Carolina Guevara: “Buscaba el humor pero desde un lugar más oscuro y crítico”

Siempre hemos destacado la cantidad y calidad de unipersonales femeninos que hay en la cartelera de teatro. Pero este caso tiene la particularidad de tomar con seriedad no exenta de humor (y viceversa), problemáticas referidas a la cuestión de género. En una charla amena y distendida, Carolina Guevara –que ya se había destacado dentro del grupo El Bachín Teatro-, cuenta como pergeñó la excelente “Los golpes de Clara” al tiempo que da cuenta de distintas visiones sobre un flagelo que atraviesa a la sociedad.  


-Carolina, ¿cuando empezaste a pensar “Los golpes de Clara”?

– A fines del año pasado, charlando con Julieta Grinspan (N de R: miembro de El Bachín Teatro), le comentaba que tenía ganas de laburar algo que tuviese que ver con género. De hecho, hablé con ella y con Manuel Santos Iñurrieta (ídem Grinspan) para que me dirigiera. De alguna manera, me alentaron para que lo haga por fuera del grupo, en un lenguaje que tuviese ganas. Que abriera otras puertas. Siempre tuve ganas de laburar comedia y humor. Si bien con El Bachín había un registro, no es lo mismo. A Leandro Rosati, futuro director de “Los golpes de Clara”, lo conocí por Julieta, a través del GETI (Grupos Estables de Teatro Independiente) y realicé un seminario con él, de Commedia Dell Arte. Esto fue en el 2015 y en abril de 2016. Hablaba con Julieta y le contaba esta idea que tenía. Es ella la que me dice de hacer un unipersonal. Ahí lo llamo a Leo y le cuento qué quiero hacer. Tocar el tema de género y que tenía la imagen de una mina boxeando. Mucho más no tenía. “Una mujer que boxea…¿Cómo te la imaginas?”. Una mina de esta época, y empezamos a tirar ideas. Fui a mi casa y comencé a escribir. Nunca lo había hecho y largué un montón en una semana. Todo, en un modo de cuento. Ahí es cuando aparece la escena en que a la protagonista le tocan el culo en el colectivo y era desocupada. Buscaba al humor pero desde un lugar más oscuro o crítico. Una referencia más Capusotto o en otra época, Urdapilleta. Escribí mucho y después empezamos a ordenar eso. Cuando digo “género” es que no hay que perder de vista la coyuntura. No quería caer en la típica “mi-marido-es-malo-y-no-me-ayuda”, sino introducir el problema de “lo doméstico”, que es la gran deuda al respecto. Los varones se ponen el cartel de #NiUnaMenos pero ese el extremo del machismo/patriarcado. En el medio hay un montón de grises que los naturalizamos culturalmente. Naturalizamos que la mujer cría, cuida, alimenta. La carga que hay en las mujeres madres-laburantes en todas las tareas (crianza y casa), es una doble jornada laboral permanente y una plusvalía encubierta.



-Lo he visto tanto con mi madre como con parejas….
– Si, y es muy difícil de desentrañarlo. Más aún cuando somos las mujeres las que criamos a los hombres.
-¿No se entra en un callejón sin salida, de pedir por los derechos y después quedarse ahí? Se escucha esa frase de “soy femenina, no feminista”.
– Dependerá de qué sector de mujeres. Si pienso en las feministas que tengo cerca, no entran en ese callejón. Pero también tenemos que convivir con nuestras contradicciones ya que no estamos aislados. El otro día, me crucé con una compañera de laburo que vino con su mamá, una señora grande, que le sorprendió que, no habiendo tenido hijos y que mi pareja sea una mujer, me haya podido meter en ese mundo. Tengo amigas con hijas, sobrinas y hermanas. La obra no es autobiográfica ni referencial pero en su momento, se lo pasé a mi hermana para que lea el texto. Ella trabaja con cuestión de género desde hace mucho tiempo y le pregunté si me estaba yendo a un lugar de crítica fácil, que no quería transitar. Si te corres un poco, termina siendo misógino y no quería caer en esto. Además, buscaba una lectura de “clase”. Tenemos una mina que labura y sus hijos van a la escuela pública, con un marido que es militante. Todo bien pero hace agua. Siempre con el temor de no tener un mango para darle de comer a los hijos. La mina sale a vender pan porque no queda otra pero su sueño es trabajar. En ese sentido, si es autorreferencial porque sé muy bien lo que es no tener laburo ni un mango. Lo cierto es que ahí hay una carga enorme. De a poquito, se empieza a reconocer el trabajo doméstico como un trabajo. Si soy una mujer que trabaja como empleada doméstica, se me paga. Ahora, esa misma mujer hace ese mismo trabajo dentro de su casa pero no percibe nada. Hay un nudo muy difícil y me interesaba tocarlo en la obra. En ese sentido, quise poner al ex de la protagonista no como un facho ni un tipo en el sentido más común sino que un progre.


