Vientos que zumban entre ladrillos (Teatro)

Yendo de la cama….

Dramaturgia, fotografía y dirección: Diego Faturos. Con Francisco Lumerman, Lisandro Penelas, Ana Scannapieco y Manuela Amosa. Escenografía: Sofía Rapallini y Mariana Samman. Iluminación: Ricardo Sica. Música: Mariano Pirato Mazza. Asistencia de escenario: Ignacio D´Olivo. Producción ejecutiva: Laura Lértora.
Timbre 4. Boedo 630, timbre 4. Viernes, 21.30 hs.

¿Una obra cuyo protagonista sea Eugene Ionescu y todo gire alrededor de una cama? Si, es posible. Diego Faturos lo hizo posible con una pluma creativa e imaginación fecunda. En la puesta, Ionescu, su hija muda y un amigo de la familia viven encerrados –literalmente hablando- sin tener contacto con el exterior. Pasan la mayor parte del tiempo en la cama, en una especie de “Bed in” como los de John y Yoko, pero en este caso, durmiendo y soñando para después hablar de lo soñado. No obstante, la poética de los sueños y las imágenes que se van creando reflejan la posibilidad de un escape mágico al encierro que va más allá de las paredes de la casa. La necesidad de crear un mundo propio, interno es parte fundamental de la obra a la cual se accede como si fuera un voyeur que espía por el ojo de una cerradura y va tomando las frases y conceptos que se vierte de desde los labios de los protagonistas. Con la llegada de una asistente social, de la bien constituída sociedad moderna que busca inquirir en el porqué del comportamiento de las ovejas descarriadas, la presencia del extraño en un mundo propio tendrá un desenlace que recuerda a una canción de The Clash, en el cual no interesa el paso del tiempo, si es un día, un mes o un año, cuando la cuestión es quedarse o irse.

La iluminación juega un papel fundamental en la puesta toda con la creación de los climas y situaciones que atravesará la puesta, fundando nuevas ideas a través de lumínicos momentos de profunda oscuridad, que van más allá del oximoron.
Las actuaciones son destacables en un todo de matices variados. Lisandro Penelas como un Ionescu locuaz pero sin caer en excesos; Francisco Lumerman es el amigo de la familia que está allí y es parte fundamental de la puesta como un refugio de cierta inocencia y esperanza en un futuro que llegó hace rato mientras que Manuela Amosa pone toda su sensibilidad y manejo corporal para componer una niña muda pero con la sensibilidad a flor de piel. Finalmente, Ana Scannapieco es la asistente social que marca con exactitud la presencia de una sociedad omnipresente, como un Big Brother que tiene su ojo en los confines más recónditos del alma humana.
“Vientos que zumban entre ladrillos” es de esas obras que te dejan la impresión de haber transitado un mundo conocido pero de una manera poética en la cual, el impacto es doblemente contundente.

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