La vergüenza de haber sido y el dólar de ya no ser. Testimonio dramático en primera persona, 1997-2001. (Teatro)

Son todos rubios
 
Dramaturgia, actuación y dirección: Alberto Ajaka
 
Sábados 4 y 11 de diciembre. Casa del Bicentenario. Riobamba 985, 20 hs. Entrada gratuita, por orden de llegada, hasta colmar la capacidad de la sala.

Foto: Cecilia Inés Villarreal.
 

En el marco del aniversario de los veinte años del estallido de diciembre de 2001, Alberto Ajaka pone su pluma y su talento a disposición de una fecha tan dolorosa como ineludible para recordar, tal como se está haciendo en la Casa del Bicentenario.
Por tal motivo, bucea en sus recuerdos de finales de los años 90 y comienzo del 2000 que terminan siendo una pintura tan sensible como esclarecedora de la previa a la explosión. Vuelve atrás en el tiempo para poner la lupa en ese contexto de neoliberalismo, pizza y champagne del menemismo, la continuación del plan económico con la presidencia de Fernando De la Rúa y la manera en que afectó a los ciudadanos. Ajaka toma su propia historia para ilustrar esos momentos con una mirada poética, sin sacarle el cuerpo al dato.
 
A partir de cinco textos que tocan las relaciones amorosas, laborales y personales, Ajaka lleva adelante relatos bien reconocibles que implican una identificación inmediata con su auditorio, ya sea por haber “vivido” esos tiempos o por referencias de padres, hermanos, tíos o lecciones de Historia.  
La descripción del contexto de superficialidad y consumo es excelente. Sobre todo, en la sutil visibilización de ese ambiente tenso de que algo está por pasar. El linkeo es automático. Es vivir internamente esa angustia del sentir que estaba todo por explotar mientras se bailaba en la cubierta del Titanic. Esa droga llamada “convertibilidad” de la cual buena parte de la clase media se hizo adicta y que, al día de hoy, no solo hay algunos que la añoran sino que la desean. Que se haya destrozado la industria nacional con altos niveles de desempleo y pobreza, es solo un detalle para los caprichos consumistas de la clase media.
Es aquí donde aparecen algunas respuestas a las demandas que explotan como espasmos en el camino a “ser parte del Primer Mundo”. Aparecen los retiros voluntarios, cortesía de las políticas de “achicamiento” del Estado. Dinero a cambio de renunciar a un trabajo que, en ocasiones, databan de una gran cantidad de años. Esa indemnización que alcanzaba para alguna comprar un auto y usarlo como remise o poniéndose en un maxikiosco al tiempo que Puerto Madero se consolidaba como una Nueva Babilonia.
 
El aura de familia trabajadora en la que se crió Ajaka es palpable. El tránsito que va desde esa primera niñez en Flores -hotel en Bacacay y Condarco de por medio- para llegar a Lomas del Mirador. El oeste como lugar de residencia.
Párrafo aparte para la relación que tiene Ajaka con su padre. El homenaje que le realiza es conmovedor en su descripción. Ese carácter tan particular que lo pintaba a papá Ajaka en su humanidad, como referencia de aquellos códigos que se empiezan a ir o, en todo caso, aggiornarse. La importancia de tener claro quien es uno es fundamental. Dice “no soy turco sino libanés…y católico, no musulmán convertido” al tiempo que debate sobre qué hacer con la plata con una señora española. El “comprá dólares” versus “yo compro máquinas” dan cuenta de dos modelos contrapuestos en el que los dos –según Alberto hijo-, “tenían razón” en tanto la mujer no era argentina y papá invertía en el país en el que vivía.
 
Ese “somos todos rubios” que grita Ajaka que funciona como un separador de radio no es inocente. Es la línea divisoria entre “ellos” y “nosotros” que se visibilizó aún más durante el menemato y se consolidó en los años dominadas por la derecha, hasta llegar al 2021. Todo el germen neoliberal encargado de destrozar derechos con el axioma de “nadade lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”, a cargo del nefasto Roberto Dromi en aquellos años 90.
Desde ese lugar, la puesta es un disparador de recuerdos a partir de narraciones que -quizás- no van a aparecer en ningún libro de historia pero siguen vigentes. Hombres y mujeres que vieron como perdieron más que sus ahorros y sus empleos. También se encuentran aquellos que esperan un mesías de color verde que les otorgue el milagro de «la salvación», egoísmo de por medio, sin inmutarse al respecto.
 
Contundente y sensible en su planteo, “La vergüenza de haber sido y el dólar de ya no ser” es catártica y necesaria en tanto el vínculo que se establece entre el artista y el público a partir de una situación -lamentablemente- bien conocida y que algunos tienen la osadía de relativizar o no hacerse cargo, cuando fueron cómplices del desastre. 

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