Laurie Anderson: El contundente sonido de la sutileza

Era la cuarta vez que venía a suelo argentino y por fín, se dio la posibilidad de ir a ver su ¿recital? Los signos de interrogación van de la mano de ese espíritu indomable, que no respeta ningún tipo de ataduras sino que pulsa los límites de la creatividad en pos de su arte. Estamos hablando de Laurie Anderson que, hace unos días, se presentó en el Teatro Ópera. Pero ¿qué es lo que amerita a escribir sobre un concierto sobre el cual deberíamos haber escrito apenas terminó el mismo? Varios factores. Los coyunturales, que atravesaron al país en los últimos días y, francamente, la necesidad de decantar todo lo visto en esos noventa minutos que duró su presentación en el Teatro Opera.


Bajo el título de “An evening with Laurie Anderson”, más de uno no pudo evitar cruzarlo aquél que trajo a Al Pacino a estas tierras que dejó más de una duda asi como bolsillos y esperanzas vacías. Pero Laurie Anderson estuvo a la altura de sus pergaminos. Su retrospectiva en torno a su vida y su labor artística es impecable. Antes que nada, con ese carisma que tiene para ocupar ella sola, con su alma y su talento, el centro del escenario. A partir de ese momento, se sucede el sonido de su violín de arco de cinta junto con los textos garabateados sobre el collage multimediatico que toca el fondo del escenario. Si uno presta atención, se verán diversas citas. Uno de ellos dice “God is a Concept by which we measure our pain” (Dios es un concepto por el cual podemos medir nuestro dolor). Es la frase que inicia “God”, temazo de John Lennon, de 1970.


De esta manera, empieza un bombardeo de conceptos e ideas que la tendrán a Laurie Anderson moviéndose como pez en el agua en su rol de conductora del espectáculo. Micrófono en mano, contará anécdotas de su niñez, manifestará su desconfianza en su rol frente al público como si fuera un stand up y se dará tiempo para criticar sutil pero elocuentemente el devenir de su país de origen, Estados Unidos, cortesía de Donald Trump, actual mandamás del Imperio del norte. Justamente, en ese collage de frases y colores se lee “Alguien dijo que nuestro imperio está pasando, tal como le ocurre a todos los imperios”, una de las sentencias de “Another day in America”, de su disco Homeland.

Aquí radica una de las grandes virtudes de este espectáculo. Laurie Anderson relata situaciones haciendo gala de esa economía de gestos que terminan ratificando por enésima vez el axioma de “menos es más”. Su decir y el sentimiento de su voz conforman una atmósfera íntima y subyugante donde todo está en su lugar, con su consabido buen gusto para la creación de sentido que permiten los textos. Ni hablar cuando, de fondo, se escucha la voz del gran Lou Reed, quien compartió con Laurie, una pareja de más de veinte años, hasta la muerte del mítico músico neoyorkino.


Cada minuto que pasa, cautiva más a un público atento a lo que dice y muestra. Al respecto, esa brainstorming de sensatez y sentimientos es absolutamente agradable y empática con el público. Lo intelectual no quita la calidez en su caso. Por el contrario, lo potencia. El espectáculo es una experiencia visual completa, donde la tecnología ayuda y complementa la creación y no se instala como centro de la misma. Su voz es tan firme como dulce, un raro mix que contribuye a la creación de sentido.

Con un auditorio que llegó muy sobre la hora para llenar la platea del Ópera, Laurie Anderson dio una clase de como brindar un concierto de fuerte contenido político y social pero sin que decaiga en ningún momento la atención en lo que iba aconteciendo. Más de uno sacó su teléfono para sacar fotos, otro para grabar. Más atrás se ve a una pareja tomada de la mano, en perfecta sincronía perceptiva con lo que decía Laurie.


Así, de esta manera, con un ritmo sostenido, se ve un “Buenas noches” sobre la superficie de la pantalla. Era la frase tan temida que determina la finalización de la velada.

Tras el aplauso cálido y sostenido del público, empezamos a salir del teatro. En una de las butacas del fondo, se lo ve a Fernando Ruiz Diaz, líder de Catupecu Machu, que no se quiso perder la presencia de semejante artista.


Con 70 años en su documento y una creatividad imparable, tensando las relaciones entre arte y tecnología, pasó Laurie Anderson por Argentina dejando un concierto absolutamente único e irrepetible tanto en su realización como al disfrute frente a lo visto.


ECDL agradece profundamente a Miss LCF por permitirnos presenciar el concierto de Laurie Anderson.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »
Scroll al inicio