Reflexiones sobre Teatro y la coyuntura. “Lo bueno de la pandemia”.

La llegada del Covid-19 a nuestras vidas, junto con la pandemia y el aislamiento que vivimos, cambió toda nuestra vida. Desde ECDL hablamos sobre la forma en que afectó al teatro. En este caso, el director y actor Martín Ortíz cuenta como vivió (y vive) esta situación en relación con el arte.

Por Martín Ortíz
 

Me pasó como a todos: el mundo se detuvo de repente. Frenamos de golpe y la vida pasó a un estado de contención, sosteniendo el impulso en el mismísimo SAT (recuerdo del teatro antropológico) esperando la orden para continuar desde ahí, casi como si nada hubiera pasado. La segunda temporada de “Cisneros, Una Tragedia Argentina” entró en pausa, mientras especulábamos “¿Vos creés que el público va a volver apenas arranquemos? No.” Los ensayos de “Muertitos” se detuvieron. Los cursos se postergaron. ¿Los ingresos?…


Como le pasó a todos, de un día para el otro tuve todo el tiempo del mundo en mis manos. Leí lo que, cuantitativa y cualitativamente, no leía hacía años; vi series y películas; compartimos en familia una cantidad de tiempo y charlas; desayunos, almuerzos, meriendas y cenas como nunca habíamos compartido, excepto en vacaciones.

Ponerse a escribir es otro precio, al menos para mi. Se tiene todo el tiempo para hacer todo y para no hacer nada. Perderlo con facilidad o aprovecharlo en cuotas. La cuarentena nos sirvió en bandeja de plata todo ese tiempo que la vida desquiciada de la megalópolis nos saca sin cesar. Lo empezamos a comer desaforadamente pensando que, en quince días, se terminaría ese silencio de la ciudad, ese aire nuevamente puro, las trasnoches de películas o series, las mañanas vacacionales para despertar a cualquier hora de siestas más obligatorias que en provincia. Pero ese pequeño sueño sorpresivo comenzó a transformarse, poco a poco, en una pesadilla surrealista.

La pandemia nos despertó nuestro perfil socrático y empezamos a encontrarnos con nosotros mismos. Te quedás quieto y empezás a percibirte, a verte, a recordar lo que estaba dormido. Ver lo que te rodeaba y el vértigo te impedía mirar. Descubrí cosas maravillosas que me son difíciles de explicar: el Conocimiento Unificado, la Matemática Vorticial, la espiral de Fibonacci y otras maravillas que permiten descubrir algunas constantes que dan cuenta de la unidad del Universo. Algo de lo bueno que me ha dejado la Pandemia.

La perspectiva de la normalidad empezó a difuminarse. El Teatro El Crisol -mi sala-, seguía cerrada, sin  ingresos, con cuotas de préstamos por pagar y dinero terminándose. La rutina de llevar a una de mis hijas al colegio se convirtió en la de despertarla para “llegar” a sus clases por ZOOM.
La pandemia nos despertó nuestro perfil socrático y empezamos a encontrarnos con nosotros mismos. En poco tiempo se reconstruyó otra especie de rutina, “la Nueva Rutina”. Descubrimos que se pueden dar algunas clases y charlas por Zoom; que podemos reformular algunas obras para avanzar por esa plataforma y  que hay otras que son imposibles de ensayar por ahí. Un nuevo mundo se abría, acaso uno que teníamos presente hace mucho y, de tan cerca que estaba, no llegábamos a verlo o lo descartábamos por eso de la presencia y el contacto. Al fin y al cabo, en algún momento, nos habíamos enterado que alguien ensayaba on liney lo consideramos “un chanta, un ladri, dejate de joder”. Hoy, experimentados artistas que sufrimos el aislamiento descubrimos –como si nunca lo hubiéramos sabido- que podíamos ensayar por el bendito ZOOM. Entendí que debía modificar “Muertitos”, plantear un lugar distinto para la historia y un espacio diferente para los personajes. La cuarentena -tenía que reconocerlo-, me había llevado a mejorar la obra y podíamos ensayarla en modo virtual.

La vuelta de “Cisneros” empezaba a tomar la forma de la utopía. Cualquier variante de la actuación ya era una quimera. Notas en algunos diarios diciendo que el 95% de los actores y actrices estaban sin trabajo. El público, seguramente, pensó que era una catástrofe. Lo era -lo es- en tanto el 95% de los trabajadores de un gremio esté sin trabajo. Lo real es que el porcentaje habitual de desocupados,  subocupados o trabajadores de ese rubro que no tienen un ingreso digno -en el caso de que lo tengan-, debe andar en el 90%. Lo notable es que también cayera en desgracia, el pequeño grupo de directores, actores y actrices que se ganan el mango (unos mucho, otros poco) en el cine, la televisión, el teatro comercial u oficial. 
Sin embargo, la realidad no estuvo exenta de la paradoja de que muchos artistas teatrales independientes añoraban las funciones, reclamaban volver a las salas y aullaban por reabrir. Necesitaban hacerlo tanto como el dinero pero ¿desde cuándo los que trabajamos en el Teatro Independiente vivimos de nuestras obras? ¿Cuántas actrices, actores, directores, directoras, dramaturgos y dramaturgas viven de sus ingresos cooperativistas o de sus derechos de autor de su obra presentada en un teatro de Villa Crespo, el Abasto o Palermo? Comprendo la necesidad artística, ese impulso inexplicable que nos lleva a crear. La entiendo porque la tengo pero ¿nos arriesgaríamos a contagiarnos, a que se contagie algún compañero o compañera o los espectadores para satisfacer ese impulso? A esta altura ya está claro que ese deseo no será satisfecho por muchos meses. Añoramos que sean los menos posibles.

Así como el Estado salió al rescate de las salas teatrales –una ayuda económica aún escasa en esta larga pausa- debe hacerlo por los y las artistas de todas las artes. Y cuando digo “todos y todas” no lo hago como una metáfora poco creativa. Lo escribo para que se entienda literalmente. Sostener a los artistas con una ayuda sin restricciones. No con subsidio que no abarca a la totalidad o préstamos a tasa cero que, llegado el momento, nadie sabe si va a poder pagar.

Uno de los “lados buenos” de la Pandemia es hacer visible la fragilidad en la que viven muchos sectores de la sociedad. Es asombroso, pero muchos no veían esta debilidad hasta ahora y otros, aun hoy, no la ven. Pero ese lado bueno sólo lo será verdaderamente si se lo transforma en el punto de partida de una transformación sólida y duradera. Esto, una vez más, depende de nosotros. 

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