Capaz de combinar rock con gastronomía, Fabián Quintiero tocó con Charly García, Soda Stereo, Ratones Paranoicos, Los Violadores y Sueter al tiempo que se hizo tiempo para crear un polo gastronómico como Las Cañitas. Café de por medio, nos encontramos con el Zorrito para charlar de sus treinta años con la música, que incluye a personajes como Diego Maradona, Luis Alberto Spinetta, Astor Piazzolla y su libro “I am Zorry”.
-Fabián, ¿a partir de cuando empezas a contar tus treinta años con la música? ¿De algún show de Sueter?
– En Sueter empecé a los 18 y ahora tengo 49. Nunca me imaginé que iba a llegar hasta acá tocando. Tenía miedo que pase rápido. Es muy difícil mantenerse a través del tiempo sin ser cantautor. Hay excelentes músicos que se diluyeron por no tener un proyecto laboral.
– Te llega el reconocimiento tras todos estos años con la música….
– Si! Llegó con delay pero se me está reconociendo esto que llamo “privilegio”. Fui audiencia del rock nacional cuando era adolescente. Iba a los recitales. Como pibe sacaba la popular para Obras. La primera popular que compré fue para ver a Seru Giran en Obras. A Riff lo vi en el Parque Sarmiento. Un recital muy heavy porque la monada terminó tirando de todo. Hubo una goma terrible. Nada que ver con lo que es ahora. En esas épocas había recitales más pesados. Estaba muy dividida la audiencia y los géneros. Que si eras de Charly, Spinetta o Pappo y yo iba a los tres. No me importaba mucho. Fui directamente a los líderes. Para mi, esa trilogía representa locura, poesía y rock and roll. Tenemos todo ahí.
-Hay quienes dicen que Charly le puso tango al rock y Luis, la poesía…
– Charly es tanguero. A él le enorgullece un poco eso, en su interior. El ir a Nueva York y decir “vengo de la ciudad del tango”. Si bien toma actitud rockera, siempre defendió la idea del tango. Después de Gardel y Troilo aparece Piazzolla que abre el tango al mundo. Me tocó, como anécdota, ser testigo de un encuentro, en Nueva York. Estaba con Charly, en un ascensor. Se abre la puerta del ascensor y estaba Piazzolla. Charly, con timidez y respeto, le dijo “Hola Astor” y Piazzolla, sin sonreir, le dijo “Qué haces, pibe”. Ahí quedó todo. Me tocó ser testigo de eso y me impresionó. Ellos son apellidos de la alcurnia musical argentina. Dos transgresores. Piazzolla, con piezas como “Adios Nonino” hizo circular la música argentina por todo el mundo. La palabra “tango” es una marca que entra en todos lados. Después habrá deformaciones turísticas y van compañías argentinas a tocar tango. A García le enorgullece decir que su música tiene tango escondido. “No soy un extraño” es un tango hecho en Nueva York, una meca que pocos que llega. Hay una conexión entre nuestro rock y Nueva York.
-¿Fuiste con Soda Stereo allí?
– Fui con ellos en un viaje de placer. El primero que hicimos juntos. Fuimos a Londres, Paris, Madrid y Nueva York. Zeta había ido antes porque era marinero en un barco. Éramos muy pendejos. Fue una idea de Gustavo, del fruto de la gira de “Nada Personal”, con el éxito y el cambio de posición de la banda. Pasó de ser «chiquita y moderna» a una banda consagrada que hacía dos Obras y viajaba por todo el país jueves, viernes, sábado y domingo. Gustavo era “moderno” y yo venía de una adolescencia rockera nacional. Iba a recitales y escuchaba mucha música en casa como Zeppelin, Stones, Who y Deep Purple, con Jon Lord tocando el Hammond. También Genesis y Yes. Era un pibe de 14 años que un domingo a la tarde iba a la cancha a ver a Boca o se juntaba con amigos en alguna casa. Poníamos un vinilo de Zeppelin o Queen, que lo vimos en el 81, en Velez. Eso produjo un quiebre en lo que eran los recitales. En la adolescencia, el flash era ver a Spinetta Jade, Riff o Seru. Tres mundos distintos. Nada que ver uno con el otro.
