Ernesto Semán: “Mi novela no es sobre los 70; es una vuelta a la infancia”

Hay libros que interpelan al lector desde varios lugares. El periodista y escritor Ernesto Semán acaba de publicar su tercera novela, “Soy un bravo piloto de la nueva China”, en la que la memoria, la infancia y los 70, son puntos fuertes del libro. Al respecto, Semán dice:

-¿Cómo surge la posibilidad de hacer “Soy un bravo piloto….”?

– Surge de conversaciones de muchos años, muy breves con Sylvia Molloy. Nos encontramos en un bar para charlar y coincidió para la época que estaba muriendo mi madre. Sylvia había leído algunas de las primeras cosas y me había prologado la tapa de mi primer libro. Me di cuenta que tendría que hacerlo de tal manera que no fuera una memoria. O decir que no fuera biográfico. Ella me inspiró al respecto no solo por lo que me dijo sino por lo que escribió en “Desarticulaciones” sobre trabajar con las experiencias reales para escribir ficción. Uno escribe para darle sentido a algunas experiencias que ha tenido.

-Así empezó todo…

-Si. Me interesaba poner la narración y las historias que son la base de mi vida familiar en diálogo con otras historias y otras memorias. De ese intento surge Rubén, el personaje principal de la novela. Alguien que, más que contar su historia, está más ocupado por escuchar y hacer hablar a los actores. Por otra parte escribo sobre historia y una desviación profesional de los últimos veinte años ha sido la superposición de la idea de que la memoria es histórica. Una cosa que me interpelaba era que la historia es la suma de todas las memorias…

– De las buenas y de las otras…

– ¡Claro…! Y lo que tiene hacer, lo que usa Rubén en ese momento trágico, que es volver a Buenos Aires para acompañar a su madre en sus últimos días de vida, es aprovechar esa tragedia para decidir que hace entre su historia –que acarrea- y la que va a producir. En las dos tienen el mismo nombre y una continuidad pero ambas son radicalmente distintas. La novela es, en un punto, ese tipo de cuarenta años que, a través de ese hecho trágico, hace ese viaje hacia atrás.

-Que no es melancólico…

-Para nada. Tiene como objetivo hacer un recorrido que le permita verlo y al mismo tiempo, distanciarse para hacer su propio camino. Para hacer eso, su posición en relación con la memoria, es poner su lugar, su experiencia y su dolor en diálogo con otras similares y otros dolores. Aún en situaciones de las más difíciles como es la inclusión de un torturador. En un momento, la historia incluye lo que a Rubén le pasa, con un efecto que si no es redentor, le permite reconciliarse, digamos, con su pasado, con el cual transcurre su historia. Volver a eso, reconciliarse con eso y las figuras que intervinieron –su padre, sobre todo-, es muy importante para él, sobre todo, en el mejor sentido posible, dejarlo atrás. No olvidarlo sino dejarlo atrás.

– La novela se puede leer de corrido o por los tres ejes, por separado ¿Fue planeado esto?

– Empecé a escribir con la idea de los tres lugares, como tres secciones separadas. Sentía que Rubén, en esa separación de tres bloques tan compactos y tan enteros entre si, perdía la posibilidad de perder pasados posibles. La ciudad que tiene una connotación más realista, el campo que es lo más histórico y la isla que podría ser más alegórica, onírica. Para Rubén, los 70 como política, es un obstáculo, no un tema. Lo crítico de Rubén no es volver a los 70 sino a su infancia, un momento de alta importancia de uno, como lugar seguro y de pertenencia.

-Con el futuro por delante….

-…que aparece de manera oculta y también, casi utópica. Se choca con los 70 en esa búsqueda y empieza a desmalezar y en ese desmalezar, encuentra su propia riqueza, su propia esencia en el que la política ocupa un lugar importante. Si yo hubiera nacido en India en 1990, hubiese escrito la novela asi, con un hecho traumático de un tipo de 40 años que vuelve hacia atrás para dejar el pasado y constituirse como un tipo que puede amar, hacia el futuro. En ese sentido, es una historia de amor. No romántico sino como construcción de futuro, a partir de su propia vida con un efecto liberador producido por la muerte de su madre y con lo ocurrido con su padre.

