En tiempos de pretensiones desmedidas y búsquedas más allá del hecho teatral, “Estado de ira” pone sobre el tapete el hacer teatro de una manera simple pero al mismo tiempo, de una elaboración ardua y artesanal. El desarrollo de la puesta amerita la exactitud de un metrónomo pero sin la frialdad de este. Aquí, un grupo de trabajadores municipales quiere hacer “Hedda Gabler”. Una actriz debe hacer el reemplazo del papel principal y todo girará a través de la forma en que ella se compenetra no solo con el personaje sino con sus “compañeros” y el público presente, testigo presencial de una suerte de ensayo de la obra.
Este punto de partida será la punta de un iceberg con múltiples alusiones y direcciones que apelará a la forma en que se hace teatro, los actores en su rol como tales y por que no, también en cierta forma de ver a la sociedad “exclusiva” como un ghetto en el que todos somos uno y que el que llega tarde, se jode o pasa por el “derecho de piso” –kafkianamente hablando sobre “empleados públicos”-. No obstante, la puesta tiene, entre otras grandes virtudes, ser “inclusiva” con aquél que no pertenece al mundo del teatro al que le permite hacer de voyeur de un mundo especial, con sus particularidades. Allí es donde se ve la forma en que se hace “teatro”. El vestuario y la escenografía son fundamentales para la puesta al igual que el diseño del espacio. La iluminación crea un ambiente muy encendido a pesar de la mutación que se ve sobre tablas a medida que va transcurriendo el ensayo y las cosas no salen como estaban planeadas. El ritmo de la acción es fantástico y mágico ya que atrapa y se plasma en una excelente Paola Barrientos, dentro de un elenco donde todos brillan en sus roles. Ciro Zorzoli plasmó en su puesta, magia, imaginación y un excelente gusto para una de las mejores obras del año.