De esta manera, la primera aborda lo que sería la “burocracia”, tal como la conoce todo el mundo –no en términos weberianos-, dentro de una oficina. A continuación, la segunda obra es una cena familiar en la que un ex esposo y un cuñado tienen cuentas pendientes pero que eligen un mal momento para realizarlo. Finalmente, la tercera historia relata la forma en que un padre y una madre se ven frente a la enfermedad de su hijo recién nacido estableciéndose una analogía con las plagas sufridas por el Faraón, ante su negativa de dejar libre al pueblo judío.
La carga simbólica de la primera obra abre el juego de los sentidos para que la ironía y la crítica se esbocen de manera contundente. La conformación de los personajes es reconocible en cualquier ámbito y allí radica el correr el velo de lo que se sabe pero no se dice por motivos varios (respeto, buenas costumbres, educación, etc). Esta primera parte es muy rica en las aristas que contiene mientras que en la segunda, el hincapié está puesto en el humor así como en cierto sátira del concepto de “artista”. En la última historia, el humor queda de lado en pos de una tensión dramática y el juego de la transformación de la religión en superstición.
Las obras son muy interesantes en los temas que plantean (sobre todo, la primera y la tercera), con un desarrollo logrado y actuaciones acordes a una dramaturgia imaginativa. El lunar es el tiempo porque la última historia termina siendo, probablemente, la que menos atención recibe –y la que más debería tener-, porque antes se pasaron dos relatos con sus vicisitudes y apelaciones. La puesta y las actuaciones son muy buenas con los relatores entrando en tiempo y forma digna de un metrónomo. La multimedia es acorde y acompaña con exactitud lo ocurrido.
“Todo” quiere mostrar ídem y allí es donde radica tanto la fortaleza como la debilidad de la obra. Muestra, apela e inquiere. Estos atributos hacen que sea por demás interesante vivir la experiencia “total”