El momento había llegado. Veintiséis años de espera estaban a punto de llegar a su fín. Algunos pelos parados (los otrora “raros peinados nuevos”, a los que hacía mención Charly García allá por los 80) se iban asomando a las instalaciones del estadio de River con sus sobretodos largos, que estuvieron a la altura de las circunstancias con el frío de la noche porteña. Gente que superaba ampliamente la treintena de años se mezclaba con otra que apenas pasaba los veinte. Parejas que iban de la mano se mezclaba con alguno que llegaba presuroso del trabajo.
A partir de allí, suenan una serie de canciones más cercanas en el tiempo como “High” y “The end of the world” para volver a Disintegration con “Lovesong”. A esta altura la banda suena de primera. Robert Smith conserva ese registro tan personal en su voz, logrando hacer delirar a las más de 40 mil personas que fuimos al estadio. Roberto se mostraba tal cual todos lo queríamos ver, con el pelo parado, labios rojos y delineador para ojos. Si bien su figura era bastante voluminosa, su carisma estaba intacto y como un buda dark vestido de negro, cautivó a la audiencia. Su presencia escénica era majestuosa. Tocó mucho y habló poco (gracias Robert por eso y por no ponerte la remera de la selección!). Ni que hablar cuando movía los brazos y uno recuerda la forma torpe en que lo copiaba en alguna disco o fiesta, allá por 1987, con “In between days” o “Boys don’t cry” de fondo. El eterno Simon Gallup, con su bajo que dibujaba líneas de sonido características y reconocibles, 100% cure, se paseaba con sus patillas y estilo rockabilly. Grandes responsables de la sonoridad de la banda son el tecladista Roger O’Donnell –muy buen trabajo en la creación de las paredes de sonido que cobijan a las canciones-, el baterista Jason Cooper o Mr tempo exacto por su trabajo en los parches y ese señor que hace lo que quiere con las seis cuerdas, ya sea estirándolas, haciéndolas aullar o hablar, con efectos como el wah-wah o usando slide. Ese señor se llama Reeves Gabrels, viejo compinche de David Bowie en ese fugaz y rico experimento rockero del Duque Blanco llamado Tin Machine.
No obstante, y de acuerdo a lo que pudo averiguar ECDL, el sonido en la platea alta iba y venía, sonando algunas canciones mucho mejor que otras. El fuerte viento intentaba conspirar contra la música de The Cure, llevando y trayendo las ondas sonoras. No lo logró.
La gran cantidad de matices y climas que tuvo el show fueron otro punto destacable. “Mint car” le pone luz a la noche al tiempo que los 90 se hacen presente en escena. “Friday I’m in love” hace que la gente se levante y haga los coros de este clásico de la banda. El segmento de los 90 se basa en los discos “Wish” y “Wild Mood Swings”. El piano y la cadencia épica de “Trust”, se conjuga con “Doing the Unstuck” y “Want”. Se mantiene la misma atmósfera con “Fascination Street” para encarar la última parte de lo que sería el primer segmento del recital. Es el turno de “The hungry ghost”, del último disco en estudio de The Cure, “4:13 Dream” pero la gran gema/sorpresa es escuchar “One Hundred Years”, que vuelve a poner el reloj en el año 1982 y en el disco “Pornography”. El reloj marca las 11.40 hs y el final llega con “Disintegration”, el tema que da título al disco del que más canciones –creo- ha tomado The Cure para armar su lista de temas.
Son las 11.49 y la banda vuelve al escenario. Roberto se acerca al micrófono y dice “I love you too”, en respuesta a los gritos de quienes estaban pegados contra el escenario. Duelo de guitarras entre Smith y Gabrels, con el wah-wah dibujando melodías dentro de “The Kiss”, que junto con los aires orientales de “If only tonight we could sleep” y “Fight” conforman el primer bis de la noche, tomando temas pura y exclusivamente del disco doble “Kiss me, kiss me, kiss me” de 1987.
Se van de nuevo, para volver cinco minutos pasada la medianoche del viernes. “Dressing up” y “Caterpillar” vuelven a llevar a la gente de viaje a los 80. Entre medio de ambos temas, el clásico “Lovecats”, con el público recordando los arreglos vocales. El teclado da cuenta que se viene otro gran clásico. “Close to me” y a más de uno se le pianta un lagrimón. Algunos viajan a través del tiempo, se emocionan o le dicen a quien está al lado, “Che! Te acordás de…”.
Allá lejos y hace tiempo, año 1987 para ser exactos, vino The Cure a tocar al estadio de Ferro. Hubo una serie importante de incidentes que hicieron que Robert Smith dijese que no quería volver a Argentina. Desde la invasión del campo desde las populares, hasta peleas y robos varios, pasando por un perro muerto a golpes por la turba. Se creó un mito con respecto a lo que había ocurrido realmente. El mismo Smith dijo que “el campo no tenía nada que envidiarle a Beirut”. Era otro tiempo, otra situación. Ahora, The Cure ya no es la banda nueva o mejor dicho, la banda exitosa del momento, sino que se convirtió en un clásico dentro de la discografía de aquél que tenga un poco de buen gusto musical.
Ayer, 12 de abril de 2013, la deuda quedó saldada con un show memorable. Eso si, Robert, te tomamos la palabra de lo que dijiste cuando te despediste de la gente. Ese “See you again”, que mezclaba la satisfacción de haber brindado un recital excelente, borrando los malos recuerdos.
Por eso, me tomo el atrevimiento de arrogarme el derecho de expresar en mi respuesta, lo que diría cualquiera de los que estuvo ayer en River: “We’ll be waiting….”.
ECDL agradece enorme y eternamente a EFC por habernos brindado la posibilidad de ver este recital
Llegué a través que alguien subió el link en Rolling Stone. Muy buena crónica!!! Gracias por entender a los que amamos a Robertito y la Cura!
Miguel de Palermo
Muy buenas palabras, al menos logre imaginarme lo que fue ese momento ya que no pude ir