-Un gran acierto! No se cayó en el cliché para construir al personaje masculino.
– Esa es una contradicción con la que viven mis amigas. Esta cuestión de “lo doméstico”. Esa doble carga que hay, lo veo con amigas y sus compañeros que también son amigos míos. Son roles culturales e intrínsecos porque no son malos tipos pero es muy difícil desarmar esos roles para construir otras cosas. Educar hijos de otro modo. Por eso la construcción del personaje masculino, que es militante y tiene estas características tan “paradójicas” en su accionar…Eso lo podes ver muchos lugares de militancia. ¿Son malos tipos? No, pero tienen esa cuestión.


 -Ahí no se entra en una contradicción de “no es mal tipo pero…”.
– Si, seguro. A ver…en los puntos extremos de la lucha, vamos a estar del mismo lado. Me hace mucho ruido esa cuestión que la revolución no se puede iniciar desde los lugares pequeños. La revolución es reconocer a tu compañera tal como la tenes que reconocer. Es muy complejo el tema.


-Como tipo te puedo decir que se ve mucho eso. Discutí tanto con militantes como con aquellos que no lo son por estos temas.
– Bien pero si tengo que exigir algo, lo hago con el militante porque “supuestamente” tiene herramientas. Al típico formato de hombre que elige una mujer con la que tiene dos hijos y no puede salir de cierto formato heterosexista y normativo, puedo llegar a pensar que hay que educarlo. A un militante le exijo por esas herramientas que tiene. Entonces, la contradicción es muy fuerte. Mucha revolución pero también es revolucionario conseguirle el banco del colegio para tu pibe. Eso no lo tiene que hacer solo la mujer porque vos tenes tareas “importantes” que hacer como escribir el volante en defensa de la educación pública mientras que, dentro de tu casa, las tareas la hace tu compañera. 


– Es difícil ir en contra de todo eso. Cuando los llevas a la práctica, encima te miran de costado…
– Ojo, entiendo que a los varones les es muy difícil. Tampoco soy de las mujeres que se enoja con los varones sin que haya un trabajo de educación por hacer. Si todas nuestras instituciones están conformadas por hombres que reproducen dominios patriarcales. De ahí, para abajo, todo. Además, estamos atravesados por una coyuntura que no ayuda. La caída de los planes de educación sexual que había en los colegios. Lo que se había ganado, se perdió. Desde muy chiquito se tiene que entender eso, sino más de grande, se complica aún más todo. Esto lo digo tanto para los varones como para las nenas. Los estereotipos más patéticos se siguen reproduciendo. Vas a las jugueterías y es terrible.


-Hablabas de reeducar a los hombres. ¿También a las mujeres?
– Si. Claro. Sacarnos del imaginario que hay que ser unas princesas que los complacen y los cuidan porque ellos son los que trabajan. Nos protegen y proveen. Está muy internalizado eso.


