El ritmo de la puesta es armónico, sin prisa pero sin pausa, con un mágico desarrollo en el que todo se va combinando artesanalmente a medida que pasan los minutos. Irene Sexer dota a Marta de ternura y sensibilidad sin que se caiga en una sensiblería lastimosa.
Su composición es excelente y apela a la complicidad a través de situaciones reconocibles a través de movimientos suaves que combina con la técnica del clown. Si bien hay un tono de comedia en la puesta, no es graciosa ni hilarante ya que la temática aborda a la soledad pero desde el punto de vista de la comprensión, sin establecer ningún juicio de valor o crítica pedagógica. Va y viene de su casa, reinventa su mundo a través de situaciones cotidianas que en este contexto, tienen una fuerza demoledora a través de la sencillez (que no es lo mismo que liviandad –mal endémico de cierto vanguardismo teatral-) con que se maneja la obra.
Marta quiere querer y que la quieran pero no hay reciprocidad al tiempo que continúa con su periplo de búsquedas, encuentros negativos y desencuentros. Viaja por su propia vida y pasión, con sus fantasmas y ausencias, silencios y palabras. Terminan los cincuenta minutos de la puesta pero el estigma de cuantas Martas uno conoce surgirá a lo largo de la noche.