Nunca voy a terminar de entender el porqué de negación a apagar el móvil una vez que es solicitado al comienzo de cada función. ¿Habrá una conexión secreta y subliminal entre el cerebro y dicho aparato maléfico? ¿Es adictivo el contacto hombre-celular? ¿Tan soberbio es el hombre que no puede desconectarse sesenta minutos de una realidad que se verá privada de su mentada presencia? ¿O es como el cuento de Julio Cortazar en el cual, en este caso, un celular (y no un reloj) recibe un hombre como regalo?
A todo esto, no solo que casi nadie lo apaga sino que hay quienes lo atienden o mandan mensajes de texto. En más de una ocasión, he hecho callar y apagar un celular desde el típico “Shhhhhhhhhhhhh” hasta el meter la cabeza a una distancia de diez centímetros de quien poseía el aparato y decirle “apagalo”, pasando por pegar una patada al respaldo de la butaca cuando el/la energumeno/a de turno está sentado delante mío. Recuerdo haber ido al cine hace unos años a ver “Vicky Cristina Barcelona” y decirle a un señor que estaba mandando un mensaje de texto “Lo apagás o te lo tiro”. Lo gracioso es que después soy yo “el maleducado”, “el agresivo” cuando este papanatas hacia algo que no correspondía en el lugar equivocado.
Considero que la idea principal del “no apago un carajo el celular y me cago en todos” tiene que ver con el hecho de haber comprado la entrada, con lo cual, me brinda la impunidad de hacer lo que se me canta la chota. Esa impunidad es la que impide que el salame de turno sienta culpa ante el sonido inoportuno del aparatejo en cuestión e incluso se ofenda ante el llamado a que lo apague. Si eventualmente, no le gusta la obra (lo cual estaría en todo su derecho), se levanta y se va o espera el final de la misma pero no ponerse a mandar un mensaje de texto. A esto hay que sumarle a quienes, en el medio de la función, pelan el envoltorio de un caramelito. Faltaría que alguno saque una caja de galletitas Kesitas para hacer más ruido con la boca, ¿no? En el caso del cine, se incomoda a los espectadores pero con el teatro, la molestia incluye también a los actores que se encuentran en el escenario, desarrollando su actividad “en vivo”. No hago mención en este relato de aquellos que no entienden y preguntan en el medio de la función o los que comentan el espectáculo de igual manera que un Boca-River, a medida que va transcurriendo. Como dice un refrán por ahí, “la inteligencia del hombre tiene límites pero su idiotez es infinita”.
¡¡¡¡¡ROMPE MUCHISIMO LAS PELOTAS ESTAR MIRANDO UNA OBRA O UNA PELÍCULA Y QUE SUENE EL CELULAR!!!!

A quienes se puedan llegar a enojar por esta crónica, les digo dos cosas:
2- Pidanle a Dios, Yahve, Alá, Budah o Claudio María Domínguez, que no les suene el celular porque estoy concurriendo a los teatros con el Martillo de Plata de Maxwell… y al que le suene el móvil, le hago sonar los dedos….
Ey vos, gil, que atendés el puto teléfono en medio de una película o de una obra de teatro, que te ganás sin culpas el odio de casi toda una sala, que atentás contra el buen humor, que incitás tan descaradamente al homicidio, ¿por qué tanta maldad respecto a tu prójimo?… ¿tu viejo te cagaba a piñas de pibe? ¿te enamoraste de alguien que sólo te veía como un amigo? ¿nunca tuviste un buen orgasmo?… ¿fue eso lo que te hizo tan hijo de puta y te volvió más desubicado que Bin Laden en una sinagoga?… ¿O sólo es un hobbie?.
Habiendo dejando en claro lo que se me cruza por la cabeza cuando me topo con estos incivilizados del orto, prosigo a contarte que en lo que a mí respecta, pocas cosas en la infinidad de este universo me despiertan TANTO instinto asesino como la intromisión de un celular en estas situaciones, es como sí de repente fuese poseída por un híbrido entre Jason, Freddy, y Michael Mayers. Suelo empezar el primer round con un notorio "shhh", pero sí veo que no hay reacción ante la acción, en cuestión de segundos estoy a las puteadas. Y eso porque todavía no me compré un revolver. Sí algún día ves en las noticias que una chica baleó a un par de subnormales en una sala de cine, sabe que fui yo.
Por cierto, otras herejías que me duelen en el alma cinéfila:
– Los "chui chuic", esos besos sonoros de las parejitas a las que pareciera que no les alcanzó la plata para pagagarse un telo y se fueron a chapar desesperadamente al cine. No es que una sea ortiva, no?, pero ojalá que de la calentura se les rompa el forro y tengan quintillizos.
– Esas manos que hurgan y hurgan y HURGAN y HURGAAAAAAAAN, ¡como sí estuviesen buscando un puto tesoro en la bolsa de pochoclos!.
– Gente que para comer, necesita hacer más ruido que una mezcladora de cemento.
¡Hijos de puta!