-De chico eras…
– Tenía quilombo con el pelo largo. Fui a la secundaria durante el Proceso y había un cartel que decía “pelos cortos y sin barbas”. Me copaba tenerlo largo, a lo Jimmy Page o Robert Plant. También escuchaba música negra. En esa época, lo máximo era tener un disco importado. Se abrió la importación y me compré “Off the wall” de Michael Jackson, “Stomp!” de los Brothers Johnson y “Jazz” de Queen.
No tenía hermano grande. ¿Quién me iba a hablar de música? Las referencias de música venían de la primaria. Tocaba la guitarra en el conjunto folklórico del colegio, con ocho años. A “Zamba para Olvidar” no me la olvidé más. Era bárbaro tocar en el grupo ya que te hacían salir de clase para ensayar. Había hecho algo de Conservatorio. Mi mamá me había mandado para aprender música al Zurich en Urquiza. Me hicieron solfear y todo eso. Nunca lo entendí, ni leí música pero me conectó con eso. Después hice guitarra clásica.
– A Charly lo conocí en la casa de Coronel Díaz y Santa Fé, 7° 15. Voy, entro y estaba tocando “Demoliendo hoteles” en ese momento. Tenía mucho nervio con Charly. ¿Sabes lo que pesó Charly en mi formación musical? Como autor pero también como personaje. Ese flaco que la mueve y es el jefe en el escenario, generaba atracción. Como ninguno, me generó ganas para estar arriba del escenario. Después Luis, con esa aura de inalcanzable y Pappo, con toda la parada del rock con la viola. Me seducía mucho la idea de ser amigo de estos pibes. No quería estar en la audiencia. Quería estar ahí, con la credencial, en el backstage. Ser amigo de ellos. No de cholulo sino de “che, soy como ustedes”. Y se me dio. Quería tocar con Charly para aprender. ¿Qué mejor que Charly mismo te pase los temas? Pero no solo por los temas sino por el oficio de estar arriba del escenario. En ese momento, era desconocido y García me dio un lugar.
-¿Cómo recordas tu paso por Violadores?
– Con alegría. Si hubo una persona con la que me he reído en la vida, es Stuka. Un secuaz con el que hasta tengo firmado un tema para Violadores, “Noticias en la noche”. Stuka vivía cerca de casa y grabamos mucho juntos. Un pibe gracioso, que me daba cabida. Era muy loco porque tocaba con Charly y también con los Violadores. Cuando fuimos a Obras, decía “acá seguro que me como un pollo”. Pero no pasó porque puse mis teclados atrás. El que más la ligó fue el tenor, Carlos Darío Saidman. Salió y apenas abrió la boca, le quedó un verdoso en la frente.
-Con los Ratones Paranoicos fuiste bajista….
– Si. Se va Memi y pensaron en mi. Ya había tocado en la Juanse Pappo Roll Band. También estaba Black Amaya que me da la bendición para que toque el bajo. Me dice “Bien Zorri, bien”. ¡El Carpo me banca sin ser bajista y siendo músico de Charly! Tengo un gran recuerdo de Pappo. Le agradezco un montón y tuvo buena onda conmigo. Me dejó grabar y tocar en un disco que nunca salió de Juanito y el Carposaurio. Salieron dos temas “Ruta 66” y “Tomé demasiado”. En este último, hago un riff y el Carpo no solo lo agarra sino que lo deja parte del tema. Lo firma él pero me deja el arreglo.
Siempre me gustó meter arreglos en canciones de los demás. Con Charly tengo uno “Calle taxi”, con Stuka tengo uno y con los Ratones tengo dos temas, “No hay” y “Tomo y obligo” de la que Juanse saca la letra del tango de Gardel. La música la hago yo. Le digo “acá tenes el tema”. No sabía qué carajo cantar. Cuando entro en los Ratones, les digo “aprovéchenme que soy tecladista”. Tengo varios arreglos que me deben un porcentaje de los temas. Es duro que nunca te dejen firmar una canción. Más si metes un arreglo que está bueno pero no te van a dar un porcentaje de un tema por hacer el comienzo de “El temblor”.
-¿No tenías la posibilidad de registrar los temas en SADAIC por porcentajes?
