En nombre del amor
Dramaturgia y dirección: Claudio Tolcachir. Con Araceli Dvoskin, Tamara Kiper, Inda Lavalle, Miriam Odorico, Lautaro Perotti y Gonzalo Ruiz. Escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez. Iluminación: Omar Possemato. Asistencia de dirección: Melisa Hermida. Producción general: Maxime Segué y Jonathan Zak.
Timbre 4. Av. Boedo 640 timbre 4; México 3554. Sábado, 21 hs y 23 hs. Domingo, 19 y 21.15 hs
Las combinaciones de los mismos elementos pero en distintas circunstancias y personas, pueden ser contraproducentes. Tal es el caso de los ítems “familia” + “amor” y sus derivados hacia la culpa, la manipulación y el egoísmo.
Al combo mencionado se le suma la posición social con la consabida “conciencia de clase” que cuando estalla, logre uno de los momentos más tensos de la obra.
La puesta está dividida en tres escenarios que se interrelacionan a través de su desarrollo y el ir y venir de los personajes. Asi, se interrelaciona el mundo palermitano de Mercedes y su hijo Darío, con el de Dora, su hija Celeste y su pareja, Lena, que viven en una casa que tiene las cañerías tapadas. Darío es uno de esos chicos de treinta y pico que “nunca han tenido suerte”, de adolescente eterno y consentido por una madre ciega por sus mandatos y su individualismo. Serán los deseos que se entremezclan con los mandatos el que harán que Celeste y Lena quieran ser madres y busquen a alguien para que fecundar a la primera.
Las relaciones entre ambos mundos, uno de buen pasar económico y otro bastante más precario, enmarcan, con sus conciencias, creencias y crianzas a personajes bien dibujados, más allá de un estereotipo que, esta sociedad ha creado y enriquecido hasta insertarlo en un nivel de normalidad profundamente alarmante.
La escenografía y el diseño del espacio son ajustados, de muy buen gusto y por demás ilustrativos al tiempo que permiten que un elenco de primer nivel se desenvuelva con excelencia en cada una de sus intervenciones.
El ritmo de la obra es sostenido y no da respiro pero sin caer en un bombardeo constante de conceptos o ideas con tinte crítico pedagógico sino a través de la sutileza de la creación de seres contradictorios, humanos y reconocibles en sus parlamentos.
El derecho “a”, los merecimientos y hasta una cuestión legal que divide aguas en la actualidad se entremezclaran en escenas magníficamente realizadas en las que la tensión es palpable en espectadores que piensan y resignifican pensamientos a partir de lo ocurrido en el escenario. Es esa tensión la que hace que el teatro sea un hecho cultural en el que se permite abrir puertas al debate, intercambio de ideas y deja con pensamientos abiertos a futuro.
Claudio Tolcachir retoma algunos hilos ya trabajados en su excelente “La omisión de la familia Coleman” para darle una vuelta de tuerca enriquecedora, en más de un aspecto a lo que se ha dado en llamar “la familia argentina”. Imperdible e incluso para ir a verla más de una vez.