en una región que tiene sus propias leyes. Una democracia que se comporta de la misma –“humanitaria”- manera que sus pares europeos.
De manera paralela, se muestra como es el devenir de los acontecimientos en tanto su marco legal en relación con la Corte israelí, si cierra el centro Holot o no.
Por otra parte, es fuerte el planteo a partir de los propios refugiados. Son seres que dejaron todo porque vivían en condiciones terribles en sus países con guerras fraticidas, la gran mayoría de ellas con el sello de Occidente. Escapan, huyen para tener una vida digna pero que no llegarán a tal fin. El que tendría que haber sido un destino venturoso se transforma en un calvario (“En Tel Aviv no quieren negros”, dice uno de los entrevistados). Su propia individualidad es reducida a la nada en la que, inclusive, la muerte es la salida más rápida a tanto sufrimiento. Aquí es donde el teatro aparece como paliativo ante lo ocurrido. Es necesario prestar mucha atención a los ejercicios y los resultados que resultan de los mismos.
El documental se relaciona en línea directa con “Vuelo especial” de Ferdinand Melgar que aborda la misma temática. Inmigrantes que están varados en un país que los desprecia, después de haberlos usado pero que tampoco pueden volver a sus orígenes. Al respecto, y conociendo al público argentino, no va a faltar el idiota que diga “los judíos tienen un país y ahora discriminan”. Vamos a explicarlo por enésima vez. Israel es un país soberano en el cual viven distintas religiones. Se puede ser israelí –nacionalidad- y ser musulmán o católico –religión-. Esto, de la misma manera que quien estas líneas escribe es argentino y judío –aunque no ejerzo, ¡je!-.
Siguiendo con esta línea, el film hace blanco en todo aquél progresista de discurso light que dice luchar en contra del racismo –algunos/as de los/as cuales fue a Europa y se sintió discriminado/a por ser “sudaca”- pero que odia que su país se llene de “indeseables” a partir de su propio complejo de superioridad (¡Teléfono, Argentina!). Mucho Micky Vainilla pululando por ahí y que, inclusive, puede llegar a altas esferas de poder, con el beneplácito y complicidad de otros pares.
Con menos ironía y estridencia que en ocasiones anteriores pero con una destacable contundencia en su planteo, Avi Mograbi vuelve a poner la lupa en su propia sociedad para dar cuenta de las contradicciones que la atraviesan. Muchas de las cuales –parecen- no tener solución a corto plazo.
Ficha técnica
Dirección guión y edición: Edición: Avi Mograbi. Fotografía: Philippe Belleaiche. Dirección artistica: Chen Alon. Sonido: Dominique Vieillard. Producción: Camille Laemlé, Serge Lalou y Avi Mograbi. Producción ejecutiva: Les Films D’ici, Avi Mograbi Films. Año: 2016. Formato: DM. Color. Duración: 84 minutos. País: Israel-Francia.
De manera paralela, se muestra como es el devenir de los acontecimientos en tanto su marco legal en relación con la Corte israelí, si cierra el centro Holot o no.
Siguiendo con esta línea, el film hace blanco en todo aquél progresista de discurso light que dice luchar en contra del racismo –algunos/as de los/as cuales fue a Europa y se sintió discriminado/a por ser “sudaca”- pero que odia que su país se llene de “indeseables” a partir de su propio complejo de superioridad (¡Teléfono, Argentina!). Mucho Micky Vainilla pululando por ahí y que, inclusive, puede llegar a altas esferas de poder, con el beneplácito y complicidad de otros pares.