– Si te anoto que vos y yo hicimos la música, es 25 y 25 %. Pero hay uno que lleva la batuta de eso. El que escribe las letras, el que viene con la parte tal del tema. Hiere y lastima mucho eso. Te gusta mirar el disco, escuchar la canción en la radio y saber que lo hizo uno. Más allá que genera plata, es lo último que se toma en cuenta. Hago una parte de la canción y quiero verme reflejado. Es un honor, una satisfacción hacer una canción y que la cante la gente. Después está también el negocio. Si tenes muchas canciones, tenes editorial de los temas, derecho de autor. Cuando sos viejito, te entra una platita por los discos y ayuda bastante. Eso está bueno porque ayuda a muchos músicos quedaron olvidados.
-¿Cómo surge tu pasión por la gastronomía?
– Mi viejo tenía un restaurant llamado Silvio, en Bauness y Rivera. Atrás del restaurant había una sala de ensayo. Trabajaba con él y mi alegría era que viniesen los pibes del rock. El restaurant era muy a trasmano, en un ámbito muy under. Sin embargo, no se porqué pero desde la inauguración, Charly, Pappo, Los Violadores, y varios músicos venían y terminaban zapando hasta las seis de la mañana. Obvio que venían y comían gratis.
-¿Quien ensayaba atrás, que había una sala?
– Tenía una portaestudio armada. Con Fernando Samalea grabábamos para cortos de cine under, de Raúl Perrone. Hicimos muchas musiquitas para él. Venía Charly y grababamos demos. Pasó mucha gente y de ahí, con olor asado, nos íbamos a las discotecas o a los bares de rock a ver a los Ratones. Era la época de los Prix D’Ami, de Arcos, Ciudad de la Paz y Monroe. Otro barcito donde parábamos era “Fuente de soda”, en Obligado y Mendoza, donde la moza era una tal Leticia Bredice. Pero esa fue otra época.
-Hiciste un antes y un después con el Soul Café.
-Cuando abro el Soul, buscaba abrir un restaurant que empezase a cortar la vieja gastronomía de Buenos Aires. Estaba mucho con el soul y el funk. Además quería un lugar donde vayan los músicos, los deportistas, las minas
-¿Ya estabas imaginando el polo?
– No, no me lo imaginé. Para nada. Fuimos ahí por precio y ubicación. Agarré como un Google Map y dije “la gente del oeste, llega por Juan B. Justo; la gente del sur y del norte, llegan por Libertador”. Estaba la cancha de Polo, el Hipódromo. Estaba bueno el lugar y ahí no había nada.
-Fundaste las Cañitas….
– Bueno, ja! Antes había pero puse el primer lugar famoso. Con el Soul Café formé parte de cuatro o cinco lugares que le dieron una estética y empezaron a cambiar las cosas. Era la época donde se terminaban las cantinas. Los “Munich” de Recoleta, Hermann’s de Santa Fe y Armenia -que íbamos con Charly- o Edelweiss. Y llegaron los jóvenes a la gastronomía. Hago un lugar musical con toda estética rockera. Afiches de rock de San Francisco, Greatful Dead. Esto me pega porque veo un libro “The art of rock”, con toda la gráfica de los posters. Dije “Que lindos para decorar”. En esa época, pintaban los restaurants con los patinados. Un bodrio! Con la data que tenía era una obligación hacer otra cosa. Vengo con un buen arquitecto, Guillermo Lerner y me dice “Vamos a pintar el restaurant de rojo”. Le dije que estaba loco y me vuelve a decir “rojo”. La gente entraba y flasheaba con los posters y el rojo. Le pusimos onda con la música. No puse rock porque es muy chillón para la comida. El funk es una linda música para escuchar mientras comes y levanta un poquito el cansancio de la gente. Lo había analizado esto. En Nueva York, lo que más me impactó es la atmósfera. Como se ambientaba todo. También me rompe la cabeza ver a la gente joven trabajando en gastronomía. Con el Soul Café, aparecen los pendejos de veinte años, tanto atendiendo como cocinando. Eso pega y pega mal. La gente viene, la pasa bien, come rico, pantallas gigantes, todo novedoso. Además, había buena música. Todos los miércoles, Bobby Flores venía a pasar música o DJ Zuker.
-Te pegaron por bastante por poner la música fuerte….
– Si. Algunos no la entendían. Eso quería decir que la música era tan importante como la comida. Y los músicos son sagrados.
-¿Cómo fue la inauguración del Soul Café?