– ¿Cómo fue la creación del torturador? No es común un torturador  “humano”, que no se lo demonice

-No se me cruzó «Galindez» (N de R: personaje que da nombre a la reconocida obra de teatro de Eduardo «Tato» Pavlovsky) ni ninguno en particular pero fue una creación compleja. Se me apareció al hacer hablar a un tipo que había sido pésimo padre de familia pero 100% militante con uno cuya moral era monstruosa pero que había construido una familia interesante. El cometer esos hechos atroces lo saca de quicio y lo pone por afuera de todo, haciéndole imposible continuar con esa familia. La novela no busca poner una equivalencia moral sino ver -desde la mirada de Rubén- como podía ver la relación entre dos tipos constituidos de lugares distintos y opuestos en un mismo acto, que es el acto de la tortura. El dejar de ver desde tu propio dolor para ponerlo en conversación con otras sensaciones. Capitán fue el más difícil de los todos.

– Hay un diálogo entre Rubén y otro de los personajes cuando ésta le dice “tanto te importan los 30 mil o los 6 millones” por el hecho de ser de la colectividad judía. Hay una relación con respecto al número y lo que sería una memoria colectiva y también selectiva…

– Es una línea que tiene varias respuestas. Hay una cosa específica del personaje. A Rubén le interesan muchas cosas tal como la idea de espacio público y siniestro y siente su dolor como una cosa pública, que es un obstáculo para encontrar su propia verdad. También le interesa no tanto el número sino que haya Ese es el tema pero no desde un lugar de una renuncia a lo colectivo sino desde la certeza y afectiva intelectual. Cualquiera sea el número es 1+1+1+1. ¿Se entiende?  Es el dolor de las víctimas en relación a esos «unos», que constituyen la situación pública en tragedia.

-Se entiende..

-Conectado con eso, vi los debates en relación a si fueron 30 mil, si hay que contarlos o no. Me llamó la atención –con todo respeto- la posición de la mayoría por la distancia o el rechazo, con respecto al número, si había que contarlos y eso. El saberlo es un derecho de las víctimas pero siempre sabiendo que ese número es la suma de 1+1+1+1+1. Entiendo la importancia simbólica de los 30 mil. Me parece bárbaro porque es un lugar importante de la identificación del tema de los derechos humanos desde la Dictadura hasta acá pero me parece que, una vez pasada una determinada cantidad de tiempo, también es importante analizar el terrorismo de Estado en mejores bases. No es lo mismo si desaparecieron 6 mil, 4 mil, 30 mil o 6 millones. No deja de ser malo pero las experiencias serían distintas.

– ¿Cómo es tu relación con los 70?

– No le entré a la novela por el lado de los 70 y con total nitidez e ignorancia, aún mostrándosela a amigos que la leyeron, no me di cuenta que podía ser vista como “una novela de los 70”. Para mi, era un regreso a la infancia. No me produce interés los 70 como género literario, ni fue algo central como intelectual. Mis proyectos van por otro lado. Si hay un punto de anclaje en mis tres obras es Buenos Aires en el 2000. Los personajes, por algún motivo, van a resolver sus problemas en los 2000. No me genera mayor respeto la política de los 70 que la del 90 o del 2000, si bien hay un montón de personajes que pasaron por situaciones que merecen respeto, con los que interactúo desde la literatura o relación personal.

– ¿Te sirvió el que estes viviendo afuera para escribir la novela?

– Si. No tengo esa hiperpolitización en que todo se evalúa por la posición en que estás y el resto importa un pito. Ahí la palabra pierde su valor. Parece que si Boca juega con cinco en el medio, escribís una novela de los 70 sobre los DD.HH, etc, sos kirchnerista. O no; o si es Clarin, Nación o lo que sea. Si miras todo desde ese lugar, la palabra pierde valor. Es un instrumento de esa posición que no es la forma en que uno opera cuando escribe. Hay matices que no implican desatenderse de las posiciones políticas propias. Mi impresión es que, en el caso de los intelectuales, en los medios y cierta traducción literaria, la aparición de los actores actuales –Clarin, LN, los K-, dificulta mucho el escuchar lo se dice. El estar afuera facilita el desmarcarse y buscar otro tipo de narración respecto de esta situación.

– ¿Qué opinión te merece lo ocurrido con Vargas Llosa?

– Creo que hay tres debates distintos. Uno si está bien que uno no argentino abra la Feria del Libro, de cual no tengo idea si es asi pero me parece que no es muy importante. Que el último Premio Nobel de Literatura, siendo latinoamericano, no inaugure la Feria del Libro, me parece una tontera. Puedo tener un montón de prevenciones con respecto a las “estrellas literarias” y la connotación artificiosa que tiene la literatura con la política pero sería extensible a Vargas Llosa como a cualquiera. La Feria del Libro está dentro de esta esfera, de este juego. Que las posiciones políticas de este tipo son “increíbles” y “burdas” es cierto al igual que haya quien quiera oponerse a esas ideas.

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