A quince años del estallido


 ¿Como escribir sobre la historia reciente sin estar salpicado por los acontecimientos que uno ha visto y presenciado?

Hace quince años se empezaba a sentir las cacerolas. La gente caminaba, marchaba, con destino a la Plaza de Mayo. En ese momento vivía a diez metros de la calle Rivadavia al 8000, en la zona de Floresta. Con los vecinos de la cuadra, escribimos con aerosoles la calle y prendimos un par de gomas. No se si está bien o mal, pero fue lo que surgió en el momento. 


Indignación y furia. Alguna digitada pero para la mayoría, genuina. Hartazgo frente a un modelo (palabra que en ese momento no estaba tan definida como ahora) que estaba acabando con los cimientos de una sociedad mucho más narcotizada que ahora, por una tinellización absoluta de los medios al tiempo que los supuestos periodistas serios auguraban el infierno tan temido si se caía la convertivilidad al tiempo que sus patrones desojaban la margarita de «pesificación o dolarización».
Los vecinos de Floresta estabamos en la calle. Un par me preguntaron, viendo que estaba mirando con cierta incredulidad todo este devenir que, en algún sentido, siempre quise. Mi respuesta fue una pregunta doble, «¿a quien votaste en las últimas tres elecciones? y ¿si tanto te molestaba la convertibilidad, por qué salis ahora y no cuatro años antes?» 


 
La noche del 19 al 20 me quedé en casa mirando que decían los medios. Daniel Hadad y Antonio Laje eran los abanderados del «riesgo país» mientras que Canal 13 mantenía esa «independencia» al no saber bien -o saber demasiado….– para que lado caía la moneda.
La mañana del 20 tenía a la Plaza de Mayo con una gran cantidad de gente. Las Madres, como su dignísima historia lo afirma, estaban al frente, delante de la montada de la Policía Federal. 
Empezó la represión. Buenos Aires está en llamas. Barricadas por todo el centro de la ciudad. La transmisión del 13 lo tiene a Julio Bazán como cronista en vivo en la Plaza de Mayo. En un momento dice, palabras más, palabras menos, «La policia llegó para restaurar el orden». ¿Hace falta analizar la connotación de esta frase poco felíz?
Se escuchan disparos. La gente corre, resiste, lucha, protesta, se manifiesta. Un helicóptero sale de la Casa Rosada.
En el Gran Buenos Aires, se producen saqueos. El rostro de aquél comerciante chino llorando desconsoladamente frente al robo de su local es una de las tantas postales de aquél momento que no puedo sacar de mi cabeza. Otras son la de los muertos en Av de Mayo y las motos corriendo por la 9 de Julio, con itakas en mano.
Caía la noche y los ánimos se calmaron. Fernando De la Rua renunció pero queda el camino de la reconstrucción de las instituciones. «Que se vayan todos, que no quede ni uno solo».
Un nombre se hace común como fuente de todos los males de la sociedad: CSM. Pero la sociedad olvida que fue ella misma la que lo puso en el panteón de los elegidos por satisfacer lujos y caprichos en detrimento de otros valores.

El 21 se me ocurre ir con mi cámara de fotos a retratar lo que pasó el día siguiente de cuando Argentina estalló. Voy desde el Zivals de Corrientes y Callao hasta la Plaza y vuelvo por Av de Mayo, hasta el Congreso. Lo veo a Luis Zamora hablando con un grupo de gente. Era uno de los pocos políticos que no salió sucio de ese período y que, en ese momento, tuvo una oportunidad histórica para llevar esa imagen positiva a un lugar de toma de decisiones.
 

Llega el 22, día de mi cumpleaños, que fue uno de los peores que tuve que vivir. Argentina estaba en la ruina. No se podía ir más abajo. 

Pasaron quince años de esta pesadilla que hace poco tiempo vivieron Grecia y algunos países europeos por seguir esos mismos planes económicos que tanto recomendaron y que muchos políticos argentinos siguen postulando como «camino al progreso», para salir del aislamiento en el que está el país.
 
Por eso, digamos todos muy fuerte, pese a quien pese, tirando para adelante y dejando de lado nuestros egoismos/caprichos de clase: Argentina 2001. ¡Nunca más!

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