– El día de la inauguración vino Diego y fue el gran espaldarazo. Coincidió con su vuelta al fútbol argentino tras su periplo europeo. Fue el 5 de octubre de 1995 y jugaron Boca-Colón. Termina el partido y se vienen todos a festejar al Soul. Camión de exteriores de canal 13, Futbol de Primera. Ahí empieza la unión del rock con el futbol. Se cultiva un caldito entre Diego, Charly, Juanse, yo (jugué en las infantiles de Platense. Fui alcanzapelotas -tengo el corazón entre Platense y Boca-).
Hubo un acercamiento previo en un programa de Julián Weich. Ahí se festejó el cumpleaños de García, donde se estrenó el “Maradona Blues”. Maradona -doy fé-, lo quiere y admira a Charly. Lo cuida y lo protege mucho. Se reconocen en el talento y la intensidad. Con Charly, una vez fuimos a ver Boca-River y lo disfrazamos pero la gente se dio cuenta que era él. Después entramos en la cancha y fuimos al medio. Caos total. Pasamos muchos cumpleaños de Maradona tocando Charly, Juanse y yo. En su despedida, tocamos con los Ratones y a la noche, una fiesta con Diego y los Piojos. Además, termino asociado con jugadores de Vélez abriendo el Voodoo Bar, como el Rifle Pandolfi, que era amigo de Andrés Ciro y los Piojos. Los futbolistas de antes no ligaban con el rock nacional, pero Diego –que fue más que todos y tenía una cabeza enorme-, se daba cuenta y nos daba cabida a todos.
Me acuerdo que en el Soul Café tenía un plato que eran “los ñoquis de Pappo”. Eran ñoquis heavys. Había venido a “Gustock”, mi programa de MTV que venían los músicos a cocinar.
-¿Spinetta no fue? Le gustaba mucho la cocina…
– Si pero no me animé a invitarlo. Mejor dicho, él era fóbico. Igual tuve en este negocio –Bruni-, una noche sagrada con Spinetta y Diego Rapoport que fue mi profesor de piano. Apareció Diego y contó que le dijo a Spinetta, “este tenía pasta”. Me derretí.
Otra vez, tuvimos un almuerzo de Charly y Spinetta que se hizo acá para invitar a Luis a cantar “Rezo por vos” en Vélez. Estábamos el Flaco, Charly, el manager de Charly y yo. Había una paranoia…y entre todas las fobias que tenían todos, sobre todo Luis, tuvimos que armar una mesa arriba, escondida. Charly estaba muy medicado y no habló una palabra. Terminamos hablando Luis y yo de comida y Capusotto, de quien soy fanático. Él se llevó un poco la alegría del rock pero también nos dejó muy expuestos. Nos sacó la ficha
-Juanse se enojó al autoadjudicarse lo de Pomelo….
– Pero Pomelo es Juanse, Charly, Fito, Pity, Calamaro. El pomelo es la fruta oficial del rock. Somos todos un poco Pomelo. Me siento un poco Pomelo cuando voy de malhumor a un ensayo, le pongo cara de orto a Charly y me desubico. Capusotto nos sacó la ficha y te lo tenes que tomar con humor. Siempre tiene que haber humor, tanto arriba como abajo del escenario. Cuando empezás con el malhumor y las poses, se va todo al carajo. Hay éxitos que se separaron al pedo, por no charlar o no negociar bien. La distribución de las canciones también es difícil.
– ¿El rock perdió con la bailanta gente que antes lo seguía?
– El rock se amargó. Lo entristeció la aparición de otras formas musicales más berretas que entretienen a la gente. No se banca el mal nivel musical y que sea parte de la cultura.
¿Te digo lo que pasó? Para mi, pasaron dos cosas muy duras. Una fue Cromañon. Nos cortó al medio. A todos nos agarra una paranoia del estilo “nos va a pasar a nosotros”. Veníamos en un tren de celebración y estos pibes nuevos empiezan con problemas de “convocatoria” ¿Qué dicen los “manuales”? Tocaste en un estadio y después te guardas, te vas a un lugar más grande todavía o de gira al interior. ¿Qué hacen estos chicos? A los diez días, tocan para tres mil personas en este lugar. Además hubo una combinación muy peligrosa entre el “¡Dame la plata y meté más gente!” y el descontrol del Estado, con una corrupción total. “¡Dale. Meté cinco mil!”, hasta que un día pasó lo que pasó. Esa amargura no se nos fue.