– ¿Cómo te sentiste arriba del escenario?
– Muy bien. Disfruto mucho la obra porque era un cuento que quería contar y un lenguaje que quería profundizar, como el de la comedia. El proceso me costó muchísimo. Era distinto de lo que venía trabajando. Además, era estrenarla aquí, en el CCC, donde venía trabajando con el grupo pero largarme sola…la presión era enorme. Ahora, me están diciendo que un trabajo que va a gustar mucho en algunos círculos en particular. Más que nada por plantear lo que se plantea asi como tocar esas contradicciones ideológicas y demás. También me pasó de encontrarme con gente que se emocionó mucho. Tiene esa cosa brutal del humor que, al mismo tiempo que te reís, decís “pobre mina”. Por suerte, la repercusión fue mayor de la que esperaba.


-¿Qué te dicen los hombres?
– Quedan un poco….sorprendidos. Un compañero dijo que le gustó mucho el texto. Creo que los hombres se van a sentir incómodos y está bien eso. Con cualquier cosa que se haga con el arte, si se genera cierta incomodidad que tenga que ver con la reflexión y el pensar, bienvenida sea. Es un poco la idea…
-El vestuario es muy particular…
– Costó muchísimo porque, volviendo a la referencia de El Bachín, solíamos trabajar algo atemporal o tiempos históricos que ya te podían dar una textura o una estética. Ahora era una mujer de mi edad, actual. Era difícil encontrar teatralidad para lo naturalista que era la obra. En un momento pensé en un jogging y una musculosa, por la cuestión del boxeo pero Leo me dijo que Clara tendría que estar con un vestido ya que no era “boxeadora”. Además, quería que tuviera “color” para alejarme un poco de la paleta de grises que se usa en El Bachín. Acercarme a algo más “Almodovariano”, por eso el mantel….Un día nos fuimos a ver ropa a San Telmo. El vestido lo encontré en una casa y es uno que puedo usar en mi vida cotidiana. Los zapatitos si son especiales. No quería las botitas de boxeo pero las que tengo son de acróbata, que no se notan que lo son. Quería encontrar la teatralidad con lo más “doméstico”.
Por otra parte, sabíamos bien las acciones que ella iba a desarrollar como el boxeo y la masa. Ella se pone a amasar y después dice que hace pan. También quería hacer soga, por lo que sabíamos las acciones que podíamos tener. En el montaje, las probamos y vimos en qué momento las iba a hacer.



-¿Siempre tuvo el mismo final la obra?

– La idea que no tuviese un final violento estuvo desde el comienzo. Desde el momento en que hacemos comedia y te da cierta impunidad, el espectador puede pensar que no es de manera tan literal. Para mí fue muy fuerte que, cuando estaba ensayando la obra, ocurrió el caso de Higui. ¡La realidad estaba superando a la obra! El caso atravesó nuestro proceso de creación. Fue tremendo.


-¿Tiene límites el humor?
– No podría hacerlo con violaciones. Hay un folklore de humor entre los varones pero es de asado. De ahí a llevarlo a escena…es otra cosa. Igualmente, es súper metafórico cuando se habla de la “tocada de orto” en la obra. Hay tipos que lo hacen o te miran de tal manera que te estan desnudando con la mirada. Se sienten con el derecho de hacerlo e intimidarte. Eso fue por un lado y por el otro, la “tocada de culo” a todos como sociedad. También está que a todas nos han tocado y te da mucha bronca e impotencia. Por eso me gustaba trabajar esto del boxeo y llevarlo a un extremo, pero sin caer en el imaginario y el sentido común que, lamentablemente, termina educando.
-¿Cómo surge el nombre de Clara para el personaje?
– No tenía nombre. Se lo puso mi hermana. Ella labura en cuestiones de género con adolescentes y mujeres en situaciones de riesgo. Trabajó en la ley de la implementación de la no violencia, dando talleres. Se lo di a mi hermana el texto y le pedí que me escriba sobre lo que pensaba a nivel género, como devolución. Cuando me lo devuelve, me dice “para mi, se llama Clara”.
“Los golpes de Clara”. Centro Cultural de la Cooperación. Av. Corrientes 1543. Sábado, 20.30 hs.

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