Son todos rubios
Dramaturgia, actuación y dirección: Alberto Ajaka. Fotografía: Malú Campello. Asistencia y producción: Luciano Kaczer. Diseño de iluminación: Adrián Grimozzi.
Galpón de Guevara. Guevara 326. Martes, 20 h.
Foto: Cecilia Inés Villarreal.
En el marco del aniversario de los veinte años del estallido de diciembre de 2001, Alberto Ajaka pone su pluma y su talento a disposición de una fecha tan dolorosa como ineludible para recordar, tal como se está haciendo en la Casa del Bicentenario. Por tal motivo, bucea en sus recuerdos de finales de los años 90 y comienzo del 2000 que terminan siendo una pintura tan sensible como esclarecedora de la previa a la explosión. Vuelve atrás en el tiempo para poner la lupa en ese contexto de neoliberalismo, pizza y champagne del menemismo, la continuación del plan económico con la presidencia de Fernando De la Rúa y la manera en que afectó a los ciudadanos.
Ajaka toma su propia historia para ilustrar esos momentos con una mirada poética, sin sacarle el cuerpo al dato. El aura de familia trabajadora en la que se crió es palpable. El tránsito que va desde esa primera niñez en Flores -hotel en Bacacay y Condarco de por medio- para llegar a Lomas del Mirador. El oeste como lugar de residencia a lo largo del paso del tiempo
A partir de cinco textos que tocan las relaciones amorosas, laborales y personales, Ajaka lleva adelante relatos bien reconocibles. La identificación con su auditorio es inmediata ya sea por haber “vivido” esos tiempos o por referencias de padres, hermanos, tíos o lecciones de Historia. Desde ese lugar, la puesta es un disparador de recuerdos que -quizás- no van a aparecer en ningún libro de historia pero siguen vigentes. Hombres y mujeres que vieron como perdieron más que sus ahorros y sus empleos. Esto, en una sociedad que espera un mesías de color verde que les otorgue «la salvación», egoísmo de por medio, sin inmutarse al respecto..
La descripción del contexto de superficialidad y consumo es excelente. Sobre todo, en la sutil visibilización de ese ambiente tenso de que algo está por pasar. El linkeo es automático. Es vivir internamente esa angustia del sentir que estaba todo por explotar mientras se bailaba en la cubierta del Titanic. Una droga llamada “convertibilidad” de la cual buena parte de la clase media se hizo adicta y que, al día de hoy, algunos la añoran…y la desean. Que se haya destrozado la industria nacional con altos niveles de desempleo y pobreza, es solo un detalle para sus caprichos consumistas
Es aquí donde aparecen algunas respuestas a las demandas que explotan como espasmos en el camino a “ser parte del Primer Mundo”. Aparecen los retiros voluntarios, cortesía de las políticas de “achicamiento” del Estado. Dinero a cambio de renunciar a un trabajo que, en ocasiones, era de una gran cantidad de años. Esa indemnización que alcanzaba para comprar un auto y usarlo como remise o poner un maxikiosco, al tiempo que Puerto Madero se consolidaba como una nueva Babilonia.
Párrafo aparte para la relación que tiene Ajaka con su padre. El homenaje que le realiza es conmovedor. Ese carácter tan particular de papá Ajaka en su humanidad, como referencia de aquellos códigos que empezaban a irse o, en todo caso, aggiornarse. La importancia de tener claro quien es uno es fundamental. Dice “no soy turco sino libanés…y católico, no musulmán convertido” al tiempo que debate sobre qué hacer con la plata con una señora española. El “comprá dólares” versus “yo compro máquinas” enfrenta a dos modelos contrapuestos que –según Alberto hijo-, “tenían razón” aunque papá invertía en el país en el que vivía.
Ese “somos todos rubios” que grita Ajaka que funciona como un separador de radio no es inocente. Es la línea divisoria entre “ellos” y “nosotros” que se visibilizó aún más durante el menemato y se consolidó en los años dominadas por la derecha, hasta llegar al 2021. Todo el germen neoliberal encargado de destrozar derechos con el axioma de “nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”, a cargo del nefasto Roberto Dromi en aquellos años 90.
Contundente y sensible en su planteo, “La vergüenza de haber sido y el dólar de ya no ser” es catártica y necesaria en tanto el vínculo que se establece entre el artista y el público a partir de una situación -lamentablemente- bien conocida y que algunos tienen la osadía de relativizar o no hacerse cargo, cuando fueron cómplices del desastre.
Funciones anteriores: Sábados 4 y 11 de diciembre. Casa del Bicentenario. Riobamba 985, 20 hs. Entrada gratuita, por orden de llegada, hasta colmar la capacidad de la sala.