La otra gran amargura es el plan macabro empresarial que controla el rock. Pop Art y la aparición de productoras que dicen que “tienen onda” y que van a salvar al rock cuando en realidad son una gran estafa. Firman bandas y después son todas “marcas”. ¿O no lo son? No me vengan con ese cuento. El establishment de empresarios que ganaron guita con el rock. Iba a ver a Seru Giran cuando presentaron “Bicicletas” en Obras y la popular estaba mojada ¿Cómo podía ser si es techado? Era para que nadie se siente y entre más gente.
Estamos en un momento raro ahora. Hay bajas muy importantes, como la del Carpo, Spinetta y Cerati. ¿El rock se amargó? Si, y también está el paso del tiempo. Les va a costar a las nuevas capas consagrarse
-¿Es por estos pulpos empresariales o porque no tienen talento?
– Si y también está internet, la globalización del marketing. No puede ser que no haya nada de calidad. Por otra parte, lo que no va a haber es la consagración. ¿Cómo carajo yo, banda nueva, hago para consagrarme si tengo que pagar en los bares para tocar? ¿O para tocar en estos festivales manejados por estos soretes? No se.
-Uno piensa en referentes del rock y los más jóvenes tienen 35 años. Después, la nada.
– Les cuesta mucho a los nuevos. No son líderes de audiencia. Hoy, el tipo que más mete es el Indio y después la Renga. El Indio tiene 60 años. Es muy difícil tener una convocatoria, pero hablemos de lo que es una “convocatoria”, palabra que suena a fuerza de choque. El Indio, que es lo que más me gustó de él, siempre se cortó solo. Convoca a su gente, “me armo mis recitales. No va a venir ningún delincuente de estos a comprarme un show a dos mangos y se lleva el resto”. La convocatoria le dio a él esa fuerza pero también tiene la contrapartida de “no me junto con nadie”. Una amargura que no comparto para nada. Los rockeros nunca tendríamos que dividir. Nos tenemos que juntar. No somos políticos. Somos del palo…Mostremos alegría de ser como somos.
-En su momento, Spinetta combinaba música, poesía y sacaba una tapa como la de Artaud
-Hay frases tremendas como “Que triste y solo voy a estar en este cementerio”. «Artaud» es un pedazo de disco. La gente se quedaba preguntándose “¿qué dijo?” y las interpretaciones, con la mística que tenían. No es para cualquiera. ¿Quien escucha “Artaud” ahora? Me encanta pero no lo escucho todos los días. Es como tener una botella de whisky muy buena y en determinado momento. Para mi, Luis Alberto es el padre del rock nacional. Si bien había canciones en castellano, el rock, el escudo es Luis. La cara, la impronta, el habla, lo que dice. Estaba Lito y los Gatos pero era más beat. Con Luis aparece la idea de rock argentino. No había rock en castellano en ningún lado. Era una cuestión cultural. Lo genial fue hacerlo en castellano cuando la matríz es inglesa y suena sola.
– Soy un eslabón perdido entre un tecladista como Calamaro y un tecladista solo. Igual tengo mi personaje, mi sello a pesar de no ser un animal compositivo y no animarme a cantar. Ahora me animo un poquito más pero no me siento cantante. Me gusta la gente que canta bien. En el rock nacional, hay muchos que cantaron sin saber cantar. Yo no me animé. Capaz que me apabulló ell pensar que “si salgo, tengo que ser tan bueno como Soda”. ¿Cómo hago?
-¿Tenes letras compuestas?
– Si. Un montón…Pero nunca saqué un disco solista. El disco que haga –si lo hago- no va a ser “solista” sino “Zorrista”. O sea, picaro. Va a tener a Charly y gente asi. Ahora tengo una banda pero todo tiene su tiempo. Los últimos cinco años lo agarramos a García, internado. Lo ayudamos pero no como músico, sino como persona. Charly es parte de mi vida, mi familia. El tipo es una persona muy intensa que vivió para su obra, su música y su personaje. No tuvo vida privada y eso te hace mierda. Se le nota el cansancio en el cuerpo. Tuvo episodios difíciles que impactaron su salud.
-¿Por qué crees que se te dio todo esto en estos treinta años? Hay muchos que consideran que “estuviste justo en el momento adecuado”
– A mi se me dio porque la busqué. Nadie me regaló nada. Siempre la busqué. Todavía la sigo buscando y no la encuentro.
Fabián Vön Quintiero editó “I am Zorry”. Editorial Planeta.